miércoles, 21 de diciembre de 2011

Todo o nada...

… es la única elección entre la espada y la pared, entre vivir y morir. Un caballero sabe cuando llega el momento de quemar sus naves y arder con ellas. Y él era un caballero desde que nació, un dandy de palabras contadas, domador de silencios en permanente desafío con el tiempo, que hubiera enamorado a la atormentada y dulce Ana Ozores en la Vetusta que recreó Clarín. Chaleco oscuro e impecable, abrigo protector de un corazón noble y sensible; gafas redondas de lector voraz, y tras los cristales, una mirada tierna; cabellos de brillo azabache y largo flequillo que ocultaba parte de su rostro, telón negro que corría o descorría a voluntad, con un suave y personal gesto, inconfundible. Caminaba ligeramente encorvado, bajo el peso de lo profundo y escondido que llevaba siempre dentro. Hasta ese día…
Había pasado los años junto a ella en la oscuridad la distancia, fundido tras los decorados del teatro, mientras la veía dar vida a sus personajes, transformarse en otras ficciones, una tras otra, sin encontrar nunca su realidad. No podía encender otro foco para iluminarla. Ya no… 
Esto es una despedida, un adiós. Me voy, no puedo seguir aquí. No puedo, no quiero verte más.
Los ojos de ella se abrieron en un gesto de incredulidad. Imposible ¿por qué?
He esperado a tener algo de ti, por insignificante que fuera, y ya no puedo, no quiero, conformarme con menos. Es todo o nada…
Antes de terminar la frase sabía cual sería la respuesta de ella. Estaba escrita con claridad en sus ojos. Pero, ¿por qué?
Cada día se me va la vida al verte, voy muriendo a cada minuto sin poder besarte, sin abrazarte. No respiro si no te oigo. No soy ni mi sombra sin ti. Me justifiqué con la fidelidad, me excusé con la esperanza, me engañé con ilusiones vacías. ¿Es cobardía renunciar o es valentía dejar de sufrir?
Y antes de alejarse, con un último gesto se retiró el pelo de la cara y dejó entrever tras los cristales dos lágrimas: una por todo, otra por nada. 

“Sé que eres tú lo que más amo, mientras te estoy diciendo adiós”. Antonio Gala

viernes, 16 de diciembre de 2011

El valle de los presentimientos

No sabes cuando diste el primer paso. Ayer, hace dos semanas o tres meses, quién sabe. Los días, las horas, los minutos pasados se confunden, imposibles de calcular mientras desciendes por el valle de los presentimientos, volviendo la vista atrás, sin mirar alrededor, tropezando entre errores, dudas, temores y suposiciones. Sientes el olvido gris rodeándote como una niebla espesa, cercada y empujada por un viento gélido, único interlocutor, compañero sin respuesta.
A cada paso, la incertidumbre se convierte en certeza, la inquietud en seguridad. Avanzas con la frágil convicción de los sentimientos, el engaño del orgullo, la rotundidad del desamor. Sientes que alguien trata de exiliarte de su memoria, te sabes extranjera en aquel corazón que un día te cobijó. Supones, intuyes, crees que ahora él recorre otros caminos, trata de alcanzar otras cimas, sospechas que se oculta tras aquella colina que esconden las nubes. 
No sabes cuándo aparecieron las señales de alarma, cuándo desaparecieron los mensajes de amor. Ya no escuchas el eco de tu nombre resonando con su voz. Ya no oyes aquellas palabras de emoción antigua. Se fueron acallando hace tiempo. ¿Cuándo, por qué?, quién sabe. Ahora son tu lamento en la lejanía, son angustia y desilusión.
Desde el fondo de la soledad los presentimientos son gigantes que trasforman la realidad en mentira, lo falso en verdadero. ¿Qué es verdad y qué es mentira?, quien sabe. Todo se funde y se diluye entre la densa niebla, en ráfagas de sensaciones, ciertas o inciertas, en el valle de la inquietud, en el reino del desasosiego.
No te detienes, das otro paso, caes de nuevo, te hundes en el hielo de la pena y la ceguera es total.
Desde lo más hondo, todavía puedes abrir los ojos, dejar de sentir ficciones, enterrar las suposiciones. Olvida presentir. Tal vez tras aquella colina, más allá de las nubes, a través de la niebla, hay un sol que intenta iluminar tu ascenso, una voz que grita seguridad, un corazón de emoción antigua que te recuerda, que te espera…

La dueña de la luna

La dueña de la luna renace cada noche, juega entre estrellas, se desliza entre constelaciones, dibuja sueños y les da forma hasta convertirlos en reales y alcanzarlos con la punta de los dedos. Los persigue hasta apresarlos en un abrazo, uno tras otro, los pinta de amor y les da el color brillante e intenso de las sensaciones. Respira aliento cálido y fue moldeada con fuerza de acero plateado, y contornos de pasión. No teme la luz del sol. No tiene miedo a arder ni a quemarse con su resplandor, porque cada noche vuelve a su oscuridad entre estrellas, a bailar con ellas, a rozar su luna con la punta de los dedos. 
Y cada noche es sueño, fuego al mediodía, calma al atardecer, y cada día es amor para entregar sin medida. Regalo de la dueña de la luna.
Para Nora

