lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Cuántas preguntas hay sin respuesta?


Infinitas cuestiones se lanzan al aire o se guardan en lo más profundo, sin que nadie pueda contestarlas. Y así, un día tras otro, hasta un destino igualmente desconocido. Tenemos un mañana tapizado de retos y buenos propósitos, pero bordado de dudas, cosido con el fino hilo que los une o los rompe. Caminamos y ponemos un pie sobre una incógnita, que nos lleva a otra pregunta, y al instante, aparece otra nueva incertidumbre. 
¿Por qué es tan sencillo plantear preguntas y tan difícil obtener respuestas?
Siempre quise saber por qué conocemos a la perfección la teoría y somos incapaces de ponerla en práctica. Nos educan para identificar el bien y el mal, pero la experiencia complica las percepciones y mezcla las sensaciones. Por qué domina el miedo por encima del resto de las emociones. Por qué arruinamos en horas de silencio la complicidad de años y nos alejamos de lo que más queremos sin razón ni explicación… ¿Qué nos hace cambiar y no evolucionar?
Me gustaría saber por qué callamos cuando a diario leemos consejos y opiniones que nos confunden. Y no escuchamos cuando otros sienten y no sentimos cuando nos hablan… ¿Por qué somos indiferencia?
Quisiera saber por qué el cariño y la ternura se ocultan a veces como delincuentes cubiertos de vergüenza, mientras se venera el sarcasmo cruel y la ofensa. Por qué ensalzamos la vanidad, el engaño y la manipulación, y los dejamos en sus pedestales para que nos gobiernen. En qué lugar se enterró el significado de la palabra nobleza, junto a su mortaja de lealtad… ¿Duermen los que dejan víctimas a su paso?
Avanzamos sí… pero, ¿sabemos a dónde? Hacia la siguiente duda…
Quisiera pensar que todas las respuestas se pueden concentrar en una decisión meditada y justa, en una caricia, en una palabra de amor, en un gesto de unión. Sería la solución de un soñador que nunca dejará de remover dudas hacia un final seguro, hasta un destino sin preguntas. El final de la vida. 


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