jueves, 30 de junio de 2011

Ausencia

No me busques nunca entre la desolación, esa inmensidad oscura, profunda, ciega por las lágrimas y tapiada por la pena. Nada verás con el corazón hundido, los puños apretados, y el aliento agotado de suspirar por lo irremediable. Alza la cabeza y mira alrededor…
Estaré en la primera sorpresa del día, en el primer impulso que te hace sonreír, en un vuelco de corazón, en luz y aroma de hogar. Me verás al calzarte tus zapatillas y caminar sin rumbo, en todas tus caídas y en tu destino final. Al recordar aquel día y aquella risa, entre las hojas caídas y los destellos de sol. Bailaré contigo bajo la lluvia y juntos nos secaremos con una sonrisa.
Estaré en tus manos, intangible, en el rincón más apartado de tus recuerdos y en el borde de tu futuro. Viviré en el calor de un abrazo y la dulzura de un beso. Seré ternura y compañía fiel cada minuto del día. 
Me verás si me piensas. Estaré siempre, si me sientes.

Olvida el bolero, reloj...

Olvida el bolero, reloj...
Marca las horas sin pausa, no des tregua, que se deslicen rápidas, fugaces, hasta ser invisibles. Que vuelen veloces los minutos, que se esfumen los segundos, que el último aliento se funda con el deseo en la oscuridad de la noche.
No me regales tiempo para pensar, ni momento para sentir. Que desaparezcan a tu ritmo los ecos de canciones de amor, borra lo inalcanzable, oculta en tu eternidad esperanzas imposibles e ilusiones soñadas, acalla con tu tic tac todas las voces. 
No me dejes ni un instante más entre sus brazos, porque no puedo… no debo enloquecer.

Lección aprendida

No se aprende, ni aunque pasen los años y pesen los días…
Se deja el corazón en cualquier rincón, desprotegido, en lugar incierto, en tierra de nadie. Se entrega allí donde nada crece ni fecunda. Solitario, torpemente disfrazado de tentación que nadie desea morder, a merced de miradas indiferentes y sentimientos muertos.
Se olvida como un mendigo sin limosna, clavado en el presente, engañado por el futuro. Vive zarandeado por el rechazo, mareado por las dudas, aturdido por los silencios; agotado y senil.
A medio camino hacia ninguna parte, uno regresa a rescatarlo y vuelve sobre sus pasos, más derrotado que nunca. Y avanza, de nuevo, con el corazón apresado en las manos, vestido con una nueva capa de dolor, jurando no volver a dejarlo libre, prometiendo que estará buen resguardo, conjurando el temor de que jamás se vuelva a escapar. 
Con la lección aprendida, hasta la próxima vez…

miércoles, 29 de junio de 2011

Aquel hombre...

vivía más allá del tiempo, del ritmo de los días y la prisa de otros. Avanzaba al volante, ventanilla abierta, brazo extendido, acariciando el viento con su mano recia. Conducía lento, como si caminara por el asfalto, absorbiendo la luz de la tierra, los sonidos del campo. Respiraba despacio, saboreaba aromas del aire y dosificaba las palabras, entresacadas con sumo cuidado de su refugio de silencio.
Se levantaba antes que el sol para acercarse a la orilla del río, tender su caña y sentir la compañía de los peces durante horas, en comunicación íntima y privada con aquellos seres bajo el agua, convertidos en amigos más que en presas.  Tal vez, aquellos cómplices de silencios consiguieron comprender mejor que nadie la vida que transcurría dentro, su respuesta a todo sin enfrentamientos, sin levantar la voz jamás, dominando rencores, asimilando desprecios, acallando odios. Tal vez, algún día vieron los rayos fugaces de sus tormentas interiores, profundas y breves, y cómo al instante, se abría el cielo con su sonrisa. 
“En el fondo, todos somos egoístas. Compartimos dolor y frustración porque no somos fuertes y capaces de superarlos en soledad. Los gritos que se responden con gritos, ensordecen y enturbian la calma de todo lo que nos rodea; nos altera la ira que traspasamos a otros, y en cambio, por cobardía, por evitar más dolor, nos negamos demostrar el cariño que sentimos. Hasta que advertimos que ya es demasiado tarde…"
Aquel hombre reflejaba en sus ojos todos los colores de una hoja verde, húmeda y brillante tras la lluvia de primavera, cegadora a la luz de un mediodía de verano, ocre y tibia en otoño… hasta la oscuridad del último invierno. 
"Mi única ambición es la más difícil y compleja de todas: ser un buen hombre.”
A mi padre

Imaginación

Nada ni nadie es más libre que su propia imaginación, con sus recodos profundos, sinuosos, interminables; estancados en un segundo eterno o en vertiginoso descenso. 
La imaginación es ese río que acumula su colorido caudal de deseos e ilusiones al paso de los años, hasta desembocar en un océano irisado, infinito, único y privado, a mano sólo del alma, a la vista sólo del corazón.

¿A dónde van las palabras?