martes, 13 de diciembre de 2011

Un lápiz de labios

El sonido de sus tacones resonando en el pasillo había sido siempre el anuncio de su llegada. Repicaban agudos y poderosos, aquellos finísimos e interminables zapatos de tacón de aguja, e inmediatamente ella entraba en el baño dejando a su alrededor una estela de perfume. Colocaba el neceser junto al lavabo, desplegaba sus armas de belleza, los instrumentos de su poder, y aplicaba cuidadosamente sobre su rostro la máscara con la que aquel día, un día más, dominaría a todos a su alrededor.
Yo la contemplaba, como siempre, medio oculta tras la puerta, sentada en la taza de en uno de los wáteres que acababa de limpiar. Y sin querer, comparaba sus zapatos con mis mocasines de mercadillo, ya medio ajados por el uso. Y sin desearlo, pasaba lista a los incontables tarritos de crema, maquillajes, sombras de ojos y lápices de labios que ella se aplicaba con destreza. Todos nombres exóticos, extraños para mi: La Mer, Chanel, Dior, Estée Lauder. Sin embargo, sabía que sólo con lo que costaba uno de ellos podría alimentar a mi familia en Ecuador durante años. No podía quejarme, me sentía afortunada por haber encontrado este trabajo, porque desde hacía meses escaseaba para todos. Mis primos habían tenido que regresar y yo bendecía cada hora que pasaba fregoteando el suelo de aquellos baños, en un edificio de lujoso cristal. Pero me dolía ser invisible. Se clavaban en mi orgullo esas miradas pintadas de cierto desprecio y teñidas de indiferencia, que ella me lanzaba cuando me veía recogiendo los pañuelos manchados de carmín, que nunca acertaba a echar en la papelera. Entonces la odiaba, lo confieso. Sentía mezclarse en mis entrañas el rencor, la injusticia y la envidia como la lejía, el detergente y el agua sucia, que después tiraba al water. Tenía que aferrarme a la fregona, con los nudillos blancos de ira, para levantar la cabeza y, con dignidad, seguir adelante…
No noté nada o no quise darme cuenta hasta aquel día en que los tacones anunciaron su presencia con menos firmeza. Aquel día sonaron tambaleantes por el pasillo y un aroma de tristeza inundó el baño. Lucía un traje chaqueta sospechosamente desgastado, profundas ojeras enmarcaban sus bonitos ojos y los pañuelos estaban manchados, esta vez, de las lágrimas que derramaba sin parar. Desconcertada, recordé los rumores que circulaban en la oficina: la crisis, la quiebra del negocio de su marido, la venta de su chalet y sus pisos en Madrid y Barcelona. Estaba arruinada, ¿serían ciertos esos rumores?. ¿Qué sería ahora de ella?. Yo estoy contenta con mi cara lavada, cuando salgo a salsear con mi novio y compartimos una hamburguesa en el parque. Pero ¿y ella?, si sólo conoce la felicidad que se compra…
Lentamente, sacó del neceser lo poco que quedaba de sus cosméticos de lujo. Todos prácticamente acabados, ningún lápiz de labios. La vi clavar en el espejo su mirada hundida, vacía, y sin querer, sin desearlo, metí la mano en el bolso de mi bata y le entregué mi barra de labios. Me miró y… ¿qué era aquello?, ¿un gesto de humanidad?, ¿algo de ternura?, ¿agradecimiento?. Sorprendida la vi aplicarse la barra de labios, intensamente roja, y yo la imité. Sonreímos las dos ante el espejo, que nos devolvía una hermosa imagen. Iguales. 
- Bonito color, ¿de qué marca es?
- Deliplús, señora…
- No la conocía…
Contuve la respiración. Claro, no la conocía. Ella no sabía, no podía saberlo y por un instante tuve en mi boca la venganza, la ocasión de asestarle una pequeña humillación. Para ella lo hubiera sido, sin duda. Pero, libre de máscaras, elegí quedarme con su sonrisa.
Mañana vuelvo al Mercadona a comprarme otro lápiz de labios… 

viernes, 25 de noviembre de 2011

La sonrisa de mi corazón

Hay algo tan seguro como el amanecer, como el sol que aparece cada día aunque cambie sus matices, mostrando su luz a cielo abierto o tras las tormentas cotidianas, aunque ilumine un mundo y sólo quede para ti un rayo de calor.
Hay algo que existe con la misma certeza del mar, que guarda sus tesoros en lo más profundo y sólo escupe a la superficie los deshechos del tiempo, restos de olvido, mentiras y renuncias, escombros de naufragios cotidianos. 
Hay algo que sobrevive al pasado al que uno se aferra para seguir flotando entre el oleaje, a la espera de otras playas, de otras costas donde recalar y construir otro futuro.
Hay algo inmutable ante los vientos del cambio, terso frente a las arrugas del tiempo, susurrando como la brisa que sopla suave, constante y limpia.
No desaparece porque es verdadero, porque viaja dentro, alegría que permanece, aunque en ocasiones se proteja para no querer demasiado, aunque a veces se esconda en el silencio. 
Nada altera ni destruye lo auténtico que se lleva dentro: la sonrisa de mi corazón

lunes, 21 de noviembre de 2011

La fantasía de una voz

Cada noche ella repetía el mismo ritual. Abría las cortinas y se vestía sólo de luz de luna. Extendida sobre la cama, frotaba las sábanas con los pies y encendía la radio con un suave suspiro de anticipación. A los sones de la sintonía del programa, del dulce vaivén del Adagio de Albinoni, la oscura habitación se iluminaba con la voz, profunda y bien timbrada, del locutor de madrugada. Desgranaba palabras de amor y declamaba manoseados poemas entre melodías antiguas, mientras ella se dejaba inundar por aromas intensamente masculinos. Notas de cedro, menta y canela ascendían por su piel. Respiraba esencias, mientras la voz le susurraba junto al lóbulo de la oreja y descendía húmeda por su garganta. Se detenía entre sus pechos, con un delicado toque, se deslizaba por el vientre, en una breve parada, hasta el centro de sus muslos. Todo su cuerpo vibraba sin control. Sus manos, sus labios, sus caderas, su deseo, su lógica y su razón se convertían en cuerdas de guitarra a los sones de aquella voz que sonaba exclusivamente para ella. Era suya y era única en esas horas. El amanecer le devolvería después su vida anodina e invisible.
Hasta que no fue suficiente. Quiso más. Esperó paciente bajo la lluvia y, a la salida de la emisora, lo vio aparecer, alto y desgarbado, sonriendo con descaro, mientras rodeaba con su brazo la cintura de una adolescente que soltaba risitas nerviosas, orgullosa de su suerte, sin percatarse de que para él era poco más que un trofeo de una noche. Otras seguían sus pasos a corta distancia, reclamando su atención, dispuestas a ser las siguientes en la lista.
Ella le observaba completamente inmóvil, humillada, desde el vacío que se había abierto hueco en su mente. “Ingenua, estúpida”, clamaba con un grito ahogado. Ascendía el odio en oleadas desde los pies a la cabeza. En un instante, el amor intenso se tornó en odio profundo. Para sobrevivir, supo que odiarle dolería menos que amarle. Con mano temblorosa, rebuscó en el bolso el estuche de manicura, aferró las pequeñas y afiladas tijeras, y pensó en clavárselas en la garganta, en hundir el filo entre sus cuerdas vocales. Dio un paso hacia adelante… Un hilo de cordura detuvo su deseo de acabar con aquel que había matado la fantasía de una voz, el impulso de su vida. Porque era de todas, porque no era suya, porque no era única. Porque no era nada. 
Vagó sin rumbo hasta que salió el sol. ¿A dónde ir sin objetivo? Se sentó en la terraza de una cafetería solitaria a contemplar el febril despertar de todos los que conocían su destino cada día. De repente, sonó una voz con notas de mandarina, gotas de limón y sándalo, enmarcada por una sonrisa acogedora.
- Buenos días. ¿Qué desea, señorita?
- Un café y una nueva vida, por favor…

