lunes, 16 de diciembre de 2013

"La mano es la que recuerda...."



Mirar no era suficiente, oír no bastaba. 
Tenía que sentir el latido de la vida 
a través de su muralla,
acariciar lo que ocultaba, 
rozar, tocar y apretar lo que guardaba 
tras su piel rugosa y tentadora.

Dejó sus huellas en habitaciones mugrientas
de muebles desgastados, en esquinas húmedas
de callejones olvidados. Dejó rastros negros
de carbón amargo en sábanas amarillas 
de amores usados. Dejó jirones de su piel
moldeando palabras afiladas y suavizó sus bordes
con saliva seca de labios cansados.

Tocar era el dolor de vivir y el placer de sentir.

Se dijo: hay que seguir.

Un día, a través de la lluvia de hojas muertas 
bajo un chaparrón de viento espeso, 
extendió los dedos y alargó su corazón,
hacia una piel que prometía calor. 

La sintió en la palma de su mano,
como firme y suave algodón,
recorrió la curva que cubría, 
se deslizó por el rostro que ofrecía 
color de consuelo y textura de amor.

Aquí me quedo, pensó. 
Tal vez nunca llegue más allá,
quizá nunca la pueda traspasar,
no sé si será profunda ni perdurará,
pero mi mano eligió la huella
que jamás se va a borrar.


"La mano es la que recuerda
Viaja a través de los años,
desemboca en el presente
siempre recordando..."

José Hierro


lunes, 2 de diciembre de 2013

Literatura en tiempos modernos

La profesora de literatura abre la puerta de la clase y se enfrenta con el dantesco panorama de primera hora de la mañana en el instituto. Debería estar acostumbrada, pero todavía es incapaz de encarar el campo de batalla sin un suspiro de resignación y un par de cafés en el cuerpo. Abrigos y gorros están esparcidos por el suelo o por sillas y mesas, tapando cuadernos y libros, mientras los alumnos, de pie o sentados, hacen corrillos charlando a voz en grito y comentando novedades entre risas y aspavientos.

—Ejem… Bueno, a ver... Sentaos todos y guardad silencio que vamos a empezar la clase…

Se oye un intenso bufido que recorre la clase como un tsunami, acompañado de un ruido ensordecedor cuando los alumnos se acomodan en las sillas, dispuestos a soportar la lección. “Joder, ya empieza el tostón”, suelta uno. Su compañero asiente con la cabeza que deja apoyada, indolente, sobre el brazo, casi recostado sobre la mesa, y con sus largas piernas estiradas al máximo hacia el pasillo. “Y que lo digas… Al menos, pongámonos cómodos para la siesta...”

—Recordaréis que el otro día hablamos del Cantar del mío Cid y de los cantares de gesta, los poemas épicos medievales que ensalzaban las hazañas de grandes héroes. Confío en que os quedara claro…

“¿A ti te quedó claro?”, pregunta a su compañero el de la pretendida siesta. “¡Pues claro! Viene a ser como lo que escribe el Marca sobre Cristiano”, responde el otro. “Venga ya tío, ese no es un héroe que salve a nadie…” “¿Cómo qué no? A mi padre lo salva de morirse de asco durante toda la semana”, zanja con una carcajada.

—Silencio, por favor… Hoy vamos a hablar de “El libro del buen amor”, de Juan Ruiz, arcipreste de Hita. Un extenso poema con fábulas, cuentos, reflexiones, composiciones líricas, sátiras, parodias… Con dos temas esenciales y universales: el amor y la muerte. Puede que todavía no os deis cuenta, pero todo en la vida gira en torno a ellos, y como reflejo de la propia vida, la literatura desde hace siglos intenta explicarlos, entenderlos y embellecerlos. Escuchad:

como dice Aristóteles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera
por haber mantenencia; la otra cosa era
por haber juntamiento con hembra placentera

Atónito, el de la siesta intenta comprender sin conseguirlo; los ojos como platos y la cabeza rendida literalmente sobre la mesa. “¿Eh? ¿Qué dice ese tío? ¿Tú lo entiendes?, pregunta de nuevo a su compañero. “Supongo que lo de la mantenen cia será tener mucha pasta;  no se trabaja para otra cosa, lógico. Y lo otro está clarísimo: que lo mejor es tirarse a una tía buena. Dicho en raro, pero tiene toda la razón. Un campeón el arcipreste…”.

A su espalda, un muchacho delgado y nervioso con un revelador bigotillo sobre el labio escribe velozmente un mensaje:
“¿Quedamos esta noche?”

En la otra punta de la clase se oye el pitido de aviso del whatsapp. Una chica de grandes ojos y larga melena negra teclea:

“No creo que pueda. Mi padre no me deja. Y, además, no sé si quiero quedar. Te vi ayer hablando con Laura, muy juntitos los dos…”
“No era nada, tonta XD. Sabes que yo sólo estoy por ti, como loco. Y me muero si no te veo esta noche. ¡¡Lo juro!!.”
“Siempre dices lo mismo, pero no lo demuestras… Bueno. Hablaré con mi prima a ver si me cubre otra vez para poder escaparme”

Mientras tanto, la profesora renueva su esfuerzo y alza un poco la voz para continuar sin desfallecer.

—La ambición, la codicia y el amor están presentes en otra obra cumbre de la literatura: La Celestina. Y hasta nuestros días ha llegado  la figura de la alcahueta que media para que culmine la pasión de los amantes…

“Mentira. Otro muermo rancio y cursi. ¿Pero qué tendrá que ver todo esto con nosotros en este siglo? Lo pasado, pasado está… Y a este paso, yo no termino de echarme la siesta…” 
Suena el timbre del final de la clase y una joven rubia de incipientes encantos y voz melosa le toca el brazo suavemente. “Despierta, bello durmiente, que ya se acabó”, dice ella. “¿Ya? menos mal… no entiendo y no me gusta nada de este rollo. No sirve para nada… buff”, resopla él. “¿Seguro? ¿Nada que ver? Y si yo te digo…

Boquita de collar,
dulce como la miel,
ven, bésame.
Amigo mío, ven a mí
a unirte conmigo amando…”

“¡Joder! ¿Qué es eso?”, casi grita. “Una jarcha mozárabe que recitó el otro día la profe. Es preciosa con esas palabras… Y el sentimiento parece más grande, más poderoso y más bonito aún dicho así… ¿Sirve o no?”, pregunta ella con un guiño. La revolución de sus hormonas, junto al estremecimiento en el estómago y el escalofrío en la espalda, le estaban dando la respuesta. Pero jamás se lo diría a ella, por supuesto,  nunca lo reconocería. Faltaría más…

Esa misma tarde echaría un vistazo a su inmaculado y olvidado libro de literatura.