A punto de emprender el viaje final, el viejo librero acudió a la trastienda de su antiguo negocio, y antes de echar la llave, contempló un insólito fenómeno: la repentina explosión de miles de páginas, cientos de libros, danzando al vuelo. Sin alterarse, con la templanza del que nada tiene que perder, se sentó frente a la luz cegadora y sintió la fuerza del viento que jugaba con las páginas, -marchitas, ajadas-; el viento que removía frases -repetidas, desgastadas-; el viento que agitaba palabras olvidadas, ignoradas.
¿A dónde irán las palabras que nadie siente?, se preguntó. Palabras aferradas al papel como salvavidas, lanzadas al aire como gritos de socorro, susurradas al silencio como último intento.
 ¿A dónde van las palabras que repiten cada segundo, en cada lugar, los amantes rechazados, convertidas por la indiferencia en música sin armonía? ¿Qué destino tuvieron las palabras que forjaron la historia de escritores desencantados, hilvanadas entre lamentos y deudas? ¿En qué lugar se perdieron las palabras de cariño que nadie quiso corresponder?
El librero deseó, por última vez, con todas sus fuerzas, que aquel viento indómito y milagroso repartiera con justicia las palabras, para que aquellos que lo necesitaran oyeran -leyeran-, por una vez en la vida, un te amo, te comprendo, te acompañote ayudo

martes, 28 de junio de 2011

La venganza

Frente a la puerta del juzgado, cerró los ojos y trató de aislarse del bullicio que provocaba el trasiego de personas que abarrotaban los pasillos. Intentó recordar la intensa ira que le había empujado hasta allí y seguir al pie de la letra las instrucciones de su elegante y ambiciosa abogada, una fiel sierva de Armani, pagada por su familia para acusar al que había sido su novio durante años.
“Recuerda, vamos a hundirle. Le sacaremos el dinero que no tiene, hasta el último céntimo, y si es posible, que acabe en prisión. Utilizaremos todos los recursos legales: agresión, malos tratos, intento de violación, todo… Has desperdiciado los mejores años de tu vida con ese inútil que no te ha dejado nada a cambio. Recuérdalo cuando te interrogue el juez.”
Era el mismo mensaje que le lanzaron sus padres, a voz en grito, cuando la vieron regresar, alterada, despeinada, con los ojos hinchados y un leve arañazo en la mano, sin respiración ni fuerzas, después de la ruptura definitiva.
Una fortísima discusión con él en el portal de casa, entre forcejeos y recriminaciones, puso fin a sus esperanzas de un futuro de comodidades. Hijos, un adosado en un barrio elegante, coche último modelo… Caprichos y aspiraciones que habían ido desvaneciéndose día a día. Su trabajo no daba ni para la mitad y él había demostrado ser un cariñoso pero apático vago, perdido entre escritos, películas y música, volando junto a los pájaros que poblaban su cabeza.
Fracaso y frustración. Años tirados a la basura, media vida desperdiciada junto a él. En su cabeza resonaron las críticas de su familia. Sintió una oleada de autocompasión: tenía que pagarlo.
Pero entre los recuerdos, suavemente, sin reloj, surgió otra medida de tiempo. Aparecieron aquellos instantes compartidos antes del amanecer, momentos cómplices entre risas, horas acurrucados en el sofá, minutos felices contemplando su pícara sonrisa de niño, segundos interminables rozando su flequillo antes de dormirse en un sueño. Una eternidad enamorada que había durado 15 años.
Cuando escuchó resonar los tacones de su abogada por el pasillo, se levantó y con firmeza le dijo:
“Retiro la denuncia. Definitivamente. Los dos somos culpables. No voy a hacerle daño, ni voy a vengarme, porque le quise mucho y eso hizo mi vida mejor. Tal vez no me dio el futuro ideal, pero me dejó un pasado de cariño.
Antes de alejarse y para zanjar cualquier duda, insistió: “Amar nunca es un desperdicio, abogada”

Llegará un día...

Llegará un día en el que ninguna mujer tenga que usar sus manos para ocultar la humillación de una bofetada, el dolor de todos los desprecios, el miedo a la muerte, la impotencia de saberse a merced del verdugo que consideraba su compañero, su amigo, su amor.
Ese día en el que podrá quitarse todos los escudos y enseñar su rostro con dignidad, fuerte y libre. Abrir las manos y sentir que vuelven a ensayar caricias mutiladas durante mucho tiempo. Un nuevo vestido sobre el cuerpo, seda sobre la piel, azul sobre los ojos, rimel en las pestañas, rojo en los labios. Nuevas caricias al abrir los brazos y acoger en ellos a sus hijos, sentirlos moverse a través de su vientre, verlos crecer sin rencores ni temores.
¿Ante quien hay que levantar las manos para que llegue ese día?

Y al final... el mar

Ser cada día el torrente intenso que fluye constante, imparable, una cascada entre rocas que acarician o aristas que agreden. Avanzar sin pausa ni rendiciones, sortear obstáculos sin romperse. Sentir el estruendo o el eco de la serenidad, deslizarse sin temor entre sombras, alimentarse de luz y absorber colores de vida.
Y al final del trayecto, descansar y regresar al origen, el mar…

El escritor

El escritor deslizaba la pluma sobre el papel con sabiduría de años y la dulzura del que apoya la mano sobre un rostro amigo. Enlazaba, sin detener el aliento, nombres amados rescatados del pasado, incontables verbos de acciones sin cumplir, puntos suspensivos que engarzaban dudas, errores y miedos, y alguna chispa de fugaz alegría.
Con sus últimas fuerzas arrastró aquellos sentimientos desde la infancia hasta el inminente final. Clavó las palabras en el papel, con la pluma como puñal, conjurando traiciones y pasiones, mientras cada cicatriz dejada por la vida se estampaba también en su piel.
Con el punto y final, suspiró, cerró los ojos y descansó. Su último pensamiento fue para el lector que reviviría su historia con otros ojos y otras heridas, esas que tal vez pudieran sanarse con aquellas palabras marcadas por el fuego de una vida en el papel.