viernes, 11 de noviembre de 2011

Hubiera bastado con un abrazo...

…o con un beso, o con una palabra de cariño. Cualquier gesto de calidez, de cercanía, de consuelo hubiera bastado para frenar las lágrimas cuando las fuerzas llegan al límite, cuando te inunda la fiebre, cuando se siente un rayo de dolor que parte en dos la cabeza. Cuando dar un paso más allá del borde de la cama es una aventura imposible… 
No puedes mirar cara a cara a la enfermedad. Nunca pudiste. Ni asumir los pocos momentos en que te venció, ni acercarte a la de los demás. Te paraliza el miedo a un enemigo desconocido y rebelde que no puedes doblegar con tu eficacia de ejecutivo. Tratas de acudir a los remedios prácticos, revisar el tratamiento médico, los fármacos, el reposo, reorganizar todos los esquemas. Pero el dolor no tiene medida, lógica, ni control, y puede ser invencible cuando el siguiente paso es temer a la muerte segura, sentencia final e ineludible para todos. Ese terror oscuro de niño desvalido se refleja en tu expresión cada vez que alguien a tu lado se siente enfermo. No entiendes porqué ese rostro sonriente aparece ahora desfigurado por el dolor, abatido por la enfermedad. Te vence el miedo, cargado de impotencia, a perder de un sólo golpe lo que amas, los pilares que sostienen tu vida, y enterrar las razones que te empujan a seguir adelante. 
Nada ni nadie supera a la muerte y recuperarse de cualquier enfermedad es una difícil prueba. Pero la valentía de vencer la aprensión y los temores, y ofrecer a tiempo una caricia, una mirada, un gesto de cariño puede ser más efectivo que el más refinado y costoso de los tratamientos. Un simple, un sencillo abrazo, da vida. 


“La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas”. Sigmund Freud.

jueves, 27 de octubre de 2011

Al principio fue la sed...

Al principio fue la sed… la sed de sentir que calmamos con torrentes de agua por la garganta ardiente, sin medida ni razón. Aliento, saliva y amor fundido en sensaciones, deslizándose por un mismo caudal, hacia el mismo río, el mismo mar. 
Al final fue la red… la red de gotas de aquel torrente frente al hogar. Pasillos construidos de rutinas de convivencia, paredes de reproches y portazos de silencio. Gotas estancadas de amor, apenas unidas por la costumbre. Compleja, delicada y frágil telaraña teje el amor: nos separa, pero lo protege y sostiene a la vez.

jueves, 13 de octubre de 2011

Noticia del vacío

Una joven de 25 años ha sido encontrada muerta a primera hora de esta mañana en la calle Mayor, después de que, al parecer, cayera desde el 5º piso de la vivienda, en la que residía desde hace un año. Hasta el momento, no se conocen los motivos del suceso, aunque todo apunta a un suicidio, según confirmaron fuentes policiales. Los vecinos aseguraron que la chica vivía sola, no tenía trabajo, ni relaciones con otras personas.
“Desde que llegó al piso, la vi bajar y subir del portal completamente sola. Salía poco, no hacía ningún ruido y parecía buena chica. Tampoco vi nunca que se juntara con otra gente, ni que tuviera familia. Siempre me dieron ganas de preguntarle cómo le iba, pero nunca me atreví. ¡Ay, Dios mío, no sé cómo ha podido terminar así!”, afirmó una vecina. 


“Qué sosería. Esta noticia no tiene miga, chispa, tirón” “Es sólo un rutinario suicidio más”, pensó el redactor, indiferente y aburrido, mientras se afanaba en recorrer la acera en busca de testigos. Allí permanecía todavía el cadáver de la joven cubierto por una sábana, bajo un evidente charco de oscura sangre, protegido por un cordón policial, y algunos curiosos.
Ambicioso y harto de su suerte, en la agotadora y poco lucida crónica de sucesos, el periodista buscaba su filón, hasta que vio llegar al juez de guardia para proceder al levantamiento del cadáver. Sin apartar la vista de la figura sobria del juez, observó cómo miraba con detenimiento la postura de la fallecida. Boca arriba y con las palmas de las manos extendidas hacia el cielo.
En un arranque de valentía, descaro (y cierta desesperación) el periodista abordó al juez: ¿qué le parece? ¿un suicidio normal?. “No es normal, joven, contestó el juez. No es normal que a los 25 años alguien caiga desde varios metros y acabe en el suelo con las manos abiertas?” “Y eso qué quiere decir, juez”. “Quiere decir que murió aferrando lo único que tenía: el aire, el espacio vacío, su nada…”
El periodista levantó la mirada hacia el juez emocionado y aturdido. No por la inspiración poética del juez, no por la tragedia de la joven. No se concedió ni un segundo de sensibilidad. Corrió sin parar hasta la redacción ¡ya tenía titular!

miércoles, 5 de octubre de 2011

Fuera de lugar

Fuera de lugar… Esa sensación tan familiar, tan acostumbrada a sentir a flor de piel, pegada a las entrañas. Como una niña atónita y desolada que, de repente, se perdió tras una luz, mientras otros cambiaban de dirección. 

