miércoles, 31 de julio de 2013

Será que amo el mar...



Será que amo el mar porque contiene el prodigio de la inmensidad, el secreto de lo desconocido, el grito de las palabras y todos los mensajes lanzados hasta su eternidad dorada y azul,

será porque guarda noches vividas y días soñados, aromas de horas que siempre retornan a la memoria, como la marea que se esconde y se ofrece sin llamarla,

será porque lo miro y no lo abarco, lo toco y no lo atrapo, lo deseo y no lo consigo. Sólo a gotas, a olas, se deja querer, celoso guardián de la serenidad.


Será que te amo como a todo lo que no tengo, con la fascinación de lo imposible, en la infatigable carrera tras lo inalcanzable. Serás mi meta, de aquí a mi destino. El paraíso donde la única recompensa es amar por amar. 




lunes, 22 de julio de 2013

Si imaginas, ¿qué sientes?



Si miras esta fotografía, ¿qué ves? Si imaginas, ¿qué sientes?
Una mujer está al borde de la vía.
Termina un túnel de hierro y asoma una espesura incierta.
A su lado una maleta, espera.
¿Será el final de una vida? ¿El principio de otra duda?
¿Será una huida desesperada, una fuga solitaria?
¿El deseo cumplido de una solemne promesa?
¿Un encuentro futuro más allá de la maleza?


"Una mujer espera junto a una maleta. La vía se acaba y la vida comienza. Sólo ella sabe si va o viene. Si la maleta está llena de nada o si todo lo contiene: el valor de lo pasado, de todo lo que ya no tiene. Sabe que jamás estará vacía.

Una decisión detiene a la mujer de hierro al filo de su vida. Paró el tren que a ningún sitio conducía y, en medio de la vía, nadie la mira. Sólo ella ve la vida que imagina. Si tiene los ojos empañados de nostalgia o una sonrisa dibujada con trazos de alegría.

El túnel acaba recto y mira la primera curva del final de su vida. Ve cómo se estrecha la vía de un recorrido que fue ancho y cómodo. Construido por otros, decidido por tantos que nunca fueron ella. Ante sus ojos crece la hierba inhóspita, el paisaje difuminado: claroscuros sin color todavía.

La vía acaba y comienza la vida. Sólo ella sabe si será sola o en compañía. Será lo que lleva ahora  y lo que dejó atrás quien decida. Todo lo que no ya tiene va protegido en la maleta, el corazón dentro y el valor fuera. Al borde de la vía, frente a la vida..."


Si la miras y decides, si la miras e imaginas,
verás lo que tú sientes, ahora, en este punto de tu vida,
al borde de este minuto, al final de esta hora...



jueves, 18 de julio de 2013

Anoche soñé...




Anoche soñé que eras mi día.

Como gotas de rocío, amanecías
sobre mi cuello atento,
te deslizabas por mi garganta fría
y abrías mi pecho sediento de agua 
limpia de pena, olvido y decepción. 

Anoche soñé que me estremecía
con una gota ardiente de tus labios, 
húmeda de vida fresca, plena de brillante sol,
que el deseo no es pecado, ni culpable el amor.

Vi en ti el reflejo de todos los universos,
privados, imposibles, infinitos, 
mundos necesarios como el aire al respirar,
verdes en un beso de hierba y negros en la noche,
a veces teñidos del gris adiós,
siempre de mil colores en el amor.

Anoche soñé que eras mi vida,
que un día te diría las palabras atrapadas
en cada gota del día.

Que te quería más que nadie,
y tú jamás lo sabrías…




jueves, 11 de julio de 2013

¿Matarías por mí?

“¡Maldita sea, no llego a tiempo!” Miró el reloj y resopló para coger aire. Disponía de sólo cinco minutos para subir los cuatro empinados tramos de escaleras que conducían a la sala del juicio. Llegaba tarde porque la funesta casualidad había querido que su mujer estrellase esa misma mañana el coche contra una columna del garaje. Parte del capó de su adorado BMW había quedado tan arrugado y descolorido que “dolía” verlo. Otro marrón del que ocuparse al llegar a casa para rematar la “fiesta” del día. “Es que no entiendo cómo se puede ser tan inútil. Pero, joder, si es que hay más sitio para moverse en el garaje que en una plaza de toros…”

Casi al borde del colapso, jadeando, llegó al vestíbulo y se acomodó la corbata, mientras rebuscaba en su maletín los documentos relativos al caso. Creía tenerlo bien atado: su defendida era inocente de la acusación de asesinato formulada por la familia de la mujer que había fallecido, al caerse desde la azotea de su vivienda. La fiscalía no había podido probar durante la instrucción del caso que su defendida hubiera empujado a la víctima con la intención de matarla, pese a que ambas habían mantenido una fortísima discusión, a causa de un hombre. Los gritos habían sido escuchados de lejos por algunos vecinos. “Bien, todo está clarísimo. No hay confesión, no hay pruebas suficientes, no puede haber condena.”