Una caricia...

Una caricia es el susurro de un te quiero que se desliza por la piel, ligero y profundo a la vez. 
Un halo de ternura en la mirada que besa con los ojos, un gesto escondido entre lo cotidiano que alivia heridas y arrasa tristezas.
Una palabra con luz propia, oculta entre cientos, que con su eco despeja la niebla y mata la oscuridad.
Una caricia es el rastro de tu esencia y la realidad de tu presencia… Tu compañía.

Teorías y poemas

Busqué en todos los libros a mi alcance, desgrané las teorías de los grandes pensadores, devoré los textos de escritores ilustres, absorbí los poemas más inspirados. Desmenucé las frases, manoseé las palabras, jugué con metáforas, acumulé sinónimos, inventé voces que no existían más que en mi deseo. 
Me alimenté de los grandes poetas, me inundé de su esencia, quise extraer su poder, robar su magia… 
Nada me sirvió para llegar a ti, ninguna palabra atravesó tu indiferencia, no me rescató del olvido ni me convirtió en tu espejo. Tal vez, el único acertado fue el maestro Benedetti: “la culpa es de uno cuando no enamora, y no de los pretextos ni del tiempo”
¿Y si habla el silencio? ¿Y si me permites mirarte? ¿Y si dejas que todo lo digan los ojos?

lunes, 27 de junio de 2011

Reptiles

Dicen que las fobias son irracionales, un terror indeterminado que se siente intenso y sin justificación, pero a medida que pasa el tiempo compruebo que mi fobia por los reptiles nace de relacionarlos con los variados tipos de fauna humana que se encuentran cada día. Seres en apariencia seductores, envolventes, atractivos, que se revelan finalmente como dañinos, peligrosos y, a veces, mortales.
No puedo evitar un profundo rechazo por esas diminutas lagartijas, inofensivas, pero indignas, que se arrastran por los rincones, indolentes, siempre al sol que más calienta. Me provocan escalofrios los camaleones, aquellos que aprovechan su belleza cromática para confundirse con el paisaje. Ocultos a la espera de su presa, expertos en el camuflaje, el disimulo, dominando todas las técnicas del fingimiento y el engaño. Hábiles y rápidos con la lengua, dispuestos a cautivar con palabras huecas y mentiras disfradadas de verdad.
Veo serpientes cada día, luciendo su insinuante y sigilosa belleza. Asesinas que te pueden ahogar con la fuerza de un abrazo pretendidamente sincero. Crueles e hipnóticas, despliegan magnetismo y carisma, y destilan ese veneno seductor que inoculan a sus víctimas, con el único objetivo de aumentar el número de incautos de los que se alimenta y nutre su poder.
Más evidente es la actitud de los asesinos natos, depredadores como los cocodrilos, que matan sin piedad, por pura supervivencia, siguiendo al pie de la letra la ley del más fuerte.
Por todos ellos, siento un rechazo visceral e irracional. Los reptiles forman parte de la naturaleza, y tal vez sean necesarios para el ecosistema, igual que muchos de estos seres que tienen sus mismas características. Pero me demuestran lo peor de la naturaleza humana, aquella con la que resulta tan temible y arriesgado compartir el mismo aire que respiramos…

Puntos suspensivos...


Porque nada acaba del todo, tras cada imagen o tras cada frase quedan puntos suspensivos en el aire… Flotan las sensaciones que percibimos cuando las hacemos nuestras, y viajan desde los ojos directas al corazón o a las entrañas. Permanecen libres, a la espera de destinatario, como aquella mirada que no nos atrevimos a posar en el otro o aquellas palabras escritas únicamente con la tinta de nuestros sentimientos.
Los puntos suspensivos son la representación de lo que deseamos y callamos, lo que imaginamos más allá de lo que vemos, lo que amamos y ocultamos a los demás y a nosotros mismos. 
Son la comunicación del silencio, la puerta de nuestra imaginación, de los sueños. 
No hay puntos y aparte en la vida, todo lo que dejamos atrás permanece en el recuerdo y resurgirá antes o después. Dejemos esos puntos suspensivos como una flecha en la dirección de la esperanza, del futuro.

viernes, 24 de junio de 2011

Humo azul

Cierro los ojos cada noche con la esperanza de que al amanecer haya desaparecido la angustia de muchos, la envidia de tantos, el rencor de algunos, y el hastío de casi todos.
Cierro los ojos deseando que aquellos males, reales o imaginarios, se evaporen como un fascinante, ligero y etéreo humo azul...

Caen gotas...

Caen gotas como penas, remordimientos, miedos, dudas, vergüenza y dolor, hasta cubrir el suelo que pisamos de recuerdos marchitos, hasta llenar el charco que nos rodea, hasta que tememos hundirnos en él…
Y nunca pensamos que, antes o después, el sol acudirá a su cita, lealmente, y secará hasta la última gota.

