domingo, 19 de junio de 2011

Carta contra la anorexia

Mi querida niña:
Puede que estas sean las últimas palabras que leas antes de que llegues al final del tunel por el que desciendes sin freno desde hace…¿cuánto? ¿Cuándo empezó la cuenta atrás? ¿Cuántos números restan para que queden sin vida tus frágiles huesos, apenas cubiertos ya por una fina capa de piel?
Seguro que ni tú misma tienes la respuesta, pero piensa, haz un último esfuerzo. Tal vez recuerdes, como yo lo hago ahora, a la sonriente y feliz niña de mejillas sonrosadas que escuchaba a lo lejos, sin comprender, aquellos comentarios: “Qué guapa es esta niña, lástima que esté tan gordita”, afirmaba condescendiente y entre susurros la vecina que charlaba con tu madre. Intuías que algo estaba mal en ti, ¿pero qué?.
Como pequeñas gotas que desgastan la piedra, fuiste creciendo al son de frases e imágenes que dibujaban un modelo imposible para tu incipiente cuerpo de mujer. Un cuerpo que jamás aceptaste y que se iba deformando al tiempo que tratabas de dominarlo. No era perfecto como querías, como por todos lados te decían que debía ser. Revistas con interminables dietas, tiendas de ropa mínima, programas de televisión ensalzando la belleza de la delgadez, anuncios sobre la temida “operación bikini”, modelos escuálidas sobre la pasarela. Horas y horas tratando de absorber e imitar un ideal, una quimera.  Aprendiste pronto que valoraban y juzgaban una imagen. Se grabó a fuego en tu mente que querían a tu imagen, no a ti.
Tu cuerpo crecía sin control, igual que el resto de esa vida adolescente que eras incapaz de comprender. No quisiste dar una oportunidad a esa amiga que te traicionó por ser la más “guay” del instituto, pero que en el futuro podría llegar a apoyarte como una hermana. No quisiste perdonar a aquel chaval, que sólo quería calmar sus hormonas mientras te manoseaba, y que con el tiempo podría convertirse en un hombre digno de amar.
Te encerraste en el silencio, en la negación. Construiste muros interminables a tu alrededor para no sentir dolor. Se eclipsó tu sonrisa y sellaste tu boca a las palabras, a cualquier alimento de consuelo. Te perdió esa euforia que sentías cuando controlabas la sensación de hambre hasta no tener apetito…era entonces cuando te sentías fuerte, poderosa. Te cegaron las alabanzas sobre tu incipiente delgadez hasta olvidar cuando debías ponerle punto y final a tanto sinsentido.
Y descendiste por el tunel impulsada por todos; empujada por tu propia voluntad.
Ahora apenas eres un reflejo con vida frente al cristal. ¿Por qué no gritas, no maldices, no insultas a los que te hicieron daño? ¿Por qué tu única compañera es la amargura? ¿Por qué no sirve la ayuda, la preocupación de tus amigos, el cariño de tu familia, la atención de los médicos? ¿En qué rincón se escondió aquella niña?
Búscala. Todavía existe, siente y respira. Quiérete, mi niña. Vive!

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