Una niña en medio de la nada. Sin rumbo. Sorprendida, por la rapidez con que los demás abandonaron el camino emprendido juntos. Aterida de frío, porque se escapó el calor que daban palabras y caricias. Indecisa, porque preguntar sólo serviría para acumular mentiras piadosas y falsedades evidentes. Callada, porque los mensajes quedaron sin destinatario. 
Cobardía en las respuestas y miedo a la verdad es el paisaje más solitario, devastado por la infidelidad y la deslealtad. No hay brújula para los abandonados, no hay guía para los perdidos en todas las direcciones. Sólo un puñado de dificultades y heridas. Dureza para crecer en soledad, fe en un destino y voluntad para seguir, sin nadie más, su propio camino.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Bajo la superficie

Tengo miedo de la vida bajo la superficie, al mundo que se define entre claroscuros, a cada existencia que se mueve oculta bajo el sol. A las vidas que se esconden, las que apenas se vislumbran gracias a un rayo de sinceridad, las que viven estancadas entre prejuicios, asentadas en su mentira. Temo a los seres que nadan entre el lodo de la falsedad, respirando bocanadas de hipocresía, resistentes al rechazo, a la crítica, a cualquier esfuerzo por comprender. 
Tengo miedo a callar sobre lo que me duele y lo que amo. Pánico a no poder gritar un “te quiero”, a que tú no lo oigas y me arrastre tu olvido. A hundirme bajo la superficie de un río sin otro destino que un mar de vacío. Miedo al cambio que no mantiene su esencia.
Me asustan las palabras que se lanzan desde la superficie al aire, y mucho más las que se silencian. El terror de los deseos insatisfechos, envidias injustificadas y rencores putrefactos, como esas algas verdosas y marchitas. La voz ronca y el silencio, siniestro y cruel, de los cantos de sirena bajo la superficie.
Temo que la verdad, la que cada uno guarda como su tesoro, se cubra con una capa de barro, escarcha y hielo. Y la verdad, la tuya y la mía, la nuestra, se ahogue en un eterno invierno, cubierta de palabras muertas, congelada y sola, entre silencios, mentiras y temores.


(Gracias a @Avisnigra67)

martes, 13 de septiembre de 2011

Falsa libertad

Cree ser libre quien nada espera, quien ve la vida pasar sin comprometerse, ajeno a la luz y el aire, de espaldas al cariño, indiferente al color y las sensaciones, al frescor del agua. Cree estar libre del dolor y sufrimiento que traen como equipaje los demás…
Pero esa libertad elegida, incluso a cielo abierto, tiene barrotes de soledad, una celda inmensa de apatía, y una existencia que no merece el nombre de vida.


(Gracias @Avisnigra67)

El resplandor del sol

Las lágrimas de atardecer saben a dulce agua con sal, café torrefacto y humo gris en horas de madrugada. Dibujan el contorno de rostros amados, mojan penas antiguas, y tiñen de transparencia la realidad, lo que pudo ser y nunca será. Juegan a deslizarse libres, en un caudal imparable, hasta unirse en un lago de infinitos imposibles. 
Y mientras descansan, sueñas…
Sueñas que el resplandor del sol las ilumina y transforma en calor y amor. Sientes la última luz que extrae su fuerza y su razón de ser: para que fluyan y no se estanquen entre recuerdos, para que brillen limpias de rencores y arrepentimientos, para que sigan vivas en la emoción y la alegría, para que calmen la sed de la próxima sonrisa.   
Sueñas y lloras, esperas y sueñas… Mañana volverá el resplandor del sol.


(Gracias @Avisnigra67)

Entre tu alma y la mía...

Entre tu alma y la mía hay nubes de pensamientos que se deslizan al tiempo. El viento los empuja hasta encontrarse en un rincón del cielo, donde ni un soplo de duda los deshace, donde se unen y crecen, inseparables. Allá donde el silencio es cómplice de secretos y testigo de minutos eternos. 
Entre tu alma y la mía hay un espejo de sentimientos, mecidos por la calma y la confianza. Reposan y sueñan, transparentes e inmortales, más allá de ti, más allá de mi… mientras el cielo los guarde.


(Gracias @Avisnigra67)

domingo, 31 de julio de 2011

La belleza del silencio

Respiró profundamente y se sintió el rey de todo cuanto abarcaba la vista. Ni siquiera el sol se atrevía a asomar todavía en la gran playa vacía y la belleza del silencio invitaba a olvidar el desasosiego cotidiano. Dejaba atrás un año difícil, de ruidos ensordecedores, con el alma agotada y el corazón dolorido. La tenue luz protegía su soledad y el mar rugía quedamente, mientras avanzaba observando la multitud de huellas en la arena.  
Sin darse cuenta se encontró siguiendo la interminable linea de pisadas que se extendía frente a él. Algunas se fundían calladas y otras resaltaban con sonido propio. Unas diminutas pisadas traían voces infantiles: un niño de flequillo rebelde construía un castillo, mientras su hermana le perseguía con la pala, destrozando entre risas la ilusión de su gran obra. Más allá, se oían juegos de adolescente; huellas revueltas que se confundían con los coros improvisados en torno la guitarra que rasgaba uno de ellos. Apartado del bullicio juvenil, se escuchaba el intenso gemido de una joven que clavaba el talón de su pie en la arena, impulsado por el ascenso de unos dedos por su espalda y el recorrido de una lengua cariñosa hasta su nuca.
Más leves y suaves aparecían las marcas de dos pies solitarios que se alejaban sin destino. ¿Dónde estabas cuando tanto te necesité?, cantaba El Último de la Fila. Dolor y abandono, melodía triste de violín en sus oídos y ecos de canciones en la nostalgia. Un grito de impotencia ascendía de aquella otra huella con forma de fracaso; una carcajada liberadora de esa otra; un aullido de alegría tras el éxito luchado; el susurro de las caricias de la mujer que bailaba en sus sueños; rastros de amor, granos de felicidad construyendo la cima de tantas montañas…
Cientos de sonidos subieron por su piel mezclados con el rumor de las olas hasta inundar su corazón vacío. ¿Eran reales? Miró sus pies, cubiertos por la fina arena morena, y sintió que nada podía ser imaginario. Todas las voces, todos los sonidos estaban vivos, pertenecían a otros y a sí mismo, a la banda sonora de cada vida, a los que pisaron antes, a los que lo harán hoy, y a los que dejarán sus huellas mañana. Sonrió y aspiró feliz la brisa que traía los ecos de su interior, de su compañía en soledad. Y entonces pudo disfrutar, de verdad, de la belleza de aquel “silencio”.


