martes, 24 de noviembre de 2015

Una más entre tantas.

Querido Christian:

Disculpa el atrevimiento, mi admirado Christian. Escribir estas líneas me ha costado noches de insomnio, vacilaciones y dudas. La mano tiembla, pero sé que ya no tengo nada que perder. Quizá no leas esta carta; puede que se pierda entre las miles que recibes cada día o que acabe en la papelera. Pero la ilusión vive en mí todavía, igual que el deseo de acercarme a ti, aunque sea a través de estas humildes letras.

Soy una más entre tantas, lo sé. Seguramente estarás harto de recibir mensajes de adoración que no te afectan. Sé que somos una carga necesaria para un artista que vive de la pasión que despierta en mujeres anónimas. Mujeres que, como yo, se sientan ansiosas ante el televisor para verte actuar. No sé si hay equilibrio en esta dependencia, en este juego de necesidades mutuas. Pero sin duda, yo te necesito. 

¿Suena ridículo, verdad? Sonrío y me sonrojo, pero ya, ¿qué más me da?

Aferro de nuevo el bolígrafo con mis torpes dedos para seguir recordando ante el papel. Es como un lienzo blanco donde pintar el perfil de mis pobres sueños; esos que brotan de la pantalla oscura que iluminas al aparecer. Sí, llenaste de luz mi mundo, el modesto cuarto donde me refugio al lado de la lumbre, frente al televisor encendido. Te vi por primera vez galopar con tu estampa de caballero y después bajar de la montura, de un salto, para callar con un impulsivo beso a la protagonista que gritaba sin un porqué. Y te vi sonreír, satisfecho y pícaro, rodearla con tu brazo y cubrirla con una mirada plena de ternura.

Suspiro al recordarlo porque, amarrada a tu imagen, me trasladé en el tiempo. El reloj se paró y retrocedí a los veinte años. Cuando mi piel era tersa, la cintura fina, el cabello abundante; cuando aún tenía reflejos de luz en el rostro y chispas en la mirada. Cuando todavía no podía imaginar que tendría que ponerme a servir para sacar adelante a mi familia. Cuando una viuda debía ser casta de pensamiento y de obra, respetando la memoria de un marido que la dejó sola, con la única fuerza de su voluntad.

Ya no me siento culpable por sentir. Me abandono al placer de imaginarme joven y ardiente en tus brazos, temblando con el roce de tu intensa mirada y jadeando al son de tus pasos. Suena cursi, ¿verdad? Suena como todos los sentimientos que se trasladan al papel y apenas reflejan el brillo nuevo de un corazón viejo.

Mi querido Christian, los sueños son el último regalo que el corazón nos concede. Y el mío late intacto con la magia que le das. A los ochenta años, la culpa ha muerto; pudor y pecado se revelan como auténticas mentiras que se difuminan como una sombra cuando el amor se interpone entre la soledad y las ganas de seguir viviendo. Aunque sea un amor de compañía ausente. Aunque sea así, distante y plácido, imposible y seguro, tan confortable como un manto cálido y tan inofensivo como una fantasía.

Cierro los ojos, soñando, definitivamente.

Siempre tuya, una más entre tantas.






miércoles, 8 de julio de 2015

Noche y día.




Cuida el día y vigila la noche hasta que no distingas tu silueta. 

Cuando dos se funden, no hay miedo, no temas,
el viento detenido estará dispuesto a arroparte…
No asusta el silencio cuando solo escuchas tus palabras,
las familiares letras que componen la soledad.
Cuando la música hable, no habrá miedo, no temas,
flotará ante ti el contorno de una nota interminable
que amansará la pena vieja y amarás otra nueva…
Cuando nadie te eche de menos, no tengas miedo,
nada temas de los que se fueron sin más.

No habrá depredadores al acecho 
cuando la calma gane la lucha mortal
y despiadada contra el dolor.
No habrá esfuerzos estériles, 
cuando no haya a quien repartir amor,
se queda y se guarda intacto, entero, al fondo, dentro,
en el más íntimo y delicado hueco del alma.