Sin palabras


Cuando nada se consigue sólo con palabras, es mejor callar. Dejar paso al silencio. 
Parar de una vez el torrente de palabras que soltamos con la esperanza de influir en el otro, consolar, ayudar o convencer. 
Lanzamos palabras que pretenden ser caricias, pero se convierten en roces inútiles; se pierden frente a la apatía o la incomprensión del otro; se ahogan entre la corriente que las empuja, y terminan regresando para herirnos.
A veces, es mejor que el río de palabras llegue al mar del silencio. Que reposen allí, y tal vez alguna sobreviva al paso del tiempo, con el todo el valor que quisimos darle.

La madre del asesino

Se sentó temblando, avergonzada, nerviosa. Acomodó el bolso sobre el regazo, sacudió una invisible pelusa de su descolorido abrigo de paño y miró de reojo al hombre que permanecía con la cabeza encogida sobre los hombros en el banquillo de los acusados.

Es mi hijo, sí señor…perdón, señoría. Es el que mató a esa pobre chica. Yo lo vi cuando salió corriendo calle abajo, y ella estaba tirada en la acera, llena de sangre, muerta ya. Lo vi sin poder hacer más que llorar de dolor.
Lo hizo mi hijo, si señoría. Fue ese desconocido que parí hace 30 años. Una madrugada de enero, mientras helaba fuera, ocho horas de parto a dolor vivo que me desgarraron por dentro. Pero fui feliz con ese bebé rollizo y fuerte en mis brazos. Los únicos momentos en que fue mío, hasta que se soltó de los pechos con los que le amamantaba.
Teníamos poco para vivir, pero nunca faltó un plato en la mesa. No sé porqué para él no fue suficiente. Las rabietas de niño se convirtieron en patadas y portazos. Siempre quería más, nada estaba bien. Muerto mi marido, poco podía hacer cuando entraba por la puerta dando gritos que oía todo el vecindario, junto a gente desconocida que iba y venía sin darme explicaciones.
Y yo señoría, lloraba hasta que se me hinchaban los ojos para no ver, me tapaba los oidos para no escuchar, me escondía en la habitación, caía rendida en la cama, cansada de fregar todo el día. Y me miraba estas manos, quemadas por la lejía. Estas manos que todavía querían acariciarle como cuando era un bebé.
Y callaba. ¿Qué iba a decirle?, si no sabía cómo calmarle. Cuanto más le alargaba los pantalones, menos le conocía. ¿Qué iba a decirle?, si me asustaban los ojos de mi pequeño que en ese hombre brillaban como los de un loco. Temía sus miradas de desprecio, el odio de su voz. Era un descanso que desapareciera noches o días enteros. Con él se iba el miedo, volvía la paz al infierno.
Frustración, ira, decía el maestro de la escuela. Yo no sé qué tenía, señoría. En la tele hablaban de hombres así, pero parecía algo tan lejano, como las historias de los culebrones.
Cuando conoció a esa chica, vi el cielo abierto. Pensé que sentaría la cabeza. Me dijo que estaba loco por ella, que era la mujer de su vida, su gran amor. Y yo le creí, no quise saber más.
Señoría, siempre deseé que mi niño fuera un hombre de bien, pero no supe, no pude conseguirlo. Quise traer una vida al mundo, no un asesino que quitara la de otro. También es mi culpa. Él tendrá su condena. Desde que nació, yo estoy cumpliendo la mía.

Enjugó una lágrima seca, se alisó nuevamente el abrigo y salió de la sala, con toda la dignidad de la que fue capaz, sin mirar al desconocido que dejaba atrás.

Puzzle


Te siento con un puzzle y trato de comprenderte recomponiendo tus piezas sobre mi memoria. 
Coloco primero el aroma dulce y picante, seguido del gesto de una mano que encaja con el perfil de la mandíbula. Se acopla al tacto suave de un roce robado, unido a una mueca en los labios, junto al impacto de una palabra, al tono de una frase. Pegada al silencio está la sensación en la espalda…al golpe de la mirada.
Deshago de nuevo todas las piezas….y vuelvo a empezar solo por el placer de volver a comprenderte, de sentirte otra vez.

Sale el sol...

Sale el sol entre nubarrones cuando lo sentimos aunque no lo veamos, cuando lo llevamos dentro y lo reflejamos.
Cuando dejamos de ver la botella en todas las posiciones y nos animamos a llenarla; cuando tras un reto conseguido nos espera otro aún mayor y apasionante en la rampa de salida.
Sale el sol cuando borramos la palabra fracaso de la agenda y la sustituímos por aprendizaje; cuando la ilusión es el tobogán por el que nos deslizamos, sea cual sea el destino; cuando en la lotería a la que jugamos cada día nos tocó algún sueño cumplido.
Sentimos el sol cuando nos atrapa una mirada y los arropa una sonrisa; cuando el calor traspasa la roca que somos y lo guarda para otros. Cuando lo que nos amarga no es más que parte del mobiliario, de la decoración de una vida que podemos cambiar de sitio en cualquier momento. Cuando tristezas o decepciones se quedan entre las sombras que arrastramos para darnos un nuevo impulso.
Sabemos que ha salido el sol cuando vemos la luz de la comprensión en lo que antes era inexplicable, cuando entendemos que todos los que nos rodean tienen sus propias razones para ser y estar a nuestro alrededor.
Cuando un lunes abres los ojos, respiras, y estás deseando que amanezca el martes, para ti, ha salido el sol.