(“En la soledad no se encuentra más que lo que a la soledad se lleva.- Juan Ramón Jiménez”)

(Gracias a @Avisnigra67)

martes, 12 de julio de 2011

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Sonaba reconfortante aquella voz entre los gruesos muros del templo, aislado del calor de la tarde, decorado para alejar la realidad y sumergirse en el lujo de una ansiada serenidad. “El Amor es Uno, Universal, Infinito…”, la remilgada voz del sacerdote adquiría intensidad y convicción a medida que desgranaba su pretendida verdad divina. Ella lo escuchaba con una tímida esperanza, mientras posaba la mano en el vientre, y se dejaba llevar por los juegos del sol en las vidrieras de colores.
Sonaba inmensa esa definición del Amor, el ideal de un sentimiento sin límites, hasta que el tono de aquella voz se convirtió en tajante y amenazador, al tiempo que colocaba sus correspondientes etiquetas: amor a Dios, al marido, al hermano, al amigo, a los padres, a hombres y mujeres en general, a distintos tipos de personas en particular… Categorías, divisiones y subdivisiones en una larga cadena, con sus correspondientes pecados, asociados a un “te quiero” susurrado a la persona inadecuada, a un beso manchado de culpa, a un abrazo tachado de prohibido.
Amor transformado en agravio a aquel Dios y a tantas otras divinidades, siempre todopoderosas. Amor o símbolo de poder, deformado al paso de los siglos por aspirantes a dioses que añadieron sus propias categorías. Amor humano, encarcelado en palabras para ser moldeado y manejado, consciente o inconscientemente, por todos. Amor domado que culmina tantas veces en traición, recriminaciones, venganza, celos… Y el dolor, como último eslabón de la cadena.
Con una mirada al sol que dejaba sus últimos destellos de tarde en las vidrieras, se levantó y sus pasos resonaron firmes por el pasillo, impulsados por las suaves patadas que su pequeño le daba dentro del vientre. Nunca serás hijo del pecado, pensó, nadie te pondrá, ni nos pondrá etiquetas… Del Amor sólo debe nacer felicidad, nunca una condena, sólo libertad.

jueves, 30 de junio de 2011

Ausencia

No me busques nunca entre la desolación, esa inmensidad oscura, profunda, ciega por las lágrimas y tapiada por la pena. Nada verás con el corazón hundido, los puños apretados, y el aliento agotado de suspirar por lo irremediable. Alza la cabeza y mira alrededor…
Estaré en la primera sorpresa del día, en el primer impulso que te hace sonreír, en un vuelco de corazón, en luz y aroma de hogar. Me verás al calzarte tus zapatillas y caminar sin rumbo, en todas tus caídas y en tu destino final. Al recordar aquel día y aquella risa, entre las hojas caídas y los destellos de sol. Bailaré contigo bajo la lluvia y juntos nos secaremos con una sonrisa.
Estaré en tus manos, intangible, en el rincón más apartado de tus recuerdos y en el borde de tu futuro. Viviré en el calor de un abrazo y la dulzura de un beso. Seré ternura y compañía fiel cada minuto del día. 
Me verás si me piensas. Estaré siempre, si me sientes.

Olvida el bolero, reloj...

Olvida el bolero, reloj...
Marca las horas sin pausa, no des tregua, que se deslicen rápidas, fugaces, hasta ser invisibles. Que vuelen veloces los minutos, que se esfumen los segundos, que el último aliento se funda con el deseo en la oscuridad de la noche.
No me regales tiempo para pensar, ni momento para sentir. Que desaparezcan a tu ritmo los ecos de canciones de amor, borra lo inalcanzable, oculta en tu eternidad esperanzas imposibles e ilusiones soñadas, acalla con tu tic tac todas las voces. 
No me dejes ni un instante más entre sus brazos, porque no puedo… no debo enloquecer.

Lección aprendida

No se aprende, ni aunque pasen los años y pesen los días…
Se deja el corazón en cualquier rincón, desprotegido, en lugar incierto, en tierra de nadie. Se entrega allí donde nada crece ni fecunda. Solitario, torpemente disfrazado de tentación que nadie desea morder, a merced de miradas indiferentes y sentimientos muertos.
Se olvida como un mendigo sin limosna, clavado en el presente, engañado por el futuro. Vive zarandeado por el rechazo, mareado por las dudas, aturdido por los silencios; agotado y senil.
A medio camino hacia ninguna parte, uno regresa a rescatarlo y vuelve sobre sus pasos, más derrotado que nunca. Y avanza, de nuevo, con el corazón apresado en las manos, vestido con una nueva capa de dolor, jurando no volver a dejarlo libre, prometiendo que estará buen resguardo, conjurando el temor de que jamás se vuelva a escapar. 
Con la lección aprendida, hasta la próxima vez…

miércoles, 29 de junio de 2011

Aquel hombre...

