miércoles, 30 de mayo de 2012

"El mundo se derrumba..."


No es una pregunta ni una duda. En la voz de Ilsa suena el lamento de un hecho consumado y amenazado por un futuro incierto: “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”. Tal vez si Michael Curtiz hubiera colocado en este punto el “the end” de Casablanca, los soñadores hubiéramos imaginado que ese era el comienzo de un gran amor, luchador y sólido ante la adversidad, única y verdadera fortaleza que resiste en pie cuando todo se desmorona. Otros hubieran pensado que de poco sirve a los ilusos cantar versos y deshojar margaritas cuando la guerra, la miseria y el horror presiden la vida. Posiblemente argumentarían que las preocupaciones no entienden de ternura, que las cuentas vacías no cuadran con el cariño, y que el hambre asciende desde el estómago al corazón hasta ocupar todo su espacio.
Los malos tiempos dejan a muchos sin tiempo para el amor. Extienden a su alrededor desiertos de soledad donde ocultar que son vulnerables a una lágrima, a un rechazo, a un adiós. Saben que son víctimas de su silencio y su prisa, apagando luces a su paso, para no alcanzar un porvenir de oscuridad. Algunos ascienden muchos peldaños para separase de sus sentimientos. Yo solo sé que siento amor cuando desciendo por esas escaleras. Me alimentan las sonrisas y me conformo con acariciar con la mirada. Sé que aunque el orgullo me haga gritar un “no me importa” y me obligue a vestir de indiferencia, tendría que volver a nacer para no abrir puertas a los que vendrán y se marcharán, dejando una brisa cálida en el cuello o un viento gélido en la espalda, con rescoldos en cenizas de cariño que nunca se extinguirán.
Los soñadores ilusos también pisamos una realidad donde el amor es la fuerza que todo lo sostiene. Amor con sus miles de etiquetas dispuestas para romperlas y sentirlo sin más, amor por todo y por todos, con casi cien latidos de corazón por minuto y a través un millón de poros en la piel. Cifras que también cuentan y pobre del que no las sepa utilizar. 
Quizá hoy Ilsa tendría que decirle a Rick: “Necesitamos enamorarnos, porque el mundo se derrumba”

miércoles, 16 de mayo de 2012

Escribo...


Escribo para tocarte… con las yemas de los dedos rozar tu corazón, rodearte de letras en un abrazo entre palabras. Unir caricias que asciendan por tu espalda y se detengan en tu nuca. Rescatar palabras perdidas que desenreden tu pelo suave y abran tus labios en un suspiro. Estiro las manos sobre las teclas para notar tu presencia al otro lado y dejarlas un instante sobre tu mejilla.
Escribo para sumar tu nombre al mío, sellarlo para siempre en un mensaje oculto, íntimo y al viento. Quiero enlazar adjetivos con aroma a lavanda y sabor a mar, con el aliento dulce de los amantes que agotaron la noche y vieron su mejor amanecer.  Escribo para conjugar verbos de imposibles y convertirlos en reales, como en mis sueños, con la forma de mis letras, la extensión de mis frases y sin punto y final.
Por ti y por mí, escribo. Para agitarte, estremecerte, sentirte, vibrar juntos y palpitar más allá de lo mísero y lo cotidiano. Porque lo necesito, porque te necesito.
Escribo con la secreta intención, con la ingenua ilusión, con el eterno objetivo de que, tal vez, al leerme, sonrías…

jueves, 10 de mayo de 2012

Elige una estrella...


Elige una estrella y espérame allí. Trepa hacia la que prefieras y guárdame un sitio. Una estrella cómoda, luminosa y alta, como las ramas de los árboles desde donde contemplábamos el futuro que tú mismo te has negado. El que ya sólo verás sobre tu atalaya de “Nunca Jamás”. Peter Pan de flequillo inquieto y pícara sonrisa, nunca quisiste crecer, jamás maduraste. 
Serán los daños o serán los años, pero lo cierto es el tiempo y la vida, juntos, son los mejores maestros. Si hubieras esperado, tal vez comprobarías que el dolor se suaviza, se domina y se guarda; la furia se doblega y se convierte en impulso y aliado. La tristeza llega a ser esa compañera leal, de soledad y calma, que nos arropa. Sabrías que las espadas no se clavan en el otro, porque su doble filo siempre nos parte en dos. Juzgar nos transforma en víctimas de nuestra propia sentencia. Maduramos con el corazón condecorado por pequeñas esquirlas que nos atraviesan, que nos hacen más fuertes y más plenos. Medallas en la lucha de existir.
Si hubieras esperado, tal vez el amor te hubiera hecho justicia, junto a una Audrey Hepburn que cayera en tus brazos, o siendo el héroe admirado por Errol Flynn en insuperables aventuras. Tal como siempre soñaste. Con tus risueños ojos oscuros, deslumbrados por las secuencias de la gran pantalla. Mirada de niño inquieto, alma atrapada en una hermosa ficción tan distinta a la cruda realidad. 
Guárdame una estrella y sonríe mientras me esperas. Tengo que terminar de crecer.

