La profesora de literatura abre la puerta de
la clase y se enfrenta con el dantesco panorama de primera hora de la mañana en
el instituto. Debería estar acostumbrada, pero todavía es incapaz de encarar el
campo de batalla sin un suspiro de resignación y un par de cafés en el cuerpo. Abrigos
y gorros están esparcidos por el suelo o por sillas y mesas, tapando cuadernos
y libros, mientras los alumnos, de pie o sentados, hacen corrillos charlando a
voz en grito y comentando novedades entre risas y aspavientos.
—Ejem… Bueno, a ver... Sentaos todos y
guardad silencio que vamos a empezar la clase…
Se oye un intenso bufido que recorre la clase
como un tsunami, acompañado de un ruido ensordecedor cuando los alumnos se
acomodan en las sillas, dispuestos a soportar la lección. “Joder, ya empieza el tostón”, suelta uno. Su compañero asiente con
la cabeza que deja apoyada, indolente, sobre el brazo, casi recostado sobre la
mesa, y con sus largas piernas estiradas al máximo hacia el pasillo. “Y que lo digas… Al menos, pongámonos
cómodos para la siesta...”
—Recordaréis que el otro día hablamos del
Cantar del mío Cid y de los cantares de gesta, los poemas épicos medievales que
ensalzaban las hazañas de grandes héroes. Confío en que os quedara claro…
“¿A ti te
quedó claro?”, pregunta a su compañero el de la pretendida siesta. “¡Pues claro! Viene a ser como lo que
escribe el Marca sobre Cristiano”, responde el otro. “Venga ya tío, ese no es un héroe que salve a nadie…” “¿Cómo qué no? A mi padre lo salva de
morirse de asco durante toda la semana”, zanja con una carcajada.
—Silencio, por favor… Hoy vamos a hablar de
“El libro del buen amor”, de Juan Ruiz, arcipreste de Hita. Un extenso poema
con fábulas, cuentos, reflexiones, composiciones líricas, sátiras, parodias… Con
dos temas esenciales y universales: el amor y la muerte. Puede que todavía no
os deis cuenta, pero todo en la vida gira en torno a ellos, y como reflejo de
la propia vida, la literatura desde hace siglos intenta explicarlos,
entenderlos y embellecerlos. Escuchad:
como dice
Aristóteles, cosa es verdadera,
el mundo por
dos cosas trabaja: la primera
por haber
mantenencia; la otra cosa era
por haber
juntamiento con hembra placentera
Atónito, el de la siesta intenta comprender
sin conseguirlo; los ojos como platos y la cabeza rendida literalmente sobre la
mesa. “¿Eh? ¿Qué dice ese tío? ¿Tú lo
entiendes?, pregunta de nuevo a su compañero. “Supongo que lo de la mantenen cia será tener mucha pasta; no se trabaja para otra cosa, lógico. Y lo
otro está clarísimo: que lo mejor es tirarse a una tía buena. Dicho en raro, pero
tiene toda la razón. Un campeón el arcipreste…”.
A su espalda, un muchacho delgado y nervioso
con un revelador bigotillo sobre el labio escribe velozmente un mensaje:
“¿Quedamos
esta noche?”
En la otra punta de la clase se oye el pitido
de aviso del whatsapp. Una chica de grandes ojos y larga melena negra teclea:
“No creo que
pueda. Mi padre no me deja. Y, además, no sé si quiero quedar. Te vi ayer hablando
con Laura, muy juntitos los dos…”
“No era
nada, tonta XD. Sabes que yo sólo estoy por ti, como loco. Y me muero si no te
veo esta noche. ¡¡Lo juro!!.”
“Siempre
dices lo mismo, pero no lo demuestras… Bueno. Hablaré con mi prima a ver si me
cubre otra vez para poder escaparme”
Mientras tanto, la profesora renueva su
esfuerzo y alza un poco la voz para continuar sin desfallecer.
—La ambición, la codicia y el amor están
presentes en otra obra cumbre de la literatura: La Celestina. Y hasta nuestros
días ha llegado la figura de la
alcahueta que media para que culmine la pasión de los amantes…
“Mentira. Otro
muermo rancio y cursi. ¿Pero qué tendrá que ver todo esto con nosotros en este
siglo? Lo pasado, pasado está… Y a este paso, yo no termino de echarme la
siesta…”
Suena
el timbre del final de la clase y una joven rubia de incipientes encantos y voz
melosa le toca el brazo suavemente. “Despierta,
bello durmiente, que ya se acabó”, dice ella. “¿Ya? menos mal… no entiendo y no me gusta nada de este rollo. No sirve
para nada… buff”, resopla él. “¿Seguro?
¿Nada que ver? Y si yo te digo…
Boquita de
collar,
dulce como
la miel,
ven, bésame.
Amigo mío,
ven a mí
a unirte
conmigo amando…”
“¡Joder!
¿Qué es eso?”, casi grita. “Una jarcha
mozárabe que recitó el otro día la profe. Es preciosa con esas palabras… Y el
sentimiento parece más grande, más poderoso y más bonito aún dicho así… ¿Sirve
o no?”, pregunta ella con un guiño.
La revolución de sus hormonas, junto al estremecimiento en el estómago y el
escalofrío en la espalda, le estaban dando la respuesta. Pero jamás se lo diría
a ella, por supuesto, nunca lo
reconocería. Faltaría más…
Esa misma tarde echaría un vistazo a su
inmaculado y olvidado libro de literatura.