Se aburrían y no lo ocultaban. Haber aceptado
la invitación de la nueva para tomar café en su casa había sido un error. Tiempo
perdido que habrían podido emplear en hacerse la manicura o sondear las
novedades chic “primavera-verano”.
Taconeando, vagaron por la estancia hasta que las miradas de las dos mujeres se
cruzaron y se detuvieron al mismo tiempo sobre la estantería que presidía el
salón, donde reposaba una pequeña e insignificante cajita de dibujos geométricos,
comprada hace muchos años en algún lugar desconocido. “Vaya, qué cosa más pintoresca”, dijo una. “Y un poco vulgar”, precisó la otra. “Chisss… Calla, que puede oírte…Espera, que vamos a preguntarle…”
“Ana, guapa,
¿qué tiene esta cajita tan mona de la estantería? Es muy curiosa…”, preguntó a gritos
la primera. “Nada. Nada que se pueda ver
o se pueda tocar”, contestó Ana desde la cocina, donde preparaba el café. “Miente. Seguro que tiene alguna joya de las
de su padre. El jefe me contó que es de familia adinerada y su padre fue un
anticuario de prestigio”, cuchicheó su compañera. “Tal vez podríamos abrirla y echar un vistazo…”, en sus ojos
brillaba la curiosidad y un opaco deseo de poseer lo ajeno. “No, quieta, que ya viene… Vamos a
desenmascararla…”
La sonrisa tranquila de Ana llenó el salón
cuando depositó suavemente sobre la mesa la bandeja con el servicio de café y
los dulces. Miró a sus compañeras y, al ver en sus rostros el escepticismo que
eran incapaces de reprimir y el interrogante que remarcaban sus cuidadas cejas,
les explicó: “Os aseguro que la cajita no
contiene nada material. En ese sentido está vacía. Mi padre me la regaló de
pequeña con la intención de que guardara en ella todo lo que no se puede
abarcar.
Me dijo: Ana, cuando crezcas sentirás que lo más importante en la vida
es difícil de mirar. No podrás tocarlo, doblarlo, cortarlo o medirlo. No podrás
trazar líneas rectas o curvas que lo delimiten, no tendrá vértices ni esquinas
que lo modifiquen o lo deformen. Lo importante
es un espacio sin dimensiones, infinito y, si tú quieres, eterno… El rencor del
que debes huir, la envidia que debes evitar, el odio que debes alejar, tienen aristas que dañan como las figuras de esta caja. Míralas y recuérdalo… Y no
olvides la lealtad que debe acompañarte, la ternura que impulsa la vida, la fortaleza
de la conciencia limpia, la pasión que revive, el amor y todos los sentimientos
que no puedas dominar, guárdalos en esta caja. Conserva todo para que no se te
escape del corazón, lo que entiendas y lo que no, siéntelo como algo sólido,
vivo, verdadero. Y cuando lo necesites, guárdalo en esta caja, donde la nada es todo…”
La voz de Ana se fue apagando. Cualquier
explicación resultaba inútil. Era evidente que jamás la entenderían. En los
maquillados rostros de sus dos compañeras aparecían ahora muecas de
incredulidad que dejaban al descubierto sus tapadas arrugas. Bajo las capas de
maquillaje, en la frente y en las comisuras de los labios se percibía el
estupor y la desconfianza. “Muy interesante,
Ana, de verdad. Pero tenemos que irnos ya. Se nos ha hecho tarde”.
“Entiendo.
Gracias por venir”. Las vio abrir la puerta y las oyó taconear apresuradamente por
las escaleras. Cuando se giró y miró la estantería que presidía su salón, notó que
algo en su vida había cambiado…
Las dos mujeres corrieron por la acera sin
mirar atrás hasta detenerse a una distancia prudencial. “¿Pero por qué corremos, qué pasa? A ésta no hay quien la entienda,
está chalada, pero no nos va a hacer nada… Con mantenernos lejos de ella en el
trabajo será suficiente”, resopló una de ellas sin entender, hasta que vio
de nuevo brillar la codicia en los ojos de su amiga. La vio abrir el bolso de
diseño y sacar la pequeña e insignificante cajita. “¡La tengo! Ahora comprobaremos todas las mentiras de esa loca y nos
quedaremos con el anillo o el collar o lo que sea que hay aquí…”
Casi
temblando por su audacia, tocó el cierre de la caja, lo levantó y abrió la
tapa. Sobre el terciopelo rojo que cubría el fondo de la caja no había nada. “¡Está vacía, era verdad, está vacía!” “A
ver si es cierto que ella se cree todas las tonterías que nos ha soltado…” Se
atropellaban al hablar, atónitas y confusas, con la culpable caja en la mano y la
secreta vergüenza de haber robado pintada en sus caras.
A su espalda notaron una leve respiración y
se giraron con un sobresalto. Ana las miró serena y extendió la mano para que a
ella volviera su caja: “Espero que algún
día me entendáis. Será lo más valioso que podáis poseer. El día en que nada lo
signifique todo”.