miércoles, 22 de junio de 2011

Territorio sombrilla

Mediodía bajo un sol ardiente, brisa marina, suave oleaje al fondo y sonoro murmullo de miles de veraneantes apiñados en la playa. Entre el tumulto de sombrillas que ocultan la arena, se adivina el azul Mediterráneo. Por milagro, encuentra un pequeño resquicio de tierra inconquistada, extiende la toalla y antes de tumbarse, recibe una lluvia de arena de un pequeño que corre alocado hacia la orilla.
Mira hacia la derecha y ve a la madre del diablillo gritándole que vaya con cuidado: los manguitos, la crema de protección solar… Se la ve agotada y sólo es mediodía. Desde primera hora, ha arreglado el piso alquilado, preparado los desayunos, hecho las camas, la compra, los bocadillos…Ahora confía en encontrar unos minutos de descanso para broncearse y verse bonita con el vestido que compró en las rebajas. Duda, como siempre, que su marido sepa apreciarlo.
Su marido, ese hombre casi desconocido, con el que convive desde hace más de veinte años, y al que ahora, observa relajado y medio dormido, con su nuevo y juvenil bañador azul brillante de estampado floral. Su vientre sube y baja, entra y sale del cordón del bañador, con plácida satisfacción, disfrutando de lo que él considera su merecido descanso. Adiós por unos días al traje y a la soga al cuello con forma de corbata. Nada de horarios, nada de jefes tiranos. Ni rastro de la humillación cotidiana en la oficina. Allí y ahora es el rey del territorio bajo su sombrilla. La idea le estimula tanto que entorna levemente los ojos y mira de nuevo, comiéndosela con los ojos, a la joven que, a su lado, charla con una amiga.
Las dos chicas se extienden el bronceador sobre el pecho desnudo, mientras comentan la noche anterior, de botellón en la playa y baño nocturno en el mar. Secretos, confidencias y análisis, entre risas, de besos y caricias. El más guapo no siempre es el más divertido, el morenazo más cachas no siempre es el más simpático. Planean la próxima noche, buscan la aventura perfecta del verano, el amor apresurado en la playa, el recuerdo de una pasión fogosa que sostendrá su invierno de futuro incierto y sin trabajo. Lo único seguro es que disfrutarán de su vitalidad, su juventud y su cuerpo antes de convertirse en la anciana que ven, sentada en una silla, frente a ellas. 
Arrugada, con la cabeza inclinada sobre el cuello, la anciana trata de atrapar algunos instantes de aquellos veranos junto a su difunto marido. Por mucho que cambien las modas, los anhelos acumulados durante el año se lavan entre las olas y se rebozan en la arena. Los turistas nórdicos seguirán teniendo el mismo tono rojizo y regresarán a sus países con la amenaza de un cancer de piel “made in Spain”; niños y adultos seguirán construyendo sus castillos de arena como si no existiera un septiembre.
Y todos por igual cerrarán la sombrilla cada día y regresarán, sudorosos y exhaustos, atravesando el interminable desierto de arena que les separa de la orilla, cargando con su sombrilla, su “cruz” particular.
En recuerdo de la Playa de San Juan, Alicante

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