Nunca es
fácil volver a empezar, en otro país, en otra ciudad. En algún lugar hay que
colocar el punto de partida contra la soledad y ella eligió aquel café de aroma
antiguo que abría sus puertas a media tarde, con mesas redondas de madera
pulida y cálida luz matizada. Todos los días entraba en el local, decidida y
resuelta, y se dirigía directamente al extremo de la barra. Cruzaba las piernas
y aspiraba los olores atrapados en la suave madera limada por el tiempo.
Después, brevemente, acariciaba la superficie con el mismo gesto que otros
hicieron antes, repasando las huellas de otras manos que dejaron en ella
anhelos y renuncias. Era la única concesión al pasado que se permitía, porque
había decidido respirar el futuro con la intensidad del que lo prueba por
primera vez.
El café
negro iba desprendiendo su suave vapor, aroma de gloria, mientras ella miraba,
una por una, todas las caras de todos los hombres. Seleccionaba, descartaba,
admiraba, sopesaba rostros, perfiles, gestos, reacciones y sensaciones. Escudriñaba
las palabras que intuía en los labios que se abrían para otras, el vuelo de las
manos en las conversaciones, la solidez de los dedos que sostenían una taza,
los brazos que extendían para encontrar un abrazo imaginario. Viajaba en las miradas que se detenían alrededor
e inventaba historias de besos para aquellas bocas que charlaban en torno a
ella, frente a otro café y a otros rostros de mujer que nunca eran el de ella…
—¿Otro café?
—Sí, gracias.
Asintió sin
mirarlo apenas, de mismo modo que la primera vez que entró en su bar. No sabía
su nombre, pero conocía su cuerpo sólido y acogedor tras la barra, la sinuosa
curva de su barbilla descendiendo hacia el cuello y el brillo juguetón y tímido
de la sonrisa en sus ojos. Sintió un calor familiar que se obligó a ignorar
antes de girarse. Era demasiado parecido a algo que latía dentro de ella, algo
que podría llamarse ternura. Pero nada reconocido iba a elegir su futuro; tenía
que ser nuevo por entero.
Él le acercó
lentamente la taza. La colocó suavemente junto a la mano con la que ella se
aferraba a la barra mientras miraba a su alrededor sin parar. Cada tarde igual.
Le dolía ver sus grandes ojos decepcionados cuando veía a otro marchar. Todos
estaban y se iban, rostros desconocidos y sentimientos vacíos, uno tras otro, mientras él seguía allí…
—Gracias por el café. Volveré mañana.
—dijo ella.
—Aquí estaré. —respondió él.
La vio
marchar, resuelta, decidida, hermosa. Y su corazón la despidió como siempre. “Todavía no me miras, amor. Buscas y no me
ves. Aún no me reconoces como parte de ti… No se quiere lo nuevo, sino lo que
ya llevamos dentro de nosotros, sin saberlo… De entre todos, me amarás a mí, lo
sé. Podría ser otro, podrían ser muchos, pero seré yo, porque estoy aquí y
ahora. Como estuve siempre.”
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