Se sentó en el sofá, solo con la
noche.
Desgastado y roto como él, desteñido
y oscuro como él,
unidos durante años, cómplices de
momentos cotidianos,
estrado de sus juicios, banquillo de
sus condenas diarias,
butaca preferente en el teatro de su
vida: dolor, descanso y caricias.
Debería abandonarte, viejo
amigo.
Es invierno aquí donde las ventanas
están selladas y las paredes callan.
El final aún no aparece y alrededor
todo es recuerdo.
Cuando apoyo la cabeza en tu
respaldo, ella regresa:
estiro las piernas y ella camina,
extiendo las manos y ella me roza.
Cierro los ojos y
sueño.
Tienes el aroma de su ausencia, el
hueco de su cuerpo.
Chirrían tus muelles como los ecos de
mi silencio.
No hubo explicación ni
perdón.
Me deja sin esperanza este duelo
inútil,
este esfuerzo baldío sembrado de
preguntas
perseguido día tras
día.
¿Qué hice mal? ¿Por qué la dejé
marchar?
Me mata esta soledad vacía,
transitada de dudas,
henchida de culpas. Si fui yo o fue
ella…
Es mi rutina de muerte en un sofá
poblado de recuerdos
que me dan la
vida.
Es invierno y aún siento cómo me
llama. Oigo su voz y su canción:
“Te lloré un
otoño,
mientras tú me
olvidabas.
Como hojas caían las
lágrimas
que ya no besabas.
Me desprendí de ti en cada
silencio
que ya no
llenabas.
Invisible como el
aire,
mientras me olvidabas,
lloré un otoño de viento y
ramas,
de lluvia salada y pena
amarga.”
La escucho y sé que es invierno. El
hielo me arropa en el sofá.
No te irás otra vez si yo no quiero.
Te buscaré de nuevo.
Canto con ella y sé que está aquí,
conmigo,
esperando la
primavera…
Escrito para Las dos Castillas http://lasdoscastillas.net/
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