“Aún
recuerdo tu manera de querer… cómo olvidarla. Se ha quedado entre los encajes
de mi memoria, cosida con hilo de seda, mientras confeccionaba el ajuar de boda.
De seda, así eras. Tan suave que te deslizabas sobre los sentidos, por sorpresa y sin avisar. Tu cariño me tocaba en el
hombro, desprevenida, y me hacía girar la cabeza y colorear las mejillas. Rubor
por tu osadía, por la suerte de que alguien pudiera estimar a tan poquita cosa:
bajita, morena y vulgar, tan del montón como un grano de arena. Así lo decía mi
abuela.
Tus palabras
me resonaban en los oídos, susurrando tu abrazo, incluso
desde la distancia, en el momento exacto que lo necesitaba, como si lo
supieras, como si me miraras escondido en alguna ráfaga de aire. Sabías estar
presente en mi cabeza y pasearte por mi corazón a tiempo completo, sólo con la
brújula de tu intuición. Tú resonabas dentro mí, como una campana vibrante y bien timbrada, que
me llamaba a impulsos, a golpes de amor impacientes, imposibles de ignorar.
Tu manera de
querer me hizo especial sin serlo. Fuiste muy generoso. Me diste tanto, de
repente y tan intenso, que no me dio tiempo a pensar si era demasiado. El viento sopla fuerte a ratos, las tormentas
pasan y los chaparrones se convierten en fina lluvia que apenas cala. Así pasó…
Pasaron las
palabras de amor, los guiños de complicidad, las llamadas y los sonidos, la emoción de sentirme querida. La
seguridad y la rutina silenciaron todo. Pasó la boda, nacieron los hijos,
recibimos a los nietos. Días, meses y años junto a tu manera de querer, desde
el cielo hasta la tierra, del todo a la nada.
Siempre te
has reído de mi afición a los culebrones, en las largas tardes de sofá. Pero en
uno de ellos, lleno de sensibilidad, encontré la clave de mi vida. Él decía:
“Hay muchas formas de amar, hay muchas maneras de querer…” Y ella le respondía:
“De querer yo sólo sé una: sólo se quiere con el corazón.”
Y ¿sabes
qué? El corazón late siempre, no se para, no pasa... Se mantiene vivo porque conserva
su ritmo cada segundo de la misma manera. Un querer que no late siempre igual,
está muerto.
No te
escribo esta carta para hacerte reproches, amor, soy demasiado vieja para
cambiar y estoy muy enferma; lo siento por dentro. En esta cama de hospital
siento que se me va la vida y con ella me llevo tu manera de querer, la que
ahora me guiará a otro cielo. Y me voy agradecida, con los ecos vibrantes e intensos que todavía
resuenan en mí… ”
La fuerza de tus protagonistas siempre me alucina. Ésta me ha recordado una escena de la película “Solas” en la que la madre de la protagonista, María Galiana, está junto al insoportable (por no decir otra cosa) marido encamado en el hospital. Él, en su tono habitual de exigencia y maltrato, de amargado, no para con sus reproches y comentarios agrios y ella, simplemente ganchilla (o calceta, no recuerdo bien), calla y sonríe. Hace años que su vida y su sonrisa le pertenecen.
ResponderEliminarUn abrazo Mara! :-)
Cuando escribo muchas veces le doy vueltas a la misma preocupación: el bien y el mal que nos hacemos, la felicidad y el daño que provocamos al mismo tiempo. Y lo peor es que lo hacemos sin darnos cuenta y sin pretenderlo, de modo que no somos capaces de atajarlo... Las mujeres han soportado mucho ese daño y algunas han sido "vencedoras" en secreto.
EliminarNo he visto la película, pero tal como describes la escena, estoy deseando hacerlo sin falta. Apuntada!!
Otro abrazo de vuelta, Isabel. Gracias por todo :)
De acuerdo con Isabel; tus personajes son tremendamente generosos Mara, intensos en amor verdadero. No te pierdas "Solas" es dura, pero buena película, como estos relatos :)
ResponderEliminarAbraçades!
Gracias, sé que a veces soy dura, pero la realidad junto a los que convivimos también puede serlo. Y es una especie de humilde llamada de alerta para que nos comprendamos, nos reconozcamos y, sobre todo, nos aceptemos.
EliminarUna forta abraçada!!
Aquí, disfrutando de tu mundo. Besos, hermosa
ResponderEliminarMe alegra mucho que lo disfrutes. Gracias :)
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