Todavía
creo ver el mundo en una gota,
suspendida
en tu silencio,
flotando
inestable y frágil, antes de la caída,
en
brazos del aire,
con
sus contornos curvos y sus aristas dentro,
su
vientre deformado por el peso rebosante
de
tantos antes,
de
aquellos pasados horizontes -¿recuerdas?-
aquellos
que construimos con barreras transparentes.
Aún
adivino la flor que no ha muerto y la raíz que se hunde fuera,
la
espina que se escapa y hiere,
las
palabras ahogadas en la arena húmeda de tu corazón de agua.
Creo
ver el cariño que aún te moldea por dentro
y
me engaño pensando que existe y quiero la savia que era.
Y
me prometo que nunca más desearé al cómplice del aire
que
huye de la tierra verde
que
solo abrazaré la raíz ocre que permanece entera.
Y
me juro que nunca más me perderé en los contornos borrosos
que
solo entierran y se niegan a brotar como otros antes.
Y
me miento y callo hasta que el tiempo me apremia
y
los ojos se pliegan hasta quedarme en el silencio que espera,
vive
o muere.
El
silencio es un estado de ánimo, inquieto
una
espera fértil, un intervalo a tiempo,
un
tiempo sin medida, un eco atento
hasta
que las palabras caen,
sencillas,
vencidas,
hasta
la tierra sedienta,
al
fin, rotas, por su propio peso.
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