Descansa guerrero y vigila tu paz
noche y día serán compañeros,
y unidos se fundirán para que el horizonte
no te abandone cuando pasado y presente
acudan a pelear junto a ti.


(Foto by Nicole Dangoor on Flickr.)

Con amor se paga...




Amor con amor se paga,
recitaba ella ante el espejo;
lo prometiste, repetía el eco de su voz,
vacía frente a la imagen que él borraba,
y su mano dibujaba el precio
que cada día crecía,
como en su alma el peso
de una deuda que siempre volvía.

Págame con amor,
si le debes algo a la vida, 
que el tiempo pasa y la espera mata.
Frente al espejo, rezaba ella,
no olvides que el rencor se apaga
si el amor es agua,
y el odio acaba en cenizas 
si el amor es fuego
y no sólo llama. 




viernes, 8 de mayo de 2015

Testigos de un milagro




Quedaron algunos testigos sobre la mesa, abandonados e inertes, 
testigos inmóviles y en silencio que esperaban, pacientes, 
la noche y un regreso.

Nada sabían del milagro los que, indiferentes, rodeaban la mesa,
sentados bajo la costumbre, acodados sobre la rutina,
los que caminaban sin ver el café de la plaza, 
con sus sillas de metal y mimbre,
sus conversaciones con el mismo tono y timbre
y el rumor cómodo de la vida al pasar.

Los testigos permanecieron inmutables ante el milagro
y el transcurrir de las horas.

Un vaso de agua, vacío solo de un sorbo, 
un plato con oscuras huellas de café apurado a un tiempo, 
una jarra altiva con blancas huellas y una taza desaparecida.
Ella se la llevó deprisa, aferrada al aroma que aún desprendía, 
y ocultó en su bolso el sabor y la sensación revivida.

Fue al ver a su lado en aquel café a un hombre desconocido, 
una mirada sin nombre que se posó sobre ella,
con la intensa brevedad de un rayo,
con la luz suficiente para reconocerse.

Ella en él y él en ella. En su rostro claro, el detalle de un gesto,
en su manos la forma de la ternura, en sus sensaciones,
la fuerza de la comprensión sin palabras, en diálogo de silencios.

En la misma medida se reconocieron él en ella y ella en él, 
como un milagro que se acomoda un instante
entre el aire y el sol de la tarde que se va, 
abriéndose paso con esfuerzo entre lo inmutable y lo imposible,
como un fenómeno insólito y fugaz que se sabe condenado
a sobrevivir solo en el recuerdo. 

Los testigos, mudos e impotentes, todavía esperan el regreso
del milagro, aquel que nunca volverá a ser igual:
como todos, está sentenciado a ser solo una vez.

Nadie lo presenció, nadie sabe que dos revivieron juntos,
antes de que apareciera la noche.
Los que no miran lo ignoran, los que no sienten no saben,
los ciegos de corazón olvidan
que hay milagros que cruzan el alma y pasan una tarde
en un café frente a ti. 



lunes, 20 de abril de 2015

El mundo en su lugar...





El café muy caliente, los libros más queridos, apilados y a la espera, el papel en blanco, expectante y acogedor, la máquina dispuesta, las letras erguidas sobre sus teclas, los sentimientos de mayor a menor, reclamando protagonismo, y en el horizonte, un imposible inmenso, como el mar. Ese siempre fue el orden de su caos, su lugar en el mundo.

Lo fue desde que tuvo uso de razón y las palabras de su madre resonaban en el pasillo de la casa: “hay un sitio para cada cosa y cada cosa debe estar en su sitio”. Esa letanía acompañaba a María desde sus primeros años, desde que comenzaba a oírla en el salón y los pasos de su madre se acercaban peligrosamente a su habitación donde reinaba un monumental desorden de ropa tirada sobre las sillas, los papeles desperdigados entre los pliegues de la cama o los libros abiertos por cualquier página. Jamás se preocupó de ordenar un caos cómodo y prometedor, donde lo perdido podría reaparecer y donde todo estaba a su alcance; en su caótico mundo siempre sabría donde había dejado unas zapatillas viejas o donde había escondido una esperanza usada.

