—¿Estás
seguro de lo que vamos a hacer?
—Que sí,
tío. Venga, no te acobardes ahora.
—Es que
igual metemos la pata. Y nos pillan. Y nos despiden. Y ese cabrón nos termina
de arruinar la vida del todo.
—Eso no va a
pasar. Le vamos a dar una lección, un susto nada más. Pero no se le olvidará
jamás.
—¿Sólo un
susto? ¿Seguro? Entonces, ¿para qué has metido un cuchillo en la mochila?
—Calla ya.
¿Qué te pasa? No me digas que no sería un gustazo rebanarle el pescuezo…
¿Vienes conmigo o te piras? Yo voy a seguir el plan…
El plan era sencillo y la oportunidad se les había
presentado de forma inesperada. Un congreso del sector al que les habían
invitado a última hora, junto a su jefe, como representantes de la empresa. Se
encontraban a más de doscientos kilómetros de sus casas, pasando la noche en un
hotel, después de la primera jornada celebrada ese día. Era la situación ideal
y el momento perfecto para resarcirse de todo… A medianoche, el silencio era
denso e inquietante en el pasillo del hotel. Sus voces, cuchicheando, sonaban cada
vez más elevadas…
—Vale,
voy contigo. Pero escucha: ¿Y si el jefe no es tan cabrón en el fondo? Puede
que done dinero, alimentos o haga obras de caridad en secreto. No sé… ¿Y si no
lo entendemos? ¿Y si tiene alguna razón para ser así? Igual está amargado por
una madre inválida, un hijo drogadicto o algo así…
—¿Ahora me
vienes con esas? ¡Pues claro que no! Es un capullo integral. Un cabrón porque
sí. No tiene hijos; está soltero y
forrado de pasta. Sus padres viven todavía y confortablemente, además. Se tira
a todas las tías buenas que son tan inocentes como para pensar que las adorará
eternamente y las cubrirá de oro. Cosa que cumple, claro, durante una semana o
dos. No le duran más… Eso sí, a nosotros nos jode todos los días. A nosotros dos
y a todos los que trabajan en la empresa.
—Ya, eso ya
lo sé. Te has informado bien…
—No se me
escapa nada, tío. Me conozco al dedillo su vida y milagros de feliz triunfador;
lo que hace cada día, los restaurantes y
todos los sitios de lujo a los que va sin remordimientos, después de habernos exprimido
y aplastado. Nos está matando. Es tóxico, como decía aquel libro que leímos.
¿Te acuerdas? Coincide con todas las
categorías: sociópata, egocéntrico y victimista, arrogante y presuntuoso,
neurótico, envidioso, vengativo… ¿Sigo?
—No, no hace
falta. Sólo que lo de tóxico suena fatal. Es que entonces tóxicos somos todos. Venenosos,
podridos, ponzoñosos, dañinos… Todos podemos ser así en un momento dado…
—¿Tanto?
¿Tantas veces? ¿Siempre?
—Vale.
Vamos…
La puerta de la habitación cedió más rápido
de lo que pensaban. Dentro se respiraba un ambiente espeso y dulzón de perfume
caro y sudor. La tupida cortina granate dejaba escapar una fina línea de luz
que atravesaba la cama donde su jefe dormía profundamente. En completo
silencio. No se escuchaba ni siguiera un suave ronquido cuando se situaron uno
a cada lado de la cama. Respiraron y se miraron a través de la oscuridad para
darse ánimos. Una mano se deslizó hacia la mochila y alcanzó el tirador de la
cremallera. El sonido que hizo quedó silenciado al instante por otro más débil
pero angustioso.
De la cama comenzó a surgir un gemido tenue
al principio, intenso y agudo después. El gemido se convirtió en aullido y
luego en sollozo. Lloraba entrecortadamente; subía y bajaba el tono, ascendente
y descendente, con una insólita cadencia. En su rostro dormido se iban reflejando
el dolor, la ansiedad, el desamparo… Sus rasgos exhibían los gestos que dejaba
escapar su garganta, como una película, fotograma por fotograma. No abrió los
ojos. Sus párpados parecían sellados y sólo parecían barnizados por una leve
humedad brillante, de lágrimas olvidadas. De repente, quedó en silencio y los
dos se miraron, dispuestos ya a escapar. La angustia dormida de su jefe les
había contagiado hasta tal punto que no se sentían capaces ni de respirar.
Antes de alcanzar la puerta, estremecidos, oyeron unos roncos estertores, idénticos
a los anunciadores de la muerte. Llegaron a la salida, en medio de un inusitado
silencio. Una breve tregua, porque al poco se reanudaron los gemidos, aullidos,
sollozos. Y vuelta a empezar…
—Joder,
tío. Tenías razón. Es tóxico, pero con él mismo. Se está matando solo. ¡Lleva
el veneno dentro!
El cuchillo apareció al día siguiente
abandonado en el pasillo. El jefe lo vio sorprendido, cuando se puso en marcha, atildado y
elegante, para la segunda jornada del congreso. ¿Qué habría pasado esa noche
para que alguien lo dejara tirado allí?, pensó. “Bueno, para mí ha sido una buena noche. He dormido mejor que hace
mucho tiempo. Todo controlado, campeón, nada podrá contigo…”