vivía más allá del tiempo, del ritmo de los días y la prisa de otros. Avanzaba al volante, ventanilla abierta, brazo extendido, acariciando el viento con su mano recia. Conducía lento, como si caminara por el asfalto, absorbiendo la luz de la tierra, los sonidos del campo. Respiraba despacio, saboreaba aromas del aire y dosificaba las palabras, entresacadas con sumo cuidado de su refugio de silencio.
Se levantaba antes que el sol para acercarse a la orilla del río, tender su caña y sentir la compañía de los peces durante horas, en comunicación íntima y privada con aquellos seres bajo el agua, convertidos en amigos más que en presas.  Tal vez, aquellos cómplices de silencios consiguieron comprender mejor que nadie la vida que transcurría dentro, su respuesta a todo sin enfrentamientos, sin levantar la voz jamás, dominando rencores, asimilando desprecios, acallando odios. Tal vez, algún día vieron los rayos fugaces de sus tormentas interiores, profundas y breves, y cómo al instante, se abría el cielo con su sonrisa. 
“En el fondo, todos somos egoístas. Compartimos dolor y frustración porque no somos fuertes y capaces de superarlos en soledad. Los gritos que se responden con gritos, ensordecen y enturbian la calma de todo lo que nos rodea; nos altera la ira que traspasamos a otros, y en cambio, por cobardía, por evitar más dolor, nos negamos demostrar el cariño que sentimos. Hasta que advertimos que ya es demasiado tarde…"
Aquel hombre reflejaba en sus ojos todos los colores de una hoja verde, húmeda y brillante tras la lluvia de primavera, cegadora a la luz de un mediodía de verano, ocre y tibia en otoño… hasta la oscuridad del último invierno. 
"Mi única ambición es la más difícil y compleja de todas: ser un buen hombre.”
A mi padre

Imaginación

Nada ni nadie es más libre que su propia imaginación, con sus recodos profundos, sinuosos, interminables; estancados en un segundo eterno o en vertiginoso descenso. 
La imaginación es ese río que acumula su colorido caudal de deseos e ilusiones al paso de los años, hasta desembocar en un océano irisado, infinito, único y privado, a mano sólo del alma, a la vista sólo del corazón.

¿A dónde van las palabras?

A punto de emprender el viaje final, el viejo librero acudió a la trastienda de su antiguo negocio, y antes de echar la llave, contempló un insólito fenómeno: la repentina explosión de miles de páginas, cientos de libros, danzando al vuelo. Sin alterarse, con la templanza del que nada tiene que perder, se sentó frente a la luz cegadora y sintió la fuerza del viento que jugaba con las páginas, -marchitas, ajadas-; el viento que removía frases -repetidas, desgastadas-; el viento que agitaba palabras olvidadas, ignoradas.
¿A dónde irán las palabras que nadie siente?, se preguntó. Palabras aferradas al papel como salvavidas, lanzadas al aire como gritos de socorro, susurradas al silencio como último intento.
 ¿A dónde van las palabras que repiten cada segundo, en cada lugar, los amantes rechazados, convertidas por la indiferencia en música sin armonía? ¿Qué destino tuvieron las palabras que forjaron la historia de escritores desencantados, hilvanadas entre lamentos y deudas? ¿En qué lugar se perdieron las palabras de cariño que nadie quiso corresponder?
El librero deseó, por última vez, con todas sus fuerzas, que aquel viento indómito y milagroso repartiera con justicia las palabras, para que aquellos que lo necesitaran oyeran -leyeran-, por una vez en la vida, un te amo, te comprendo, te acompañote ayudo

martes, 28 de junio de 2011

La venganza

Frente a la puerta del juzgado, cerró los ojos y trató de aislarse del bullicio que provocaba el trasiego de personas que abarrotaban los pasillos. Intentó recordar la intensa ira que le había empujado hasta allí y seguir al pie de la letra las instrucciones de su elegante y ambiciosa abogada, una fiel sierva de Armani, pagada por su familia para acusar al que había sido su novio durante años.
“Recuerda, vamos a hundirle. Le sacaremos el dinero que no tiene, hasta el último céntimo, y si es posible, que acabe en prisión. Utilizaremos todos los recursos legales: agresión, malos tratos, intento de violación, todo… Has desperdiciado los mejores años de tu vida con ese inútil que no te ha dejado nada a cambio. Recuérdalo cuando te interrogue el juez.”
Era el mismo mensaje que le lanzaron sus padres, a voz en grito, cuando la vieron regresar, alterada, despeinada, con los ojos hinchados y un leve arañazo en la mano, sin respiración ni fuerzas, después de la ruptura definitiva.
Una fortísima discusión con él en el portal de casa, entre forcejeos y recriminaciones, puso fin a sus esperanzas de un futuro de comodidades. Hijos, un adosado en un barrio elegante, coche último modelo… Caprichos y aspiraciones que habían ido desvaneciéndose día a día. Su trabajo no daba ni para la mitad y él había demostrado ser un cariñoso pero apático vago, perdido entre escritos, películas y música, volando junto a los pájaros que poblaban su cabeza.
Fracaso y frustración. Años tirados a la basura, media vida desperdiciada junto a él. En su cabeza resonaron las críticas de su familia. Sintió una oleada de autocompasión: tenía que pagarlo.
Pero entre los recuerdos, suavemente, sin reloj, surgió otra medida de tiempo. Aparecieron aquellos instantes compartidos antes del amanecer, momentos cómplices entre risas, horas acurrucados en el sofá, minutos felices contemplando su pícara sonrisa de niño, segundos interminables rozando su flequillo antes de dormirse en un sueño. Una eternidad enamorada que había durado 15 años.
Cuando escuchó resonar los tacones de su abogada por el pasillo, se levantó y con firmeza le dijo:
“Retiro la denuncia. Definitivamente. Los dos somos culpables. No voy a hacerle daño, ni voy a vengarme, porque le quise mucho y eso hizo mi vida mejor. Tal vez no me dio el futuro ideal, pero me dejó un pasado de cariño.
Antes de alejarse y para zanjar cualquier duda, insistió: “Amar nunca es un desperdicio, abogada”

Llegará un día...

