martes, 3 de abril de 2012

Genio, maestro, compañero… (a José Hierro)

Tú llegaste “por el dolor a la alegría”, maestro de contrastres, y yo llegué a ti por un poema llamado “Luz de tarde” que un amigo me escribió con caligrafía indescifrable en una nota arrugada, cuando moría el ser que más quería y decía adiós a una de las mejores épocas de mi vida.
Llegaste para llorar por dentro conmigo, como ahora, para sentir la soledad en tu compañía, como ahora, con tus palabras entretejidas de música, cadencia y sentimiento, vestidas con el sentido común de los que pisan la tierra y viajan a ras de cielo, apretando la vida con pasión entre las manos y volcándola en un papel. Eres, don José, nostalgia de mar, eterno como él, en momentos encadenados, ola tras ola, y abandonados en la orilla, con la angustia alegre del que bebe belleza y adora el sol tras las nubes. Comunicar para liberar el alma, escribiste, comunicar “con las piedras, con el viento”, aunque no escuchen.
Nunca quise conocer tu biografía relatada en fríos datos, los cuantiosos premios que en honor y justicia conseguiste, ni siquiera ahondar en tu penar encarcelado y la dura supervivencia de posguerra. Quise quedarme con los instantes que compartimos en distintos años, en el mismo lugar del corazón. Atrapar el instante y convertirlo en eterno, vagar entre los recuerdos con la alegría de haberlos vivido. Ahora sé que “aquel que ha sentido en sus manos una vez temblar la alegría, no podrá morir nunca”. Ahora sé que “hay un instante que todo lo puede, que salta los días y vive presente en el cielo dorado de nuestra memoria”. Instantes que sostienen la vida, que protegen el alma.
Maestro, también sé que un sueño sí puede volver a soñarse. Uno tras otro, como cada instante que somos, olas de mar, encadenados e infinitos. Es un sueño tras otro lo que sucede en nuestras vidas, y se puede amar más que antes, más que nunca…

Luz de tarde
Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.
Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase…
Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas.
Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme,
poblando otra tarde como ésta de ramas que guarde en mi alma,
aprendiendo en mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.

Gracias, don José, por seguir existiendo a mi lado. Genio, maestro, compañero.

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