lunes, 17 de septiembre de 2012

Un regalo en la mirada



Un regalo es un hombre detenido frente a las nubes. Una mirada que atraviesa obstáculos. Al fondo la incertidumbre; delante, la luz.
Un pájaro negro a la espera de su curva en el camino: aprende del pasado, interroga al porvenir. Una mirada que detiene el momento, lo graba con palabras, lo siente con música. Un hombre comprometido con todo y todos, un halcón en las filas de la humanidad, una mirada ajena a lo indiferente. 
Un soldado armado de bondad, empuñando una sonrisa leal. Firme frente a los rayos fugaces, sordo ante el ruido de truenos que vienen y van. Un hombre que se lucha, se vence y gana.
Un regalo es una mirada capaz de “ver para querer… más”. 

Mucha felicidad, hoy y siempre @Avisnigra67


Mosaicos


El silencio se había instalado entre los dos y no sabía cómo llenarlo. Buscó respuestas rascando continuamente su calva, rala y canosa, y detuvo una vez más su mirada tímida ante la joven periodista que, sentada frente a él, esperaba paciente. Quería saber cómo empezó a crear aquellos impresionantes mosaicos, construidos con noticias, fotos y titulares de lo más variopinto y de tanto tiempo atrás. Los creaba con mimo y perseverancia, como un dedicado artesano manejando recortes como teselas, desde hace tantos años que la fecha se había borrado de su memoria, y ahora, comprobaba atónito que el periódico de la ciudad se interesaba por ellos. Ni siquiera sabía cómo se habían enterado de su silenciosa afición.
Apurado, se rascó otra vez la ya dolorida cabeza e hizo un nuevo esfuerzo. “Mire, mi padre tenía un cinturón muy convincente, y a los 16 años me obligó a traer dinero a casa. Comencé de repartidor de periódicos; así le cogí el gusto a leerlos. El papel raspaba y la tinta manchaba, pero ese tacto me reconfortaba. Un día sacaba una foto, otro, sólo unas líneas. A veces no había nada que valiera la pena…”
La estaba aburriendo con su pobre historia y sus balbuceos. Lo sabía. De repente, ella se levantó y aproximó la cara, muy de cerca, a uno de los últimos mosaicos que había creado, pegado en la pared. “Apenas se leen las noticias, y de las que se distinguen, ninguna es importante. Aunque el conjunto es bonito, claro”, comentó ella con una mueca. “Son importantes, señorita, sí que lo son.” Levantó la cabeza con dignidad y continuó: “Puede que no vea nombres de grandes personajes, que poco me interesan. No son ellos los que embellecen mis mosaicos, ni los que le dan forma y vida…”
“Mire aquí… unos guardias civiles en medio de una carretera perdida en el campo ayudaron a dar a luz a una mujer. Aquí… un grupo de vecinos hicieron de barrera para que no desahuciaran a una familia. Aquí… una mujer se encerró ocho horas en el banco para que le devolvieran su dinero. Aquí… una turista grabó un corazón en la Alhambra de Granada. La multaron por su gesto de amor. ¿No merece la pena guardarlo? ¿No le apetece soñar cómo sería su arrebato de pasión en un lugar tan hermoso para querer dejar así su huella?”
“Así como la vida cambia, señorita, cambian mis mosaicos. Todos somos sus piezas, inmortalizados en los periódicos, escondidos en alguna de sus frases, entre la negra tinta de un suceso o las manchas de una fotografía borrosa. Entre lo que nos perjudica y nos afecta, seguimos latiendo. Evolucionamos y resistimos. Puede que los que nos aplastan en grandes titulares nos ignoren, pero somos los que, de verdad, importamos.”
Al día siguiente, el periódico de la ciudad titulaba: “Un vecino crea más de cinco mil mosaicos con noticias”. Apenas cuatro líneas, en la esquina izquierda, en la sección de local, en la última página…