Llegará un día en el que ninguna mujer tenga que usar sus manos para ocultar la humillación de una bofetada, el dolor de todos los desprecios, el miedo a la muerte, la impotencia de saberse a merced del verdugo que consideraba su compañero, su amigo, su amor.
Ese día en el que podrá quitarse todos los escudos y enseñar su rostro con dignidad, fuerte y libre. Abrir las manos y sentir que vuelven a ensayar caricias mutiladas durante mucho tiempo. Un nuevo vestido sobre el cuerpo, seda sobre la piel, azul sobre los ojos, rimel en las pestañas, rojo en los labios. Nuevas caricias al abrir los brazos y acoger en ellos a sus hijos, sentirlos moverse a través de su vientre, verlos crecer sin rencores ni temores.
¿Ante quien hay que levantar las manos para que llegue ese día?

Y al final... el mar

Ser cada día el torrente intenso que fluye constante, imparable, una cascada entre rocas que acarician o aristas que agreden. Avanzar sin pausa ni rendiciones, sortear obstáculos sin romperse. Sentir el estruendo o el eco de la serenidad, deslizarse sin temor entre sombras, alimentarse de luz y absorber colores de vida.
Y al final del trayecto, descansar y regresar al origen, el mar…

El escritor

El escritor deslizaba la pluma sobre el papel con sabiduría de años y la dulzura del que apoya la mano sobre un rostro amigo. Enlazaba, sin detener el aliento, nombres amados rescatados del pasado, incontables verbos de acciones sin cumplir, puntos suspensivos que engarzaban dudas, errores y miedos, y alguna chispa de fugaz alegría.
Con sus últimas fuerzas arrastró aquellos sentimientos desde la infancia hasta el inminente final. Clavó las palabras en el papel, con la pluma como puñal, conjurando traiciones y pasiones, mientras cada cicatriz dejada por la vida se estampaba también en su piel.
Con el punto y final, suspiró, cerró los ojos y descansó. Su último pensamiento fue para el lector que reviviría su historia con otros ojos y otras heridas, esas que tal vez pudieran sanarse con aquellas palabras marcadas por el fuego de una vida en el papel.

Una caricia...

Una caricia es el susurro de un te quiero que se desliza por la piel, ligero y profundo a la vez. 
Un halo de ternura en la mirada que besa con los ojos, un gesto escondido entre lo cotidiano que alivia heridas y arrasa tristezas.
Una palabra con luz propia, oculta entre cientos, que con su eco despeja la niebla y mata la oscuridad.
Una caricia es el rastro de tu esencia y la realidad de tu presencia… Tu compañía.

Teorías y poemas

Busqué en todos los libros a mi alcance, desgrané las teorías de los grandes pensadores, devoré los textos de escritores ilustres, absorbí los poemas más inspirados. Desmenucé las frases, manoseé las palabras, jugué con metáforas, acumulé sinónimos, inventé voces que no existían más que en mi deseo. 
Me alimenté de los grandes poetas, me inundé de su esencia, quise extraer su poder, robar su magia… 
Nada me sirvió para llegar a ti, ninguna palabra atravesó tu indiferencia, no me rescató del olvido ni me convirtió en tu espejo. Tal vez, el único acertado fue el maestro Benedetti: “la culpa es de uno cuando no enamora, y no de los pretextos ni del tiempo”
¿Y si habla el silencio? ¿Y si me permites mirarte? ¿Y si dejas que todo lo digan los ojos?

lunes, 27 de junio de 2011

Reptiles

Dicen que las fobias son irracionales, un terror indeterminado que se siente intenso y sin justificación, pero a medida que pasa el tiempo compruebo que mi fobia por los reptiles nace de relacionarlos con los variados tipos de fauna humana que se encuentran cada día. Seres en apariencia seductores, envolventes, atractivos, que se revelan finalmente como dañinos, peligrosos y, a veces, mortales.
No puedo evitar un profundo rechazo por esas diminutas lagartijas, inofensivas, pero indignas, que se arrastran por los rincones, indolentes, siempre al sol que más calienta. Me provocan escalofrios los camaleones, aquellos que aprovechan su belleza cromática para confundirse con el paisaje. Ocultos a la espera de su presa, expertos en el camuflaje, el disimulo, dominando todas las técnicas del fingimiento y el engaño. Hábiles y rápidos con la lengua, dispuestos a cautivar con palabras huecas y mentiras disfradadas de verdad.
Veo serpientes cada día, luciendo su insinuante y sigilosa belleza. Asesinas que te pueden ahogar con la fuerza de un abrazo pretendidamente sincero. Crueles e hipnóticas, despliegan magnetismo y carisma, y destilan ese veneno seductor que inoculan a sus víctimas, con el único objetivo de aumentar el número de incautos de los que se alimenta y nutre su poder.
Más evidente es la actitud de los asesinos natos, depredadores como los cocodrilos, que matan sin piedad, por pura supervivencia, siguiendo al pie de la letra la ley del más fuerte.
Por todos ellos, siento un rechazo visceral e irracional. Los reptiles forman parte de la naturaleza, y tal vez sean necesarios para el ecosistema, igual que muchos de estos seres que tienen sus mismas características. Pero me demuestran lo peor de la naturaleza humana, aquella con la que resulta tan temible y arriesgado compartir el mismo aire que respiramos…

Puntos suspensivos...


Porque nada acaba del todo, tras cada imagen o tras cada frase quedan puntos suspensivos en el aire… Flotan las sensaciones que percibimos cuando las hacemos nuestras, y viajan desde los ojos directas al corazón o a las entrañas. Permanecen libres, a la espera de destinatario, como aquella mirada que no nos atrevimos a posar en el otro o aquellas palabras escritas únicamente con la tinta de nuestros sentimientos.
Los puntos suspensivos son la representación de lo que deseamos y callamos, lo que imaginamos más allá de lo que vemos, lo que amamos y ocultamos a los demás y a nosotros mismos. 
Son la comunicación del silencio, la puerta de nuestra imaginación, de los sueños. 
No hay puntos y aparte en la vida, todo lo que dejamos atrás permanece en el recuerdo y resurgirá antes o después. Dejemos esos puntos suspensivos como una flecha en la dirección de la esperanza, del futuro.

viernes, 24 de junio de 2011

Humo azul

Cierro los ojos cada noche con la esperanza de que al amanecer haya desaparecido la angustia de muchos, la envidia de tantos, el rencor de algunos, y el hastío de casi todos.
Cierro los ojos deseando que aquellos males, reales o imaginarios, se evaporen como un fascinante, ligero y etéreo humo azul...

