jueves, 6 de septiembre de 2012

Cachivaches


Estaba a punto de ahogarse. Lo notaba en la garganta, en los pulmones que le pesaban como una losa sobre el pecho. Se derrumbó en la cama y trató de abrigarse con la oscuridad de la noche. De un tirón se arrancó la corbata, se desabrochó la camisa. Imposible. No le llegaba ni una bocanada de aire a la mente turbia por el alcohol. “Maldito día, maldito sea este día desde que amaneció”. Ella se había marchado, furiosa y dolida, sin recoger siquiera su ropa del armario. El jefe había lucido su versión más rastrera, mientras una larga fila de cretinos desfilaban por su mesa, amargados e insistentes. Penosa manera de ganarse la vida, -“maldita sea”- como un muñeco trajeado al que todos dan golpes para descargar su ira. Harto, asqueado, se había aferrado a la barra del bar y al vaso de whisky como un pozo negro de veneno deseado.
“¿Qué hice para llegar hasta aquí?” Cerró los ojos y vio oscuridad. Abrió los ojos y vio una extraña bruma, gris, opaca, y al fondo, cajas. Cajas en un desván sin paredes ni límites. De todos los tipos, tamaños y colores. Ordenadamente dispuestas, una sobre otra, apiladas como una interminable y elevada columna que se perdía entre un negro cielo. “Cachivaches, estropeados e inútiles… Eso son, seguro”. Sin pensar, descargó su furia de una patada contra una de aquellas cajas. El estruendo que provocó le estremeció. Como canicas salieron rodando incontables objetos, infinitas sensaciones. “Qué es esto? Pero si es la rueda de mi primera bici, botones, las gafas del abuelo, el tapete de ganchillo de la abuela, mi colección de sellos, aquel juguete estúpido que jamás funcionó…” Desasosegado, percibió el inconfundible aroma a jabón de su madre, el rojo olor de una rodilla cubierta de mercromina, una deliciosa rebanada de Nocilla… Inquieto, oyó los gritos burlones de los chavales del colegio, insultos, la vergüenza que teñía sus mejillas de púrpura. Rodeado, se giró y tocó el pecho asustado de su primera novia, todavía suave y tierno: “Yolanda, qué fue de ti…”
Entre el pánico y la fascinación, trató de recopilar todo aquello y extenderlo sobre el suelo que no podía ver, ni tocaban sus pies. Intentó alisar las arrugadas sábanas en las que murió su madre, romper aquel suspenso en matemáticas, rozar una vez más los labios de María, inspirar su olor a agua de rosas, impedir su adiós de lágrimas de sal. Quiso aplastar la traición de su padre, silenciar las mentiras, endulzar el ácido del fracaso, y volver a tararear el estribillo de su canción. ¿Podría elegir? ¿Destruir lo que quisiera? ¿Conservar lo que deseara? Extendió la mano…
Aterrado, notó que la columna temblaba y amenazaba con aplastarle. Si tocaba algo más, su vida, toda entera, se derrumbaría como un castillo de naipes y caería sobre él hasta matarle. Las cajas encerraban su tesoro, los cachivaches protegían las sensaciones, las sensaciones nacían de los recuerdos y los recuerdos guardaban los sentimientos. Unos dependían de los otros. Y todo unido sostenía su vida. 
Sereno, posó el pie sobre una de las cajas, con cuidado, dejándola intacta. Se subió a ella y avanzó. Un pie tras otro, una caja tras otra, avanzó sobre los años, por la escalera de su tiempo, hasta abrir los ojos. Sobrio, en paz, se elevó hasta ver un pedazo de azul y un rayo dorado. El día prometía un camino para guardar como un regalo, como un recuerdo, como un sentimiento.





Gracias a la foto de @Avisnigra67

2 comentarios:

  1. El día prometía un nuevo camino... Por encima de toda la carga que acumulamos, que acarreamos. No debemos perder de vista el nuevo día. Lo que se abre ante nosotros. Es la luz y la fuerza para seguir. Estupendo post, Mara!

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    1. Así es! :) Gracias por todo, querido, sin tus fotos no hubieran sido posibles estos post. Por la inspiración, por ser como eres y por estar conmigo.

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