Más tranquilo, se aclaró la garganta y entró con la cabeza gacha en la sala, murmurando una disculpa en dirección al presidente del tribunal. Le bastó un rápido vistazo al banquillo de los acusados para comprobar que su defendida seguía con el mismo rostro impenetrable desde que fue detenida. “Lo de esta mujer es alucinante. Ni en el juicio se inmuta. Bueno, total a mí, mientras me pague…” La vio serena, con las manos juntas en el regazo. Morena y altiva, con los rizos desordenados sobre los hombros. Los labios apretados y firmes, las mejillas pálidas y las cejas finas enmarcando unos ojos de un negro profundo.  En ninguna de sus conversaciones había conseguido desentrañar las emociones de aquella mujer. Con un escueto “no” había negado el asesinato. Sus gestos eran tan limitados y medidos como sus palabras.

No pudo evitar compararla con su propia mujer, quien le dedicaba cada día un amplio rosario de aspavientos e indirectas. Creía tener descifrados todos los “yo no digo nada” y los “bueno, vale, tú mismo” de su mujer. El truco, resuelto después de 15 años de matrimonio, era asentir y dar por seguro que significaban todo lo contrario.

¿La acusada va a contestar a las preguntas que se le formulen?- la pregunta del presidente del tribunal le pilló de sorpresa, por andar perdido en el fango de sus cuitas domésticas.
 No es necesario, señoría. Me declaro culpable. Yo la maté.- respondió ella, sin el menor titubeo. Sobre la sala y entre todos los presentes, se extendió un silencio atónito.
¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué dice? -gritó- ¡No es posible! Mi defendida se declara inocente, señoría. Esto debe ser un arrebato, está nerviosa, alterada por el juicio. Esto es un error… No, no es así… .- balbuceó.- Solicito un receso para hablar con mi clienta, señoría, por favor.

Se acercó a trompicones al banquillo de los acusados y esperó una respuesta: “¿Por qué, por qué demonios confesaba ahora?” Ella se puso en pie y, con el mismo aplomo de siempre, le dijo:

- Maté a esa mujer. Sí, lo hice. La empujé porque pretendía quitarme al hombre que amaba. Lo hice por amor, por mi vida. De qué sirve amar tanto si él nunca se entera, si nunca llega a saberlo. Tenía que decirlo, ante él y ante todos.
- Ya, vale, muy romántico, pero sigo sin entender. Si hubiera callado y se libra de ésta, podría estar con él. Podrían casarse, tener hijos, no sé… todo eso que hacen los enamorados…
- Hoy comprobé que ya es demasiado tarde.- sentenció ella.

Y siguiendo su oscura mirada, vio al fondo de la sala, a punto de salir, a un hombre alto y atractivo que sostenía por la cintura a una impresionante rubia, vestida de rojo de pies a cabeza, con un escote diseñado para bucear en sus blancas y suaves profundidades…

Interrumpió un tanto avergonzado sus pensamientos y recogió resignado su maletín. Trataría de encontrar otra estrategia de defensa, aunque estaba convencido de que el tribunal seguiría sin encontrar pruebas suficientes y la absolvería. Al fin y al cabo, toda la opinión pública y la prensa de forma unánime, se habían puesto de su lado. Y la experiencia le decía que es más fácil defender una mentira asumida por todos que una verdad nueva mantenida por uno solo.

Al llegar a casa, su mujer lo aguardaba con la cabeza alta y una sonrisa precavida, dos signos evidentes de que estaba a la defensiva pero complaciente. A la espera de la batalla por el estropicio del coche.

- ¿Tú matarías por mí?- le preguntó a bocajarro, nada más entrar por la puerta.
¿A qué viene eso? Lo del coche fue culpa de la columna que apareció de repente…
- No, no, olvida el coche. Te pregunto: ¿me querrías tanto como para matar por mí?
- Bueno, no sé qué te pasa. Pero sí, mataría por ti.- respondió ella, rotunda. Y en sus ojos vio esa chispa, ese brillo especial, como en los de su defendida…
¿En serio? ¿Para quedarte conmigo?- sorprendido, no daba crédito a lo que oía. Pero si su mujer no era capaz de matar ni a una mosca. De las arañas ya, ni hablaba…
Mataría por defenderte, no para apropiarme de ti. Que tú quieras quedarte conmigo voluntariamente es la única demostración de amor que necesito.- Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa.

No hacía falta más; su juicio estaba visto para sentencia. Todavía tenía mucho que aprender de ella. Y por suerte, toda una vida por delante para descifrarla…


martes, 9 de julio de 2013

Lo quieras o no...




No fue fácil. El camino jamás fue corto y recto.

Me perdí en los recodos del tiempo y en las curvas de la imaginación.
Me detuve ante todas las señales de amor, equivocadas o ciertas. 

Temí perder el control,
demasiado amor,
en una sola dirección.

Dudé, me equivoqué y seguí.
Y tantas veces volví al principio por los atajos falsos de la memoria 
que sólo hallé huellas sepultadas por la historia que viví.

Busqué lo que no encontraba,
esperé en el borde de la nada
y creí morir.

Olvidé que el destino obliga a avanzar, lo quieras o no.
Te empuja hasta que aprendes que seguir adelante es el camino.
El resto es el equipaje que eliges, querido o no.
Y yo te quiero, luz y sonrisa conmigo
en mi camino, querido, hasta el final.