Déjame verte… Poco a poco, verte
sencillo, sentirte sincero.
¿Notas esa timidez que aún recubre tu piel? Es una
capa antigua que de niño te protegía siempre. Como una venda contra las
heridas, te cubría el rostro para que no sangrara a la vista de todos. Ya no
sirve contra el dolor que se oculta dentro con los años. Ahora sólo es una
barrera que impide ver el valor del que sabe guardar su asombro y dominar sus
penas.
¿Sientes todavía en las mejillas aquel beso fugaz?
Apártalo con una caricia. Extiende la mano sobre él y déjalo marchar. Un beso
puede ser sello de traición o de imposible. Si no dejó su calidez más allá de
la piel, todos tus poros pueden abrirse a otros limpios, leales, recién creados
para ti.
Después toca tus bordes, desde el comienzo de la nariz hasta la altiva
barbilla, donde se exhibe el orgullo. Al tacto, todos los ángulos de tu rostro
está tallados de herencia y de historias vivas, afiladas o tiernas. Suavízalos
con la lima blanda de la comprensión, el perdón, y tal vez, el olvido.
¿Ves ese ligero rencor que curva aún más la comisura
de tus labios? Ese recelo que te impide sonreir. Tiene la rigidez de la
desconfianza, el desasosiego; la negrura de la inquietud y la incertidumbre. Un
barrote más de envidia, uno más de los que forman la cárcel del odio. Rómpelo y
sonríe como el infinito que se extiende por su propio universo.
Sobre tu frente descansa esa paciencia que se va
desgastando, arrugando, a cada paso del día. Se acumulan entre sus pliegues de
piel los proyectos frustrados y las horas perdidas entre tú y los otros, entre
lo que quieres y no puedes, entre el ayer y el hoy. Queda el presente amplio y
liso para vestirlo con una nueva piel, renovada de promesas firmes y
transparencia sin mentiras.
¿Te ves mejor así? ¿Aún miras con la luz de tus ojos
velada por el miedo? Mira cara a cara al temor, rétalo a una tregua eterna, a
una pacífica convivencia, donde él silencie sus gritos y tu dialogues
pausadamente, para que juntos, en buen acuerdo, él te empuje y tú avances y le
venzas. Sois enemigos íntimos y contrincantes necesarios. Verás así en tus ojos
el brillo del poder que hay en ti y que todavía desconoces.
Déjame verte…
Ahora, de nuevo, nos miraremos. Sin más que
amor, frente a frente, nos reconoceremos…
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