La mano es la primera que rompe y asoma,
rasga el agua y se
abre,
a tientas se
extiende y anuncia
que el cuerpo aún
espera
el resto de su
salvación.
Intuye la mano su
forma y se abre,
los dedos aferran
el aire y siente el corazón
que ya no es náufrago bajo el agua,
que ya es
superviviente
de un pasado vacío
y de un presente frío,
de un calendario de días líquidos y de horas
que se diluían al contacto de la palma,
hambrienta de afecto y compañía,
colmada de rencor y agravios.
Ahora nada para
vivir;
nada lo será todo,
brotará como la corriente un caudal
hasta el charco donde desperdiciaste un deseo,
hasta el mar lejano que nunca esperó al río,
y nada hasta llegar a la gota
que siempre permaneció contigo.
Abre por fin los ojos y atrapa la luz,
roza las sombras y olvida
la oscuridad que perfila al ser de agua.
Y recuerda que para volver a ser hombre
tendrás que secar la piel al sol que eras.
Y recuerda que la piel
sólo está hecha de ternura...