Las ocho en punto de la tarde. El silencio de
la casa se estremeció con el sonido de la llave que abrió la puerta, amenazante
como siempre, inevitable como siempre, al empezar la noche de aquella familia. Sobre
la mesa del comedor, todo estaba dispuesto en perfecto orden. Platos
inmaculados, vasos y cubiertos relucientes, y servilletas de fina tela alineadas
ante cada uno de ellos. Y todos ellos esperando al padre que en quince minutos
calculados –ni uno más, ni uno menos- entraría en la habitación para presidir
la mesa, ataviado con su bata de seda color tabaco.
Una cena como tantas otras o eso parecía
cuando las manecillas del reloj marcaban las ocho y cuarto. El hijo mayor, con
sus 19 años encogidos entre los hombros y mirada adusta; los dos gemelos de 16
años, inquietos y cómplices; la pequeña, con sus 13 años de rebeldía oculta
tras el moreno flequillo. Ninguno alzó la vista desde sus respectivos platos
cuando el padre se sentó. Ni un gesto se vio en sus manos escondidas y enlazadas
bajo la mesa. Como tantas otras noches. O eso parecía.
Los pasos de la madre apenas resonaron por el
pasillo. Sin levantar la vista, le sirvió a él las primeras cucharadas de puré
anaranjado y humeante. Comenzaron a comer lentamente hasta que estalló el
grito:
- ¿Pero qué
porquería es ésta? Sabe asqueroso, sabe a mierda cocinada por una inútil como
tú. ¿Eres tan torpe que ni siquiera puedes preparar un simple puré? Estoy
rodeado de incapaces, vagos, estúpidos…
- Es crema de calabaza, con patatas, sana, con muchas vitaminas…
- Es crema de calabaza, con patatas, sana, con muchas vitaminas…
Pero él no la escuchaba, como siempre, como
tantas otras noches. Los insultos cada vez más altos, más intensos, atronaron
en el comedor. Ella levantó la mirada y la posó un instante en cada uno de sus
hijos. La respuesta que leyó en ellos la empujó a regresar a la cocina y volver
rápidamente al comedor con un salero. O eso parecía.
- Deja que te eche un poco de sal, tal vez así te resulte más sabroso…
- Deja que te eche un poco de sal, tal vez así te resulte más sabroso…
El silencio en la mesa volvió a ser profundo
mientras él apuraba cinco cucharadas más. Hasta que comenzó a toser. De la
garganta le brotó una especie de sonido ronco; de la boca le salieron borbotones
de puré y saliva. Derrotado por fin, humillado por fin, su cabeza amoratada
cayó sobre el plato y reposó entre grumos anaranjados.
- Ya está. Lo
hicimos… Tranquila, mamá, yo llamo a la policía.
A las nueve en punto de la noche, el
inspector entró en el comedor y con pocas frases eficaces restableció el orden,
mientras los servicios médicos hacían su trabajo. Sólo entonces respiró y se
permitió mirar uno por uno los rostros inmutables de los hijos, sentados y
alineados en el sofá. El interrogante silencioso se dirigió a la madre:
- ¿Quiere
saber por qué, inspector? ¿Por qué lo hicimos hoy, esta noche, ahora? ¿Cuál fue
el detonante? Ninguno y todo. Todos los
gritos, insultos, humillaciones, ofensas. Todos juntos y ninguno en concreto.
Simplemente teníamos que hacerlo, y esta noche, que parecía una noche como
tantas otras, estuvimos de acuerdo. Todos juntos, al mismo tiempo, encontramos el valor.
Sé que nos investigará, lógico, es su trabajo. Preguntará y le
dirán que él era un hombre magnífico. Un directivo comercial de éxito,
encantador y con carisma, de sonrisa permanente, de charla amigable y
entretenida. Pero, ¿sabe qué?, guardaba la crueldad encerrada en esa casa. Al
abrir la puerta, dejaba salir su ira por cada pasillo y la disparaba contra
nosotros, sin ponernos la mano encima, ráfagas de frustración sólo con la voz. Palabras
de furia, rencor, desprecio y toda una vida de amargura, transmitida de
generación en generación, a la que había que poner fin. La única herencia de una familia debería ser la ternura.
Sé que no lo hemos matado. Vivirá porque era poco veneno. Se
recuperará, pero le aseguro que jamás
volverá a tener las llaves de esta casa, el hogar donde residía su crueldad.
Suficiente, no era necesario más. El
inspector le colocó las esposas mientras ella se giraba y decía a sus hijos. “Juntos, os quiero”.
-
No hay comentarios:
Publicar un comentario