martes, 6 de noviembre de 2012

Zapatos viejos, vida nueva


“Fue después del último te quiero. Lo pronuncié y sonó vacío y hueco, desganado y pobre, con una nota triste y el tono de la rutina repetida durante 35 años. No esperaba respuesta, no señor. Desde que empecé a vivir con él, tenía la costumbre de despedirle cada noche antes de dormir con un te quiero y un vaso de leche para que pudiera conciliar mejor el sueño. Saboreaba ambos con la calma del que da por supuesto que los ha merecido. Él siempre se sintió seguro en su mundo controlado, mientras yo trataba de seguir siendo la base de su vida, tratando de desearlo sin conseguirlo. Como sus zapatos, eso es. Yo he sido como sus zapatos viejos. Cómodos y confortables, ajustados y moldeados a sus pies por costumbre. Los quiere y los necesita para caminar cada día, pero hay que pisarlos para avanzar. Hasta aquí he llegado, agente, y desde aquí partiré a otra vida…”
El viento frío azotaba los árboles que adornaban la orilla del río. El puente, de antiguas y sólidas piedras, ejercía de mudo testigo de la conversación entre la mujer y el policía. El silencio de la madrugada protegía sus palabras y el rumor del río bajo sus pies dejaba notas de cambio, agua renovada y desembocadura incierta.
“Pero, señora, piénselo bien. No lo entiendo…”  El policía la miraba con aprensión, buscaba en sus gestos rastros de locura. La razón de su arrebato y su huida.
“¡No pensará tirarse desde aquí…!”  La carcajada de la mujer resonó en la noche y el brillo de sus ojos aplacó su miedo. Su sonrisa cálida lo animó. Tenía que convencerla…
“Señora, piense…Su casa, su marido, sus hijos… ¿Cómo los va a dejar así? Se va sin maletas… ¿Tiene dinero? Vuelva, por favor, se va a encontrar muy sola…Y, discúlpeme, pero ya es mayor para empezar una nueva vida.”
“¿Cuántos años hay que tener para sentir, vibrar, para estremecerse de placer? Sé que aún puedo hacerlo. Quiero comprobar que tengo poros en la piel y desgastarlos con cada sentido. Gobernar mis decisiones y guiar mis pasos sin otro rumbo que el mío. Vagar por calles mojadas de lluvia fresca y perderme en un atardecer. He tenido dinero, vestidos caros y sábanas de encaje. No los echaré de menos, créame.  Necesito conocerme, usar mi vida y no dejarme usar por ella…
Podría enumerarle todo lo que mis hijos querían, lo que él quería. El punto justo de sal en las comidas, el azúcar del café, el aroma del suavizante en la ropa, los cuellos almidonados y las camisetas impecables. Podría describirle todos sus gestos desde que bostezaba al abrir los ojos por la mañana hasta la forma en que se cubría la barbilla con la manta para dormir. Mis hijos ya son mayores, tienen su propia familia, y él… bueno, él seguirá adelante porque su motor es su rutina.
Nada de lo cotidiano es esencial, sólo nos cubre como una capa por fuera del frío que sentimos por dentro. Ahora quiero estar desnuda. Deseo la soledad como una compañera que me ayude a descubrir la desconocida que soy para mí… ¿Lo entiende?”  El gesto de incomprensión del policía era tan evidente, con la boca abierta y los ojos entornados, que volvió a provocarle una breve carcajada. La primera luz del amanecer se extendía reflejada en las aguas del río y terminaban las explicaciones. “Empieza mi camino, agente, no sé si nos volveremos a ver…”
“Espere, señora, por favor… ¿Qué les digo? La están buscando desde hace horas y la denuncia por desaparición está presentada en comisaría. Yo la he encontrado aquí y no puedo volver sin decirles algo…”
Ella se giró con una nueva sonrisa, y el eco de su risa acompañó sus pasos, repicando con los firmes tacones de sus zapatos nuevos, relucientes por las viejas piedras del antiguo puente…“La verdad, diga siempre la verdad, joven. Dígales que he pasado a mejor vida…”

Relato escrito para @diariofenix

lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Cuántas preguntas hay sin respuesta?


Infinitas cuestiones se lanzan al aire o se guardan en lo más profundo, sin que nadie pueda contestarlas. Y así, un día tras otro, hasta un destino igualmente desconocido. Tenemos un mañana tapizado de retos y buenos propósitos, pero bordado de dudas, cosido con el fino hilo que los une o los rompe. Caminamos y ponemos un pie sobre una incógnita, que nos lleva a otra pregunta, y al instante, aparece otra nueva incertidumbre. 
¿Por qué es tan sencillo plantear preguntas y tan difícil obtener respuestas?
Siempre quise saber por qué conocemos a la perfección la teoría y somos incapaces de ponerla en práctica. Nos educan para identificar el bien y el mal, pero la experiencia complica las percepciones y mezcla las sensaciones. Por qué domina el miedo por encima del resto de las emociones. Por qué arruinamos en horas de silencio la complicidad de años y nos alejamos de lo que más queremos sin razón ni explicación… ¿Qué nos hace cambiar y no evolucionar?
Me gustaría saber por qué callamos cuando a diario leemos consejos y opiniones que nos confunden. Y no escuchamos cuando otros sienten y no sentimos cuando nos hablan… ¿Por qué somos indiferencia?
Quisiera saber por qué el cariño y la ternura se ocultan a veces como delincuentes cubiertos de vergüenza, mientras se venera el sarcasmo cruel y la ofensa. Por qué ensalzamos la vanidad, el engaño y la manipulación, y los dejamos en sus pedestales para que nos gobiernen. En qué lugar se enterró el significado de la palabra nobleza, junto a su mortaja de lealtad… ¿Duermen los que dejan víctimas a su paso?
Avanzamos sí… pero, ¿sabemos a dónde? Hacia la siguiente duda…
Quisiera pensar que todas las respuestas se pueden concentrar en una decisión meditada y justa, en una caricia, en una palabra de amor, en un gesto de unión. Sería la solución de un soñador que nunca dejará de remover dudas hacia un final seguro, hasta un destino sin preguntas. El final de la vida.