Relato escrito para @diariofenix





jueves, 6 de septiembre de 2012

Cachivaches


Estaba a punto de ahogarse. Lo notaba en la garganta, en los pulmones que le pesaban como una losa sobre el pecho. Se derrumbó en la cama y trató de abrigarse con la oscuridad de la noche. De un tirón se arrancó la corbata, se desabrochó la camisa. Imposible. No le llegaba ni una bocanada de aire a la mente turbia por el alcohol. “Maldito día, maldito sea este día desde que amaneció”. Ella se había marchado, furiosa y dolida, sin recoger siquiera su ropa del armario. El jefe había lucido su versión más rastrera, mientras una larga fila de cretinos desfilaban por su mesa, amargados e insistentes. Penosa manera de ganarse la vida, -“maldita sea”- como un muñeco trajeado al que todos dan golpes para descargar su ira. Harto, asqueado, se había aferrado a la barra del bar y al vaso de whisky como un pozo negro de veneno deseado.
“¿Qué hice para llegar hasta aquí?” Cerró los ojos y vio oscuridad. Abrió los ojos y vio una extraña bruma, gris, opaca, y al fondo, cajas. Cajas en un desván sin paredes ni límites. De todos los tipos, tamaños y colores. Ordenadamente dispuestas, una sobre otra, apiladas como una interminable y elevada columna que se perdía entre un negro cielo. “Cachivaches, estropeados e inútiles… Eso son, seguro”. Sin pensar, descargó su furia de una patada contra una de aquellas cajas. El estruendo que provocó le estremeció. Como canicas salieron rodando incontables objetos, infinitas sensaciones. “Qué es esto? Pero si es la rueda de mi primera bici, botones, las gafas del abuelo, el tapete de ganchillo de la abuela, mi colección de sellos, aquel juguete estúpido que jamás funcionó…” Desasosegado, percibió el inconfundible aroma a jabón de su madre, el rojo olor de una rodilla cubierta de mercromina, una deliciosa rebanada de Nocilla… Inquieto, oyó los gritos burlones de los chavales del colegio, insultos, la vergüenza que teñía sus mejillas de púrpura. Rodeado, se giró y tocó el pecho asustado de su primera novia, todavía suave y tierno: “Yolanda, qué fue de ti…”
Entre el pánico y la fascinación, trató de recopilar todo aquello y extenderlo sobre el suelo que no podía ver, ni tocaban sus pies. Intentó alisar las arrugadas sábanas en las que murió su madre, romper aquel suspenso en matemáticas, rozar una vez más los labios de María, inspirar su olor a agua de rosas, impedir su adiós de lágrimas de sal. Quiso aplastar la traición de su padre, silenciar las mentiras, endulzar el ácido del fracaso, y volver a tararear el estribillo de su canción. ¿Podría elegir? ¿Destruir lo que quisiera? ¿Conservar lo que deseara? Extendió la mano…
Aterrado, notó que la columna temblaba y amenazaba con aplastarle. Si tocaba algo más, su vida, toda entera, se derrumbaría como un castillo de naipes y caería sobre él hasta matarle. Las cajas encerraban su tesoro, los cachivaches protegían las sensaciones, las sensaciones nacían de los recuerdos y los recuerdos guardaban los sentimientos. Unos dependían de los otros. Y todo unido sostenía su vida. 
Sereno, posó el pie sobre una de las cajas, con cuidado, dejándola intacta. Se subió a ella y avanzó. Un pie tras otro, una caja tras otra, avanzó sobre los años, por la escalera de su tiempo, hasta abrir los ojos. Sobrio, en paz, se elevó hasta ver un pedazo de azul y un rayo dorado. El día prometía un camino para guardar como un regalo, como un recuerdo, como un sentimiento.





Gracias a la foto de @Avisnigra67

sábado, 1 de septiembre de 2012

"Y", de intenso...


La última gota siempre deja un sabor amargo en el café que fue dulce. Quedan sobre la taza los restos de un pasado ardor, huellas de aquel toque de delicia en un negro café solo, que siempre se toma acompañado. Ante su oscuro cuerpo puedo estar yo o puedes estar tú. Beberás de ti, de mí, y de recuerdos antiguos o por construir, como firme realidad o juego de la imaginación.
Frente a un café se vive el instante puro, intenso. El que siempre deja un… “Y quiero más”…
Y es deseo que se desliza dentro junto a la pasión que evoca. Junto a todas las sensaciones que provoca. Y es ansia de revivirlo una vez más, rápido, antes de que se evapore la última gota en la garganta. Y se apura fugaz, mientras los ojos se esfuerzan en grabar a fuego todas las líneas de tu piel. Y la mirada busca y guarda tus gestos, uno por uno, hasta el último recodo de tu sonrisa, presente o ausente. Y aumenta el ansia de paladear su sabor antes de que desaparezca el beso del café en tus labios. Y es tan excitante el trago que despierta los sentidos, más lejos de lo imaginable, más poderoso de lo previsible. Más allá de la lógica, alienta, reconforta, revive, resucita.
Y da fuerza y da vida. Y es abrazo, tentador y sugerente. Quiero más y te quiero más. Necesario como el aire, imprescindible como respirar. Y es prohibido y eterno. 
Amor y amigo.



Gracias a la foto de @Avisnigra67

Abismos particulares


Hay temporadas, hay días, hay momentos en los que nos acodamos sobre el borde de nuestra vida y contemplamos su paisaje. Queremos sentimos dueños y señores del horizonte, dominarlo hasta donde alcanza nuestra vista. Notamos su entreverada claridad: de cerca, lo cotidiano; al fondo, el porvenir que destella y se oscurece de ilusiones y miedo. Percibimos colores que podemos cambiar con un sólo gesto o una simple palabra, lo que siempre haremos o jamás diremos está al alcance de nuestros ojos, al dictado de nuestra voluntad. Podemos cambiar y quitar rastrojos que nos empujan a tropezar; orientarnos en laberintos de ciudades deshumanizadas; bordear las conocidas lagunas de fracasos en las que nos ahogamos con tan solo poner un pie, y talar las ramas de aquellos árboles que otros plantan en medio para impedirnos disfrutar de nuestro cielo.
Sentimos el impulso de la brisa de lo que queremos. Se percibe cálida, suave, estimulante: se llama esperanza.
Todo lo que no vemos se oculta a nuestros ojos, se esconde en abismos particulares: oscuros y privados horizontes interiores. Insignificantes o livianos, profundos o justificados. No se ven, pero se sienten a través de la llamada del miedo. El temor de lo que nos espera, desconocido y voluble, caprichoso traidor disfrazado de incertidumbre; el pánico a no tener fuerzas para vencerlo…
Terrores que se transforman en errores diarios y nos acercan a la caída: ninguno se libra de ellos. Desde el que niega ser el más poderoso hasta el que cree ser el más débil. El miedo que habita en cada abismo interior nos iguala a todos. Podemos escondernos en él y dejarnos llevar por la indolente calma que flota en la oscuridad. O podemos comprobar que todos los abismos se sobrevuelan con las mismas alas: el placer de amar y la seguridad de ser correspondido.




Gracias a la foto de @Avisnigra67