miércoles, 22 de junio de 2011

Un recuerdo

Cuando un recuerdo gana la batalla al olvido, hay que entregar las armas.
Sabes que estás vencido cuando has intentado enterrarlo en la maleta, entre camisetas y calcetines, y vuelve a aparecer, insistente, en cada kilómetro de la carretera. Pretendes alejarlo y depositarlo en aquella estantería inútil, pero te obsesiona desde la distancia, impone su presencia a donde vayas; te observa y te absorbe. 
Tratas de soltarlo como una cometa al viento, pero su cuerda te mantiene atrapado. Es una cadena alrededor de la garganta, una compañía perpetua, sin tregua, ni piedad. Lo expulsas con el humo del cigarro, lo quemas con alcohol o lo enfrías con hielo, pero regresa a ti en el aroma del café, con el sonido del despertador, entre el sueño y la vigilia.
Juega en tu cabeza, domina tu mente. Se desliza por los sentimientos y ocupa cualquier pensamiento. Se oscurece o brilla hasta la ceguera.
Es el momento de negociar los términos de la rendición. Limar las aristas que duelen y acomodarlo suavemente en el corazón, con un pacto de convivencia, hasta que él decida si se queda o se va para siempre.

Zamora

Te dejé allí, sola y silenciosa, acunada por el Duero, esperando el largo y crudo invierno que te ocultará entre la niebla. Olvidada por casi todos, habitada por casi nadie. Arreglando una y otra vez tus galas de dama sobria y austera, aferrada a un pasado de siglos que apenas recogen ya los libros de historia. Paciente siempre, serena bajo el sol que todavía te recuerda, esperando un futuro sin esperanza, añorando una juventud esquiva que revitalice tus calles.
Entre la apatía y la impotencia, avanzas sin dar un paso hacia adelante, flotas sin ahogarte en el río, sobrevives milagrosamente a cada día eterno, mientras ves envejecer a los que mantienen el cerco de tu muralla.
Siempre has sido injustamente ignorada, vieja dama. Sigue lamiéndote las heridas, acumulando polvo entre tus piedras, sacando lustre a los restos de tu antigua gloria. Hazlo para los que regresaremos siempre a ti a limpiarnos las telarañas del alma.
A Zamora… mi ciudad de paz.

Poder de mujer

Mujer que tiene el poder en la piel terciopelo, en las líneas del cuerpo, en el brillo de la mirada…
Mujer que usa el poder de la brisa cuando mueve su cabello, al pronunciar otro nombre, al rozar otros labios…
Mujer que domina la esencia de su poder, que atrapa, absorbe, enloquece…
Mujer que ama su poder por encima de todo, que ama a los otros a través de él… 
Alimentas cada día a tu verdugo, a tu cáncer, a tu enemigo. Al poder que te matará lentamente cuando se marchite…

Historia de un adiós

Ni ella misma sabe cuándo empezó. Tal vez a sus 20 años cuando estuvo a punto de brotar de su boca ese adiós, que se le quedó atravesado en la garganta, frente al espejo, vestida ya de novia. Sin darse cuenta, se dejó arrastrar hacia el altar de un futuro predestinado por las apariencias. No sintió nada, y si lo hizo, nunca lo supo. Nadie le había enseñado a dar nombre a sus sentimientos y mucho menos a expresarlos.
Conocía las palabras básicas de su diccionario de mujer: madre amantísima, esposa devota y resignada, compañera fiel y temerosa de Dios. Y las aplicó a lo largo de su vida, dejándose arrastrar por la corriente, como una botella sin mensaje en medio del río.
Siempre fue el recipiente vacío donde él volcó sus miserias. El agujero donde él se desahogaba por las noches, el pozo sin fondo donde volcaba su fustración y su ira, la cueva donde resonaban su gritos, sus exigencias; el cuenco donde escupía su desprecio por la vida. Alguna vez creyó sentir un destello de afecto, pero se evaporaba al instante, se volatilizaba en simple dependencia para todo lo cotidiano. La necesitaba como a sus zapatos: le resultaban imprescindibles para caminar, pero había que pisotearlos cada día.
No sabe cuándo fue. Cuándo lo sintió ni dónde encontró el valor. Tenía ya 70 años, la piel arrugada y manchada, la espalda encorvada y el corazón lleno de hastío. Abrió la puerta y salió gritando el adiós que había germinado y florecido en su interior durante tanto tiempo.
Ahora sería un recipiente solitario, pero repleto únicamente de sus propios sentimientos. Un corazón sin compañía, pero sin humillaciones. Moriría sola, pero en sus últimos días disfrutaría de la dignidad que siempre se le negó.
Se sintió libre, sonrió feliz, y repitió: “adiós”…

El avaro

Cada noche me transformo en un viejo avaro que recuenta las estrellas de su cielo sin dejar ni una. Con el ansia y el placer del que ve aumentar su tesoro, repaso su color, su brillo, su fuerza…
Recuerdo las estrellas que se quedadon suspendidas en el cielo para siempre, las que disminuyeron su luz por el tiempo o la distancia, las que siento cercanas brillando intensamente con su cariño y compañía…
Recuento incluso las que me olvidaron, despreciaron o ignoraron. En algún momento iluminaron mi camino, haciéndome más fuerte…¿Por qué renunciar a ellas, por qué apagarlas si siempre formarán parte de mi universo?

