domingo, 19 de junio de 2011

Zapatos de tacón

Cada vez que veo a una amiga caminar con una mueca de dolor encaramada sobre unos zapatos de tacón imposible, recuerdo este fragmento de “Viento del este, viento del oeste” de Pearl S. Buck. El sufrimiento de una mujer china, sometida a la tortura de los pies vendados, enfrentandose al rechazo de su marido que no tolera esa bárbara tradición:
¿Los pies vendados son feos? ¡Y yo que siempre había estado tan orgullosa de los míos! Durante mi infancia, mamá había vigilado personalmente la cotidiana inmersión en agua casi hirviendo y el inmediato vendaje, cada vez más apretado. Al quejarme de dolor, ella no dejaba de recordarme que un día mi marido elogiaría la belleza de mis pies.
Incliné la cabeza para ocultar las lágrimas. Pensé en las numerosas noches de insomnio, en los días en los que la intensidad del dolor me impedía comer y jugar, moviendo los pies para aligerarlos del peso de la sangre. ¿Y ahora…? Después de haber soportado tanto, cuando el dolor había cedido poco a poco, ¡mi marido decía que los encontraba feos!
Salvando las distancias, por supuesto, cuando leo estas líneas me indigna el sufrimiento innecesario que han padecido muchas mujeres por sentirse atractivas y agradar a los hombres, empujadas por equivocadas modas o costumbres. Me recuerda que un objeto fetiche de deseo masculino puede convertirse en un refinado instrumento de tortura femenino. Me recuerda esa lamentable creencia de que para estar guapa hay que sufrir… ¿Y dónde está escrito que tenga que ser así? ¿Acaso el atractivo de cualquier mujer reside en los pies? ¿Una mujer es más bella por ser unos centímetros más alta?.
Nos han vendido que los zapatos de tacón, más allá de lo indicado por los médicos, realzan y estilizan la figura. No lo pongo en duda, pero sospecho que muchos gurús de la moda que diseñan tacones de vértigo se negarían en redondo a deformar o aprisionar alguna parte de su anatomía para “realzarla”. Y estoy convencida de que no aporta ningún glamour el rictus de dolor que aparece cuando arden las plantas de los pies o cuando los dedos aprisionados claman por su liberación, o cuando una se tambalea sobre los tacones a punto de sufrir un esguince de primera división.
¿Realmente merece la pena? Piensa bien. Pisa firme. 

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