lunes, 12 de marzo de 2012

En sus manos...

No sabría decir si era especialmente atractivo, divertido o interesante. No conocía sus metas, sus sueños, sus esperanzas, sus gustos o aficiones. Lo único que sabía es que en su manos cabía todo su universo. Y estaba atrapada. En sus manos estaba el poder que la había capturado aquel día en el que la empujó levemente para salir del ascensor. Aquel día, entre el tumulto de oficinistas que se apiñaban en tan reducido espacio, las puertas se abrieron por fin y él colocó la mano en su cintura y la apretó ligeramente. Le atravesó la ropa y la piel como un sello grabado a fuego, como un tatuaje ardiente que la abrasó de pies a cabeza. Un roce inoportuno, una simple casualidad, una caricia sin querer, y tras ella vivía desde entonces. Estaba atrapada desde entonces en aquel ascensor. 
Ella, tan triste, tan callada, tan reservada siempre, se vio buscándole por los pasillos del edificio, anhelante, casi enloquecida. Localizó su despacho y, furtivamente lo observaba, mientras tecleaba con dedos ágiles, mientras leía deslizando levemente el dedo índice sobre el papel, mientras sostenía el teléfono como si lo acunara. Lo espiaba en las reuniones, lo miraba exponer proyectos frente a una pantalla, con sus manos finas, suaves, de pálido color canela, abiertas y explícitas, representando un diálogo que ella recreaba en su imaginación. Estaba atrapada por una fascinación superior a sus fuerzas.
Había tocado fondo y estaba atrapada en el mismo ascensor donde todo empezó. Junto a ella, la directora de personal daba gritos cada vez más histéricos. Su marido había abandonado hace horas la tarea de consolarla y se dedicaba a soltar palabrotas hacia los inútiles y curiosos que se agolpaban al otro lado de la puerta sin sacarlos de allí, en una ensordecedora competición con su esposa para elevar el nivel de decibelios.
Atrapada, cansada y desesperada. Su mente voló hacia aquel día cuando anochecía, cuando lo vio sentado en su despacho, dibujando con sus dedo los contornos de una fotografía cuya imagen no pudo distinguir. Pero sintió su tacto, limpio y suave como si fuera por su piel, con los dedos enredados en su pelo, la mano envolviendo su nuca, descendiendo por su espalda, explorando los huecos de su cuerpo. Jadeando entre sensaciones…
El agudo grito de su compañera de cautiverio la sacó inmediatamente de su ensueño. Todavía suspirando, ligeramente sofocada, con la respiración entrecortada vio que habían conseguido abrir un hueco entre los dos pisos para salir del ascensor. Varias manos se tendieron para ayudarles y, entre ellas, distinguió la que más deseaba. Se aferró a ella y sin saber cómo, aturdida y emocionada, se encontró con una manta sobre los hombros y un café en la mesa. Frente a ella, las manos abrazaban una taza de café, absorbiendo su calor, serenas y confiadas. Comenzó a hablar sin parar, sin pretenderlo, casi sin querer. No sabría decir cómo, pero desde ese momento supo que su corazón, tal vez su alma, estaría en las mejores manos.
Y, por primera vez, lo miró a los ojos…

2 comentarios:

  1. Grandísima expresión de sentimientos ocultos. Maestría y fluidez impresionantes, marca de la casa. Un gusto de relato, Mara!

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  2. Si es que todo empieza por un sueño... y con el poder de las "historias de ascensor". Le sienta bien el toque de intriga. :)

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