Territorio sombrilla

Mediodía bajo un sol ardiente, brisa marina, suave oleaje al fondo y sonoro murmullo de miles de veraneantes apiñados en la playa. Entre el tumulto de sombrillas que ocultan la arena, se adivina el azul Mediterráneo. Por milagro, encuentra un pequeño resquicio de tierra inconquistada, extiende la toalla y antes de tumbarse, recibe una lluvia de arena de un pequeño que corre alocado hacia la orilla.
Mira hacia la derecha y ve a la madre del diablillo gritándole que vaya con cuidado: los manguitos, la crema de protección solar… Se la ve agotada y sólo es mediodía. Desde primera hora, ha arreglado el piso alquilado, preparado los desayunos, hecho las camas, la compra, los bocadillos…Ahora confía en encontrar unos minutos de descanso para broncearse y verse bonita con el vestido que compró en las rebajas. Duda, como siempre, que su marido sepa apreciarlo.
Su marido, ese hombre casi desconocido, con el que convive desde hace más de veinte años, y al que ahora, observa relajado y medio dormido, con su nuevo y juvenil bañador azul brillante de estampado floral. Su vientre sube y baja, entra y sale del cordón del bañador, con plácida satisfacción, disfrutando de lo que él considera su merecido descanso. Adiós por unos días al traje y a la soga al cuello con forma de corbata. Nada de horarios, nada de jefes tiranos. Ni rastro de la humillación cotidiana en la oficina. Allí y ahora es el rey del territorio bajo su sombrilla. La idea le estimula tanto que entorna levemente los ojos y mira de nuevo, comiéndosela con los ojos, a la joven que, a su lado, charla con una amiga.
Las dos chicas se extienden el bronceador sobre el pecho desnudo, mientras comentan la noche anterior, de botellón en la playa y baño nocturno en el mar. Secretos, confidencias y análisis, entre risas, de besos y caricias. El más guapo no siempre es el más divertido, el morenazo más cachas no siempre es el más simpático. Planean la próxima noche, buscan la aventura perfecta del verano, el amor apresurado en la playa, el recuerdo de una pasión fogosa que sostendrá su invierno de futuro incierto y sin trabajo. Lo único seguro es que disfrutarán de su vitalidad, su juventud y su cuerpo antes de convertirse en la anciana que ven, sentada en una silla, frente a ellas. 
Arrugada, con la cabeza inclinada sobre el cuello, la anciana trata de atrapar algunos instantes de aquellos veranos junto a su difunto marido. Por mucho que cambien las modas, los anhelos acumulados durante el año se lavan entre las olas y se rebozan en la arena. Los turistas nórdicos seguirán teniendo el mismo tono rojizo y regresarán a sus países con la amenaza de un cancer de piel “made in Spain”; niños y adultos seguirán construyendo sus castillos de arena como si no existiera un septiembre.
Y todos por igual cerrarán la sombrilla cada día y regresarán, sudorosos y exhaustos, atravesando el interminable desierto de arena que les separa de la orilla, cargando con su sombrilla, su “cruz” particular.
En recuerdo de la Playa de San Juan, Alicante

Qué es poesía?

Nos hemos olvidado de ella, la ignoramos, o lo que es lo mismo, rechazamos regalar palabras de belleza a nuestros sentimientos, a esas sensaciones ahogadas por las prisas, entre el agobio del trabajo o la falta de él.
Se transforma la desazón en quejas, la frustración en insultos, la angustia en palabrotas y el amor en vulgaridad. Se convierte cualquier por qué en un simple “xp”, el vocabulario se reduce a su mínima expresión a velocidad de sms, y se asciende un particular Everest ante el reto de leer más de dos párrafos. No es extraño que algunos tengan que reforzar su discurso con las “perlas” de esa gurú del intelecto de masas televisivas: “m’entiendesss”.
Muchos recuerdan a los grandes poetas como caducos, cursis y sobrevalorados dinosarios de un pasado con reminiscencias escolares; como lejanos torturadores de neuronas, armados de endecasílabos.
Olvidamos que ellos son tan inmortales y universales como los sentimientos que creemos únicos. Pintaron la vida con palabras que nos ayudarían a sobrellevarla con serenidad; a comprenderla y comprendernos mejor. Vieron poesía en lo sencillo y lo profundo, abarcaron con todo el diccionario lo divino y lo humano, en un viaje emocional que ahora nos negamos a emprender.
Al menos, seguro que muchos recuerdan la respuesta a la pregunta del título, aquel poema de Bécquer… Si es así, aún queda esperanza.
“Poesía eres tú”, poesía somos todos.

lunes, 20 de junio de 2011

No quiero acostumbrarme a la vida...