A su modo aprendió a organizar los problemas por orden de dolor y daño, de mayor a menor, cuidadosamente. Si el dolor todavía latía, lo relegaba al fondo del armario o lo dejaba reposar en el último cajón, el más inaccesible y plagado de recuerdos amontonados encima. Si el daño aún hería, lo mantenía a la vista sobre la mesa para sentirlo vivo y no olvidar el error propio o el desprecio ajeno que enseñaba tanto como el libro abierto a su lado. Junto a la mesilla de noche, antes de cerrar los ojos, evocaba la imagen de un rostro querido, una palabra amable, un acierto inesperado, cualquier deseo nuevo o uno de sus eternos imposibles. Y cerraba los párpados para que todo se mezclara desordenadamente, girando a la vez, en un veloz remolino, para sentirlo todo después surgiendo en fogonazos de felicidad nítida e intensa.

El tiempo fue su aliado hasta que avanzó demasiado. Los años se empeñaron en aumentar su adorado caos; al pasar, se llevaron el impulso y la impaciencia, y apareció el cansancio: una sombra permanente sobre la ventana de la habitación que oscurecía la vista y tapaba el mar. Se acumularon ante ella todos los intentos inútiles de encontrar un lugar para errores, fracasos, abandonos, desilusiones, olvidos o desamores. Llenaron a rebosar sus armarios y cajones, asomando por cada hueco, y desde cada resquicio, le recordaban que tenía que enterrarlos definitivamente.


Lo intentó. Reclamó otra vez la ayuda del tiempo y la memoria. Apeló a la voluntad y al olvido, y envió fantasmas al fondo del mar. La habitación se le apareció entonces diáfana y limpia, vacía e insensible; tan resplandeciente que dañaba los ojos, tan fría que dolían los huesos, tan solitaria que mataba el alma. 

Buscó, al menos, una esperanza en pie, hasta que, sin querer, un imposible regresó a su mente, uno inmenso como el mar que la miraba de frente: el que tanto había querido. Tan vivo como cierto. Como todos los que regresaron después, ordenadamente, volviendo a su lugar, al caos con sentido donde nada sobra, donde “cada sentimiento tiene un sitio y cada sitio debe guardar un sentimiento.”  


martes, 3 de marzo de 2015

Nunca bailas sola...






Sobre la vida, un punto de apoyo,
cuando no sabes si es de subida o descenso, 
cuando doblas las puntas hasta tocar el suelo
y el cansancio reposa en el asfalto.

Sobre las puntas, un deseo,
cuando sabes que el ruido pesa,
cuando sientes que el dolor
retuerce las articulaciones, dobla el corazón, 
deforma el cuerpo y aturde los oídos.

Sobre el corazón, un recuerdo,
cuando no hay música que alcance la bóveda del cielo,
cuando no está la sonrisa que lo pinta de consuelo,
cuando esperas quieta y callada, 
inmóvil sobre la escalera de ascenso o caída,
silenciosa y sola.

Pero es un instante, apenas un respiro de apoyo, 
es un instante que salvan las notas que vibran,
es un temblor que a otros hunde y a ella levanta,
plié, relevé, attitude, 
yergue la espalda, eleva la barbilla, 
primera, segunda, tercera...

sobre las puntas roza el aire, un impulso y flota, se desliza y gira,
una vuelta más sobre la escalera, la calle, la gente avanza, calla,
y sigue, no hay más pausa, es su destino, tras la esquina la ve,
es su sonrisa, la de su corazón, el aliento del aire, imposible
pasión de viento, esperanza abierta, felicidad segura,
y suenan pasos en silencio, danza secreta que aún comparte vida.

Cuando te acompañe, 
incansable, te elevará sobre las puntas, 
lo delicado y frágil será fuerte
porque la música va con quien la persigue.


(Para María)



(Foto https://www.flickr.com/photos/sholgk/9494620919/)