Caen gotas...

Caen gotas como penas, remordimientos, miedos, dudas, vergüenza y dolor, hasta cubrir el suelo que pisamos de recuerdos marchitos, hasta llenar el charco que nos rodea, hasta que tememos hundirnos en él…
Y nunca pensamos que, antes o después, el sol acudirá a su cita, lealmente, y secará hasta la última gota.

Sin palabras


Cuando nada se consigue sólo con palabras, es mejor callar. Dejar paso al silencio. 
Parar de una vez el torrente de palabras que soltamos con la esperanza de influir en el otro, consolar, ayudar o convencer. 
Lanzamos palabras que pretenden ser caricias, pero se convierten en roces inútiles; se pierden frente a la apatía o la incomprensión del otro; se ahogan entre la corriente que las empuja, y terminan regresando para herirnos.
A veces, es mejor que el río de palabras llegue al mar del silencio. Que reposen allí, y tal vez alguna sobreviva al paso del tiempo, con el todo el valor que quisimos darle.

La madre del asesino

Se sentó temblando, avergonzada, nerviosa. Acomodó el bolso sobre el regazo, sacudió una invisible pelusa de su descolorido abrigo de paño y miró de reojo al hombre que permanecía con la cabeza encogida sobre los hombros en el banquillo de los acusados.

Es mi hijo, sí señor…perdón, señoría. Es el que mató a esa pobre chica. Yo lo vi cuando salió corriendo calle abajo, y ella estaba tirada en la acera, llena de sangre, muerta ya. Lo vi sin poder hacer más que llorar de dolor.
Lo hizo mi hijo, si señoría. Fue ese desconocido que parí hace 30 años. Una madrugada de enero, mientras helaba fuera, ocho horas de parto a dolor vivo que me desgarraron por dentro. Pero fui feliz con ese bebé rollizo y fuerte en mis brazos. Los únicos momentos en que fue mío, hasta que se soltó de los pechos con los que le amamantaba.
Teníamos poco para vivir, pero nunca faltó un plato en la mesa. No sé porqué para él no fue suficiente. Las rabietas de niño se convirtieron en patadas y portazos. Siempre quería más, nada estaba bien. Muerto mi marido, poco podía hacer cuando entraba por la puerta dando gritos que oía todo el vecindario, junto a gente desconocida que iba y venía sin darme explicaciones.
Y yo señoría, lloraba hasta que se me hinchaban los ojos para no ver, me tapaba los oidos para no escuchar, me escondía en la habitación, caía rendida en la cama, cansada de fregar todo el día. Y me miraba estas manos, quemadas por la lejía. Estas manos que todavía querían acariciarle como cuando era un bebé.
Y callaba. ¿Qué iba a decirle?, si no sabía cómo calmarle. Cuanto más le alargaba los pantalones, menos le conocía. ¿Qué iba a decirle?, si me asustaban los ojos de mi pequeño que en ese hombre brillaban como los de un loco. Temía sus miradas de desprecio, el odio de su voz. Era un descanso que desapareciera noches o días enteros. Con él se iba el miedo, volvía la paz al infierno.
Frustración, ira, decía el maestro de la escuela. Yo no sé qué tenía, señoría. En la tele hablaban de hombres así, pero parecía algo tan lejano, como las historias de los culebrones.
Cuando conoció a esa chica, vi el cielo abierto. Pensé que sentaría la cabeza. Me dijo que estaba loco por ella, que era la mujer de su vida, su gran amor. Y yo le creí, no quise saber más.
Señoría, siempre deseé que mi niño fuera un hombre de bien, pero no supe, no pude conseguirlo. Quise traer una vida al mundo, no un asesino que quitara la de otro. También es mi culpa. Él tendrá su condena. Desde que nació, yo estoy cumpliendo la mía.

Enjugó una lágrima seca, se alisó nuevamente el abrigo y salió de la sala, con toda la dignidad de la que fue capaz, sin mirar al desconocido que dejaba atrás.

Puzzle


Te siento con un puzzle y trato de comprenderte recomponiendo tus piezas sobre mi memoria. 
Coloco primero el aroma dulce y picante, seguido del gesto de una mano que encaja con el perfil de la mandíbula. Se acopla al tacto suave de un roce robado, unido a una mueca en los labios, junto al impacto de una palabra, al tono de una frase. Pegada al silencio está la sensación en la espalda…al golpe de la mirada.
Deshago de nuevo todas las piezas….y vuelvo a empezar solo por el placer de volver a comprenderte, de sentirte otra vez.

Sale el sol...

Sale el sol entre nubarrones cuando lo sentimos aunque no lo veamos, cuando lo llevamos dentro y lo reflejamos.
Cuando dejamos de ver la botella en todas las posiciones y nos animamos a llenarla; cuando tras un reto conseguido nos espera otro aún mayor y apasionante en la rampa de salida.
Sale el sol cuando borramos la palabra fracaso de la agenda y la sustituímos por aprendizaje; cuando la ilusión es el tobogán por el que nos deslizamos, sea cual sea el destino; cuando en la lotería a la que jugamos cada día nos tocó algún sueño cumplido.
Sentimos el sol cuando nos atrapa una mirada y los arropa una sonrisa; cuando el calor traspasa la roca que somos y lo guarda para otros. Cuando lo que nos amarga no es más que parte del mobiliario, de la decoración de una vida que podemos cambiar de sitio en cualquier momento. Cuando tristezas o decepciones se quedan entre las sombras que arrastramos para darnos un nuevo impulso.
Sabemos que ha salido el sol cuando vemos la luz de la comprensión en lo que antes era inexplicable, cuando entendemos que todos los que nos rodean tienen sus propias razones para ser y estar a nuestro alrededor.
Cuando un lunes abres los ojos, respiras, y estás deseando que amanezca el martes, para ti, ha salido el sol.