No quiero su plácida rutina. No quiero repetir ni un segundo de mi vida…
Quiero amanecer cada día con ojos nuevos y descubrir sensaciones donde antes no percibía nada. Respirar el mismo aire con oxígeno renovado. Beber agua con sabor. Acariciar una piel con todas sus texturas. Oler, devorar, empaparme de todos los aromas.
Quiero despertar mirando otra vez al cielo y al suelo;  contemplar la vida arriba y abajo, en todas sus direcciones. Quiero observar al vecino, al amigo, al desconocido y explorar nuevas relaciones; aprender y entender; asumir otras opciones y hacerlas mías.
Quiero sentir al insensible y estimular al indiferente; explicar el odio y transformarlo en templanza. Quiero mirame al espejo y entenderme, relegar el dolor al olvido y convertir los fracasos en impulsos.
Quiero alegría; amar y dejar amar. Quiero situarme en un rincón del escenario, disfrutar de los echaron a volar en solitario y celebrar su triunfo. Quiero aplaudir a los que amo y seguir amando.
Quiero vivir con una nueva mirada cada día. 

La ruta de los sentidos

Castilla es ancha y plana como el pecho de un varón, decía Machado. Pero tú y yo sabemos que un viaje por ese terreno tranquilo, aparentemente inofensivo, puede ser una apasionante y arriesgada aventura…
Primero, segundo, tercer botón de tu camisa. Arrancando con el sonido del motor de tu corazón. Ascendiendo entre suaves colinas, subiendo por la ruta de los sentidos. Respirando la brisa de tu esencia, absorbiendo tu piel con tacto de hierba, sorteando obstáculos hasta el aire de tus pulmones. Secando la humedad con las yemas de los dedos para no resbalar.
Punto muerto, descanso en el hueco de tu cuello. Recuperando el aliento, para acelerar de nuevo, mecida, abrasada, agitada por tu incipiente barba. Aparcando en tus labios, allí donde un segundo vale una eternidad de recuerdos.
El viaje acaba bruscamente, nos interrumpen una vez más. Yo me llevo tu sabor en mis labios. Tú me sentirás en la piel… cuando regreses con ella

Si no existieras...

“Si no existieras, habría que inventarte”… Deslumbrada, fascinada, atrapada por las primeras palabras de amor que escuchaba, intentó cumplir fielmente los planes de su inventor. Aquel que iba modelándola poco a poco, en gestos, costumbres, gustos, hasta invadir su mundo sensaciones y sentimientos, intentando transformar sus pensamientos.
Exhausta, dolorida y sufriendo por tratar de alcanzar la cumbre ideal de su creador, descubrió que el mayor daño, el más profundo, era ir a contracorriente de su propio ser.
Cuando su alma ya era sólo una máscara ajada, lanzó un último beso de adiós a su creador. De su lucha quedó la certeza de que, antes o después, encontraría otro amor que la querría simplemente… porque existía.

Juez y parte

Cantaba Sabina a su princesa de la boca de fresa que todos somos juez y parte de sus andanzas. Y es que todos en algún momento nos hemos creido capaces de dictar sentencia sobre la vida de los demás y, lo que es peor, sin tener en cuenta qué parte de culpa podríamos tener en el “presunto” delito.
Juzgamos al vecino, al amigo, al familiar con ligereza, con la misma ceguera de la diosa de venda en los ojos y balanza inestable. Sin abrir diligencias previas, investigar el caso, valorar las pruebas, sin escuchar a los testigos y mucho menos al interesado. Instruimos el sumario a base de remover educación y experiencia, mezcladas con prejuicios, aderezadas de miedos y miserias.
La envidia o el egoismo se turnan para ejercer de fiscal y la defensa apenas encuentra argumentos para rebatirlo, torpe e incapaz de ponerse en el lugar del reo.
Juicio visto para sentencia.
Delito: no pensar o actuar como nosotros creemos que debe ser.
Condena: toda una vida de críticas… y un día. Tiempo indefinido en la prisión del rechazo.
¿Es justo?

Castillo de cuento de hadas

Castillo de cuento de hadas, donde los sueños se hacen realidad…
Donde el príncipe y la princesa se aman sin juzgarse, y las responsabilidades pesan por igual…
Donde el príncipe adora a la princesa con libertad, sin barreras, ni a la fuerza. Donde ella es un ser libre, no un objeto de su posesión…
Donde un abrazo es un vínculo, no una cadena. Donde una mano se levanta para acariciar, no para asestar un bofetón…
Donde la princesa ama al príncipe sin recriminaciones, dudas o exigencias. Donde los defectos o errores se olvidan con una sonrisa. Donde el amor y la confianza enterraron los celos…
Donde los rencores no se acumulan en cada rincón y se zanjan desacuerdos con generosidad. Donde la palabra perdón tiene significado…
Donde el pasado es nostalgia, el presente felicidad y el futuro esperanza…
Cuentos de hadas… donde residen los sueños.

domingo, 19 de junio de 2011

Un abrazo para...

todos los que dicen que no lo necesitan,
para los que miran con desprecio a una pareja amándose en el parque,
para los que critican las muestras de afecto que ven en otros,
para los que se siente extraños en medio de la alegría general,
para los que tachan de ñoñería una palabra de cariño,
para los que aseguran sentir indiferencia ante el contacto ajeno,
para los que olvidaron el calor de otro cuerpo…

Un abrazo para todos ellos, lo necesitan más que nadie.