jueves, 3 de mayo de 2012

Oportunidades ganadas


Entró en la redacción con gesto concentrado y mirada baja, arrastrando ligeramente el pie derecho mientras sus fatigados pulmones, saturados por todos los cigarrillos de su larga vida, trataban de tomar algo del escaso aire que se filtraba por las rendijas de las ventanas. Sus compañeros apenas levantaron la vista de las pantallas de ordenador y siguieron con su tecleo apresurado. Lejos resonaban en los oídos del viejo periodista los sonidos del bullicio de antaño, cuando los teléfonos echaban humo “de verdad”, cuando la conversación directa y continua era la base de una noticia veraz y contrastada, y el clásico aforismo de “paren las máquinas” podía ser una emocionante realidad.
Se colocó en su caótica mesa, repleta de papeles, frente a aquella “máquina de escribir” que apenas había conseguido manejar con cierta destreza. El ordenador era un mundo casi tan desconocido para él como las motivaciones del joven, recién incorporado al periódico, que se sentaba frente a él y cada día le miraba con suficiencia antes de desplegar sobre la mesa sus incontables “chismes” electrónicos, con los que -decía-, se conectaba a la red y al mundo, con el convencimiento de dominar todos los universos conocidos a golpe de clic. 
El viejo periodista sacó el lápiz de los vaqueros y la libreta del raído chaleco verdoso que se empeñaba en lucir, como un símbolo de todas las oportunidades en las que se había negado a colgarse la soga de una corbata y el sudario de un traje. Jamás quiso calzarse unos zapatos de despacho para aprisionar sus dedos y su dignidad ante el político o el jefazo de turno. Las oportunidades se habían sucedido ante su vista y ante su vida como las señales en la carretera. Nunca se quiso parar ante los que le ofrecieron la suculenta carnaza de una noticia a cambio de vender mentiras, ni cedió ante la tentación de acumular exclusivas, disfrazadas de periodismo de investigación, a golpe de talonario. Avanzó por la carretera, vestido de humanidad, sin subirse a ningún carro, a pie firme, pateando las calles, entre largas horas de espera, frente a puertas cerradas y con la recompensa de un sueldo de calderilla en el chaleco. El peaje pagado fue un divorcio, el silencioso abandono de sus tres hijos, la fiel soledad y un rincón en la redacción. 
El insistente y jovial sonido del móvil de su compañero interrumpió su viaje de recuerdos. Le vio afanado en descifrar una nota de prensa en el ordenador con todos los sellos oficiales tan perfectamente destacados como el mensaje que debía reproducir al pie de la letra. Todo atado y bien atado en esa información, tan bien vendida. No pudo evitar mirar con cierta lástima al joven y dispuesto periodista al que una licenciatura, muchas horas de prácticas gratis, una beca y varios masters no habían servido para avisarle de que su futuro sería tan precario como su viejo pasado, que ningún periodista está libre de ser atrapado por una red de intereses letal y que la carretera estaría siempre plagada de baches y oportunidades perdidas.
De reojo se observaban siempre, y de reojo supo que el joven miraba con cierto aire de desprecio los garabatos de su libreta. Leía su pensamiento a través de esa mirada de incomprensión, leía su fracaso de viejo reportero de  sucesos. Hasta que, en ese momento, irrumpieron en la redacción cuatro chiquillos y una mujer que sostenía a un bebé aferrado a su cadera. Se acercaron dando gritos a la mesa del viejo periodista y, sin decir más que un simple “gracias”, la madre, con los ojos brillantes de lágrimas a punto de rodar, le plantó dos sonoros besos en la arrugada mejilla, y con una luminosa sonrisa, arrastró a su prole hacia la salida. 
“Iban a ser desahuciados. Lo que publicamos hoy lo evitó…”, dijo el viejo periodista a su atónito compañero. Y en su gastada mirada brilló como el oro el orgullo de una profesión. La recompensa ganada por todas las oportunidades perdidas.