miércoles, 22 de junio de 2011

Zamora

Te dejé allí, sola y silenciosa, acunada por el Duero, esperando el largo y crudo invierno que te ocultará entre la niebla. Olvidada por casi todos, habitada por casi nadie. Arreglando una y otra vez tus galas de dama sobria y austera, aferrada a un pasado de siglos que apenas recogen ya los libros de historia. Paciente siempre, serena bajo el sol que todavía te recuerda, esperando un futuro sin esperanza, añorando una juventud esquiva que revitalice tus calles.
Entre la apatía y la impotencia, avanzas sin dar un paso hacia adelante, flotas sin ahogarte en el río, sobrevives milagrosamente a cada día eterno, mientras ves envejecer a los que mantienen el cerco de tu muralla.
Siempre has sido injustamente ignorada, vieja dama. Sigue lamiéndote las heridas, acumulando polvo entre tus piedras, sacando lustre a los restos de tu antigua gloria. Hazlo para los que regresaremos siempre a ti a limpiarnos las telarañas del alma.
A Zamora… mi ciudad de paz.

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