Me
sentí flor de un día cuando alejaste tu mirada,
expulsada
de la primavera, condenada a existir
en
un vagar incierto por el páramo de tu memoria.
Fui
nube que pasa, hoja caída, rayo que cesa,
remolino
que nada arrastra, rama que cruje,
animal
herido, corriente fugaz, estrella errante,
luna
solitaria, luz apagada, amanecer impaciente,
árbol
hueco, reina sin trono, tormenta seca…
Fui
todos los tópicos que lloran los poetas.
Presente
en tus ausencias, guarda, centinela y vigía
de
tus regresos, figura constante, rutina permanente:
como la mota
de polvo sobre tu hombro, como el traje viejo del fondo del armario, como el
paraguas olvidado en el taxi, como la miga de pan sobre la mesa, como el
siguiente juego, como el agujero del bolsillo, como la loca que habla sola en
el metro, como la baldosa de tu puerta, como el mendigo que extiende la mano
reclamando limosna, como la brisa molesta que abre la ventana…
Vacío
en el rincón oscuro adonde no llega tu mirada ausente.
Me
convertí en intérprete de silencios, espía de gestos,
pasajera
incómoda en tu conciencia, intrusa en tus recuerdos,
viuda
en duelo que lava ropajes negros, mientras espera
hilando
minutos, para teñirlos de señales y ruegos.
Fui
algo, no sé.
Soy
algo, tal vez,
la
que ama todo de ti
sin
ser nada.