lunes, 4 de noviembre de 2013

Venecia sin ti...

Qué profunda emoción…contemplar el ayer con ojos de hoy
 y dejarse mecer por el recuerdo que viene y va, 
que flota y nos acuna, oscila y se balancea,
aquel recuerdo hecho nostalgia que tiembla inmenso y eterno,
entre las aguas de la memoria.

Qué callada quietud… grita tu ausencia,
mientras ecos de otros suenan a través de cielos abiertos,
entre ríos de distancia, frente a muros abandonados,
y siempre se escucha clara la voz que dejaste
en aquella estancia donde todo es multitud.

Qué tristeza sin fin… cuando en la tormenta duele el alma,
y se siente vacía la calma y se oye tu oculto silencio,
mientras el amor escampa, entre sollozos de mandolina,
por canales profundos, frente a paisajes dormidos.

Qué tristeza hay… en mi soledad si no está tu recuerdo,  
si no siento tu voz, si no vivo tu presencia. Si me faltas tú… 
no lo quiero pensar, la misma canción volvería a sonar, 
la melodía de todas las ausencias, sin el encanto que hacía soñar.
Tengo tu amor en mí y es suficiente para amar.

Sólo queda un adiós… dedicado a la tristeza que se tambalea,
que flota en el aire, que oscila y se balancea hoy y ayer
que mece y acuna el atardecer,
con murmullos de mandolina para recibir a la luna
y a su eterno fulgor…

Porque nada murió, Venecia está en ti,
el amor se guarda vivo
como el corazón que lo cobija,
a la espera de una canción,
que lo acaricie al pasar…





Aquí y ahora.



Nunca es fácil volver a empezar, en otro país, en otra ciudad. En algún lugar hay que colocar el punto de partida contra la soledad y ella eligió aquel café de aroma antiguo que abría sus puertas a media tarde, con mesas redondas de madera pulida y cálida luz matizada. Todos los días entraba en el local, decidida y resuelta, y se dirigía directamente al extremo de la barra. Cruzaba las piernas y aspiraba los olores atrapados en la suave madera limada por el tiempo. Después, brevemente, acariciaba la superficie con el mismo gesto que otros hicieron antes, repasando las huellas de otras manos que dejaron en ella anhelos y renuncias. Era la única concesión al pasado que se permitía, porque había decidido respirar el futuro con la intensidad del que lo prueba por primera vez.

El café negro iba desprendiendo su suave vapor, aroma de gloria, mientras ella miraba, una por una, todas las caras de todos los hombres. Seleccionaba, descartaba, admiraba, sopesaba rostros, perfiles, gestos, reacciones y sensaciones. Escudriñaba las palabras que intuía en los labios que se abrían para otras, el vuelo de las manos en las conversaciones, la solidez de los dedos que sostenían una taza, los brazos que extendían para encontrar un abrazo imaginario.  Viajaba en las miradas que se detenían alrededor e inventaba historias de besos para aquellas bocas que charlaban en torno a ella, frente a otro café y a otros rostros de mujer que nunca eran el de ella…

—¿Otro café?
—Sí, gracias.

Asintió sin mirarlo apenas, de mismo modo que la primera vez que entró en su bar. No sabía su nombre, pero conocía su cuerpo sólido y acogedor tras la barra, la sinuosa curva de su barbilla descendiendo hacia el cuello y el brillo juguetón y tímido de la sonrisa en sus ojos. Sintió un calor familiar que se obligó a ignorar antes de girarse. Era demasiado parecido a algo que latía dentro de ella, algo que podría llamarse ternura. Pero nada reconocido iba a elegir su futuro; tenía que ser nuevo por entero.

Él le acercó lentamente la taza. La colocó suavemente junto a la mano con la que ella se aferraba a la barra mientras miraba a su alrededor sin parar. Cada tarde igual. Le dolía ver sus grandes ojos decepcionados cuando veía a otro marchar. Todos estaban y se iban, rostros desconocidos y sentimientos vacíos, uno tras otro,  mientras él seguía allí…

Gracias por el café. Volveré mañana. —dijo ella.
Aquí estaré. —respondió él.

La vio marchar, resuelta, decidida, hermosa. Y su corazón la despidió como siempre. “Todavía no me miras, amor. Buscas y no me ves. Aún no me reconoces como parte de ti… No se quiere lo nuevo, sino lo que ya llevamos dentro de nosotros, sin saberlo… De entre todos, me amarás a mí, lo sé. Podría ser otro, podrían ser muchos, pero seré yo, porque estoy aquí y ahora. Como estuve siempre.”




Escrito para "Las Dos Castillas"  http://lasdoscastillas.net/