Mirar no era suficiente, oír no bastaba.
Tenía que sentir el latido de la vida
a través de su muralla,
acariciar lo que ocultaba,
rozar, tocar y apretar lo que guardaba
tras su piel rugosa y tentadora.
Dejó sus huellas en habitaciones mugrientas
de muebles desgastados, en esquinas húmedas
de callejones olvidados. Dejó rastros negros
de carbón amargo en sábanas amarillas
de amores usados. Dejó jirones de su piel
moldeando palabras afiladas y suavizó sus bordes
con saliva seca de labios cansados.
Tocar era el dolor de vivir y el placer de sentir.
Se dijo: hay que seguir.
Un día, a través de la lluvia de hojas
muertas
bajo un chaparrón de viento espeso,
extendió los dedos y alargó su corazón,
hacia una piel que prometía calor.
La sintió en la palma de su mano,
como firme y suave algodón,
recorrió la curva que cubría,
se deslizó por el rostro que ofrecía
color de consuelo y textura de amor.
Aquí me quedo, pensó.
Tal vez nunca llegue más allá,
quizá nunca la pueda traspasar,
no sé si será profunda ni perdurará,
pero mi mano eligió la huella
que jamás se va a borrar.
"La mano es la que recuerda
Viaja a través de los años,
desemboca en el presente
siempre recordando..."
Viaja a través de los años,
desemboca en el presente
siempre recordando..."
José Hierro
O también el placer de vivir y el dolor de sentir...
ResponderEliminarMuy hermoso post, Mara!
abraçades
R.
Muy bien visto (y sentido) También es así...
EliminarGracias y moltes abraçades!
Una caricia en la mejilla? jajaja
ResponderEliminarBss
Jajaja, de recuerdo inolvidable... ;)
EliminarUn besazo!