Cada vez estaba más nervioso, lo sabía y no
podía contenerse. Respiraba a golpe de pulmón y en el cenicero se acumulaban
las colillas que volvía a encender a la mitad con dedos trémulos. La página en
blanco que enmarcaba su portátil le obsesionaba y le acusaba al mismo tiempo, más
deslumbrante y vacía que nunca, mientras la última llamada del editor le
apremiaba en la cabeza: “Debes entregar
cuanto antes el segundo manuscrito. Es la única oportunidad de consolidar tu
carrera. El primer libro fue algo prometedor, pero se olvidará pronto si no demuestras
lo que vales con el segundo”.
Qué complicado dar la talla por segunda vez,
saber si estás a la altura cuando aumenta la exigencia, comprobar que la cumbre
se eleva cuando te detienes hasta llegar a ser invisible. Y más solo cada vez.
Aquella noche, como tantas otras, buscaba
desesperado ideas que hilaran una
nueva historia: impactantes, renovadoras,
definitivas. Ideas que lo elevaran a la
cima literaria con un legado para el
recuerdo, con el sueño de permanecer durante
siglos convertido en letras. Por
su mente vagaban espías, caballeros templarios,
vampiros, esnobs de Nueva York,
héroes trasnochados, yonkis de extrarradio y
mujeres fatales con amantes
traidores.
“Está todo
tan trillado”, pensaba. “Es como si otros
hubiesen escrito ya todos los relatos, de principio a fin. Como si ya
estuvieran escritas las únicas historias dignas de ser contadas y yo llegara
tarde a todas ellas…”
Aquella noche, como tantas otras, junto a los
personajes que bailaban en su cabeza, aparecía una figura quieta y serena a la
sombra de un ciprés. Una imagen que permanecía inmóvil en su mente desde hacía
tiempo y que siempre trataba de ignorar. Le inquietaba el anciano de cabellos
blancos y alborotados que reposaba sentado sobre una lápida desconocida, con
las rugosas manos entrelazadas, esperando. Tal vez, esperándole… “¿Para qué? ¿Por qué vuelve, una y otra vez?”.
Tras aquella noche, al llegar el alba, decidió
seguir el impulso de la alucinación que le aguardaba a la sombra del ciprés. El
cementerio estaba apenas iluminado por los primeros rayos de sol y, entre
flores marchitas y ecos de lágrimas, lo encontró. Se detuvo frente a sus
pequeños ojos oscuros que le reconocieron y con su mano extendida le mostró la
inscripción de la lápida: “Nunca llegues
tarde a tu propia historia”.
- ¿Y esto qué
significa? ¿Que debo escribir sobre mí?
- Tú eres,
como todos, único. Tu historia también lo es y lo será.- contestó
el anciano.
- ¿Y qué puedo
contar?
- Tu historia,
como la de todos, está forjada por el amor. Es lo único que hay y habrá.- le respondió.
- No puedo
escribir sobre ella. La enterré hace años. Todo puede salir a la luz menos el
verdadero dolor. El dolor es la sombra que no se revela...
- Hazlo ahora.
A tiempo. Llega hasta el fondo de tu historia porque es tu vida la que se
escapa si no avanzáis al mismo tiempo.
Con estas
palabras, musitadas apenas, el anciano desapareció de su vista.
Permaneció
junto a la lápida hasta que el sol volvió a despedirse un día más.
Y aquella
noche, por fin, frente a la página en blanco, escribió…
CAPÍTULO
PRIMERO
Soy escritor, tengo 45 años, y una vez maté
a una mujer… dentro de mí…