viernes, 25 de noviembre de 2011

La sonrisa de mi corazón

Hay algo tan seguro como el amanecer, como el sol que aparece cada día aunque cambie sus matices, mostrando su luz a cielo abierto o tras las tormentas cotidianas, aunque ilumine un mundo y sólo quede para ti un rayo de calor.
Hay algo que existe con la misma certeza del mar, que guarda sus tesoros en lo más profundo y sólo escupe a la superficie los deshechos del tiempo, restos de olvido, mentiras y renuncias, escombros de naufragios cotidianos. 
Hay algo que sobrevive al pasado al que uno se aferra para seguir flotando entre el oleaje, a la espera de otras playas, de otras costas donde recalar y construir otro futuro.
Hay algo inmutable ante los vientos del cambio, terso frente a las arrugas del tiempo, susurrando como la brisa que sopla suave, constante y limpia.
No desaparece porque es verdadero, porque viaja dentro, alegría que permanece, aunque en ocasiones se proteja para no querer demasiado, aunque a veces se esconda en el silencio. 
Nada altera ni destruye lo auténtico que se lleva dentro: la sonrisa de mi corazón

lunes, 21 de noviembre de 2011

La fantasía de una voz

Cada noche ella repetía el mismo ritual. Abría las cortinas y se vestía sólo de luz de luna. Extendida sobre la cama, frotaba las sábanas con los pies y encendía la radio con un suave suspiro de anticipación. A los sones de la sintonía del programa, del dulce vaivén del Adagio de Albinoni, la oscura habitación se iluminaba con la voz, profunda y bien timbrada, del locutor de madrugada. Desgranaba palabras de amor y declamaba manoseados poemas entre melodías antiguas, mientras ella se dejaba inundar por aromas intensamente masculinos. Notas de cedro, menta y canela ascendían por su piel. Respiraba esencias, mientras la voz le susurraba junto al lóbulo de la oreja y descendía húmeda por su garganta. Se detenía entre sus pechos, con un delicado toque, se deslizaba por el vientre, en una breve parada, hasta el centro de sus muslos. Todo su cuerpo vibraba sin control. Sus manos, sus labios, sus caderas, su deseo, su lógica y su razón se convertían en cuerdas de guitarra a los sones de aquella voz que sonaba exclusivamente para ella. Era suya y era única en esas horas. El amanecer le devolvería después su vida anodina e invisible.
Hasta que no fue suficiente. Quiso más. Esperó paciente bajo la lluvia y, a la salida de la emisora, lo vio aparecer, alto y desgarbado, sonriendo con descaro, mientras rodeaba con su brazo la cintura de una adolescente que soltaba risitas nerviosas, orgullosa de su suerte, sin percatarse de que para él era poco más que un trofeo de una noche. Otras seguían sus pasos a corta distancia, reclamando su atención, dispuestas a ser las siguientes en la lista.
Ella le observaba completamente inmóvil, humillada, desde el vacío que se había abierto hueco en su mente. “Ingenua, estúpida”, clamaba con un grito ahogado. Ascendía el odio en oleadas desde los pies a la cabeza. En un instante, el amor intenso se tornó en odio profundo. Para sobrevivir, supo que odiarle dolería menos que amarle. Con mano temblorosa, rebuscó en el bolso el estuche de manicura, aferró las pequeñas y afiladas tijeras, y pensó en clavárselas en la garganta, en hundir el filo entre sus cuerdas vocales. Dio un paso hacia adelante… Un hilo de cordura detuvo su deseo de acabar con aquel que había matado la fantasía de una voz, el impulso de su vida. Porque era de todas, porque no era suya, porque no era única. Porque no era nada. 
Vagó sin rumbo hasta que salió el sol. ¿A dónde ir sin objetivo? Se sentó en la terraza de una cafetería solitaria a contemplar el febril despertar de todos los que conocían su destino cada día. De repente, sonó una voz con notas de mandarina, gotas de limón y sándalo, enmarcada por una sonrisa acogedora.
- Buenos días. ¿Qué desea, señorita?
- Un café y una nueva vida, por favor…

viernes, 11 de noviembre de 2011

Hubiera bastado con un abrazo...

…o con un beso, o con una palabra de cariño. Cualquier gesto de calidez, de cercanía, de consuelo hubiera bastado para frenar las lágrimas cuando las fuerzas llegan al límite, cuando te inunda la fiebre, cuando se siente un rayo de dolor que parte en dos la cabeza. Cuando dar un paso más allá del borde de la cama es una aventura imposible… 
No puedes mirar cara a cara a la enfermedad. Nunca pudiste. Ni asumir los pocos momentos en que te venció, ni acercarte a la de los demás. Te paraliza el miedo a un enemigo desconocido y rebelde que no puedes doblegar con tu eficacia de ejecutivo. Tratas de acudir a los remedios prácticos, revisar el tratamiento médico, los fármacos, el reposo, reorganizar todos los esquemas. Pero el dolor no tiene medida, lógica, ni control, y puede ser invencible cuando el siguiente paso es temer a la muerte segura, sentencia final e ineludible para todos. Ese terror oscuro de niño desvalido se refleja en tu expresión cada vez que alguien a tu lado se siente enfermo. No entiendes porqué ese rostro sonriente aparece ahora desfigurado por el dolor, abatido por la enfermedad. Te vence el miedo, cargado de impotencia, a perder de un sólo golpe lo que amas, los pilares que sostienen tu vida, y enterrar las razones que te empujan a seguir adelante. 
Nada ni nadie supera a la muerte y recuperarse de cualquier enfermedad es una difícil prueba. Pero la valentía de vencer la aprensión y los temores, y ofrecer a tiempo una caricia, una mirada, un gesto de cariño puede ser más efectivo que el más refinado y costoso de los tratamientos. Un simple, un sencillo abrazo, da vida. 


“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”. Sigmund Freud.