lunes, 9 de mayo de 2016

El mar era el mensaje...






Había perdido las horas tras la espuma leve que desaparecía
al atardecer de los días, esperando al sol que vigilaba
en el horizonte inmenso y velado que ya nada le decía.

El mar silencioso arrastraba letras sueltas de tinta seca,
entrelazadas de recuerdos breves, débiles trazos de emociones lejanas,
letras que no hablaban nunca de la vida muerta aquel atardecer,
cuando el mar devoró su amor náufrago, ahogado en el silencio de las palabras.

Le ardían los ojos entre el fondo y la orilla, leyendo respuestas vacías
con el vaivén de las olas y con ellas desaparecía la esperanza de oír
la voz que un día le habló de un amor imposible antes de partir
hacia el silencio del miedo, temblor prohibido, secreta cobardía.

Te dejé el mar, escuchó un día. Está en mí, soy yo.
Creyó oír su voz. Rugía al atardecer más alto que las olas: era él.
El que responde a quien pregunta, el que salva a quien duda,
se acerca o se hunde, atormentado o en calma,
consuelo de pequeñas muertes, descanso de vida inmortal.

Quédate aquí, ahora.
Porque soy eterno, amor, cuando soy mar.