Complementos de moda

Antes de salir a la calle, señora, mírese al espejo. Si me permite la sugerencia, tal vez podría añadir a su look “très chic” algunos complementos realmente favorecedores de cara al verano. No es necesario ir de “shopping” para adquirirlos, sólo es cuestión de humanidad.
Su larga y sedosa melena, recogida con joyas “vintage”, podría ir adornada con unos toques de cordura y sentido común. Una pizca de humildad le añadiría un estilo inconfundible a su “littel white dress”, imitación del último modelo lucido por Sarah Jessica Parker. Antes de ascender a las alturas de sus tacones de aguja, y como accesorio ideal para sus “Manolos”, le recomendaría una chispa de tolerancia a la hora de juzgar a los demás. En su bolso de Prada tan “cool”, incluya generosidad para los empleados de los que depende su casa, comprensión para su marido y caridad hacia los que podrían vivir años con la mitad de lo que cuesta su armario.
A la hora de aplicar el maquillaje de Lancome, no olvide el sentido del humor para perdonar el paso del tiempo. Extienda una fina capa de honestidad en el rostro y dibuje una sonrisa con el gloss de Chanel. Y lo más importante, el toque definitivo de belleza antes de aplicar el rimmel de Dior: recuerde siempre lucir una mirada de amor y ternura hacia sus hijos, esos pequeños que apenas la conocen, esos extraños con uniforme de colegio privado.
Ahora vuelva a mirarse al espejo, señora. ¿Guapa, verdad?. Ahora puede salir a la calle más divina que nunca.

Zapatos de tacón

Cada vez que veo a una amiga caminar con una mueca de dolor encaramada sobre unos zapatos de tacón imposible, recuerdo este fragmento de “Viento del este, viento del oeste” de Pearl S. Buck. El sufrimiento de una mujer china, sometida a la tortura de los pies vendados, enfrentandose al rechazo de su marido que no tolera esa bárbara tradición:
¿Los pies vendados son feos? ¡Y yo que siempre había estado tan orgullosa de los míos! Durante mi infancia, mamá había vigilado personalmente la cotidiana inmersión en agua casi hirviendo y el inmediato vendaje, cada vez más apretado. Al quejarme de dolor, ella no dejaba de recordarme que un día mi marido elogiaría la belleza de mis pies.
Incliné la cabeza para ocultar las lágrimas. Pensé en las numerosas noches de insomnio, en los días en los que la intensidad del dolor me impedía comer y jugar, moviendo los pies para aligerarlos del peso de la sangre. ¿Y ahora…? Después de haber soportado tanto, cuando el dolor había cedido poco a poco, ¡mi marido decía que los encontraba feos!
Salvando las distancias, por supuesto, cuando leo estas líneas me indigna el sufrimiento innecesario que han padecido muchas mujeres por sentirse atractivas y agradar a los hombres, empujadas por equivocadas modas o costumbres. Me recuerda que un objeto fetiche de deseo masculino puede convertirse en un refinado instrumento de tortura femenino. Me recuerda esa lamentable creencia de que para estar guapa hay que sufrir… ¿Y dónde está escrito que tenga que ser así? ¿Acaso el atractivo de cualquier mujer reside en los pies? ¿Una mujer es más bella por ser unos centímetros más alta?.
Nos han vendido que los zapatos de tacón, más allá de lo indicado por los médicos, realzan y estilizan la figura. No lo pongo en duda, pero sospecho que muchos gurús de la moda que diseñan tacones de vértigo se negarían en redondo a deformar o aprisionar alguna parte de su anatomía para “realzarla”. Y estoy convencida de que no aporta ningún glamour el rictus de dolor que aparece cuando arden las plantas de los pies o cuando los dedos aprisionados claman por su liberación, o cuando una se tambalea sobre los tacones a punto de sufrir un esguince de primera división.
¿Realmente merece la pena? Piensa bien. Pisa firme. 

Penélope

Algún día conseguiré que me eches de menos. Me extrañarás tanto que te dolerá al respirar. Tratarás de sacarme en cada expiración y volveré a ti en cada inspiración.
Me añorarás tanto que verás mi rostro en cada reflejo dorado del bosque. Te dolerán los ojos al mirar mi imagen multiplicada en cada hoja que alfombra el suelo.
Me cansé de esperar sentada.  Descubrirás mi nombre y no lo olvidarás jamás.
No me llamo Penélope.

Si tú me dices ven...

Si tú me dices ven….no voy a dejarlo todo. 
Soy mis miedos y mis dudas, las heridas de la infancia, los errores que cometí y los amigos que perdí por el camino. La familia que me arropa y me vio crecer. Las esperanzas que alimento y los retos imposibles que me marco cada día. Los defectos que oculto, las penas acumuladas y los deseos inconfesables.
Soy instantes caminando sobre las nubes o bajo tierra. Todo eso y más…
Si tú me dices ven…iré, pero con todo.

Adiós

Cuando un adiós es un principio, el camino aparece despejado, los pasos son firmes, la respiración profunda, el cuerpo sigue el impulso de la libertad…
Las manos ya no tiemblan, los ojos se niegan a mirar atrás, la mente está límpia, el corazón cicatrizado bombea con más fuerza… 
Adiós, la palabra mágica que puede abrir la puerta de un nuevo horizonte. ¿Por qué entonces resulta tan difícil de pronunciar?