“Todas las
cartas de amor son ridículas…”, escribió el poeta.
No sé por qué he tenido que recordar ese
poema precisamente ahora. Será porque son las dos de la madrugada, la noche
crece y el amanecer amenaza. Y yo estoy aquí, con el bolígrafo en la mano y el
papel impaciente, tratando de unir frases brillantes y adjetivos deslumbrantes,
en una carta única y especial, de mi puño y letra. No podía ser un mensaje en letra
arial o georgia, una larga sucesión de palabras frías y sentimientos ardientes,
iguales y comunes a todos los amantes, con la misma forma del que desea y pide una
limosna, un reconocimiento, un alivio sellado con caracteres permanentes.
Son las tres de la madrugada y aquí estoy,
empujado por el ansia de revelar sentimientos entre el triángulo de la A, las
aristas sinuosas de la M y la profundidad de la O. La R final cerraría la gran
palabra, tal vez con el ridículo que temía el poeta. Porque a las cuatro de la
madrugada, el amor somnoliento y agotado, teme y se inquieta.
Y aquí estoy, a las cinco de la madrugada
espantando con el papel fantasmas que se esconden entre frases y gritan burlas,
indiferencia y lástima. Escribo palabras que podrían ser vapuleadas, ignoradas,
olvidadas; palabras que ella reirá o tal vez despreciará al leerlas. Conocemos las letras, pero no reconocemos a veces los sentimientos que las crean. Estoy luchando
con la incógnita que se revela al amanecer, junto a la fina línea de la luz que
altera el cielo a las seis de la madrugada.
Estoy aquí frente al papel, lejos de ella,
torpe poeta de sentimientos exagerados y esdrújulos, naturalmente ridículos. Porque es
excesivo sentir tanto, esperar tanto, dar tanto… No es posible responder a
tiempo ni corresponder siempre. Lo sabes, poeta. Lo sientes, naturalmente.
Y a las siete de la madrugada, dejo de
escribir. El bolígrafo descansa sobre la mesa, exhausto. Ha terminado, al fin, su
misión. A su lado, descansan también los sentimientos esparcidos por el papel, perfilados
de la A a la R, del amor al ridículo, extendidos sobre la mesa en cien largas cartas;
cien cartas de amor de frases brillantes y adjetivos deslumbrantes, de palabras
comunes y un sentimiento único.
A plena luz del día, doblo y cierro las cartas
protegidas en sus sobres, como débiles cofres de dudoso tesoro. Llegarán a cien
mujeres que se verán sorprendidas por los apasionados amores de un desconocido.
Se sentirán halagadas y felices; tal vez su sonrisa secreta sea el
reconocimiento para este cobarde poeta atado al ridículo, que necesita
liberar sentimientos.
Y mañana estaré, de nuevo, de madrugada, para
dejar escapar el amor, en palabras que llegarán a todas. Menos a ella.
(El
poema “Todas las cartas de amor son ridículas...” fue escrito por Fernando Pessoa: http://amediavoz.com/pessoa.htm#TODAS LAS CARTAS DE AMOR SON RIDÍCULAS...** )