domingo, 20 de octubre de 2013

Veneno dentro


—¿Estás seguro de lo que vamos a hacer?
—Que sí, tío. Venga, no te acobardes ahora.
—Es que igual metemos la pata. Y nos pillan. Y nos despiden. Y ese cabrón nos termina de arruinar la vida del todo.
—Eso no va a pasar. Le vamos a dar una lección, un susto nada más. Pero no se le olvidará jamás.
—¿Sólo un susto? ¿Seguro? Entonces, ¿para qué has metido un cuchillo en la mochila?
—Calla ya. ¿Qué te pasa? No me digas que no sería un gustazo rebanarle el pescuezo… ¿Vienes conmigo o te piras? Yo voy a seguir el plan…

El plan era sencillo y la oportunidad se les había presentado de forma inesperada. Un congreso del sector al que les habían invitado a última hora, junto a su jefe, como representantes de la empresa. Se encontraban a más de doscientos kilómetros de sus casas, pasando la noche en un hotel, después de la primera jornada celebrada ese día. Era la situación ideal y el momento perfecto para resarcirse de todo… A medianoche, el silencio era denso e inquietante en el pasillo del hotel. Sus voces, cuchicheando, sonaban cada vez más elevadas…

Vale, voy contigo. Pero escucha: ¿Y si el jefe no es tan cabrón en el fondo? Puede que done dinero, alimentos o haga obras de caridad en secreto. No sé… ¿Y si no lo entendemos? ¿Y si tiene alguna razón para ser así? Igual está amargado por una madre inválida, un hijo drogadicto o algo así…
—¿Ahora me vienes con esas? ¡Pues claro que no! Es un capullo integral. Un cabrón porque sí. No tiene hijos;  está soltero y forrado de pasta. Sus padres viven todavía y confortablemente, además. Se tira a todas las tías buenas que son tan inocentes como para pensar que las adorará eternamente y las cubrirá de oro. Cosa que cumple, claro, durante una semana o dos. No le duran más… Eso sí, a nosotros nos jode todos los días. A nosotros dos y a todos los que trabajan en la empresa.
—Ya, eso ya lo sé. Te has informado bien…
—No se me escapa nada, tío. Me conozco al dedillo su vida y milagros de feliz triunfador;  lo que hace cada día, los restaurantes y todos los sitios de lujo a los que va sin remordimientos, después de habernos exprimido y aplastado. Nos está matando. Es tóxico, como decía aquel libro que leímos. ¿Te acuerdas?  Coincide con todas las categorías: sociópata, egocéntrico y victimista, arrogante y presuntuoso, neurótico, envidioso, vengativo… ¿Sigo?
—No, no hace falta. Sólo que lo de tóxico suena fatal. Es que entonces tóxicos somos todos. Venenosos, podridos, ponzoñosos, dañinos… Todos podemos ser así en un momento dado…
—¿Tanto? ¿Tantas veces? ¿Siempre?
—Vale. Vamos…

La puerta de la habitación cedió más rápido de lo que pensaban. Dentro se respiraba un ambiente espeso y dulzón de perfume caro y sudor. La tupida cortina granate dejaba escapar una fina línea de luz que atravesaba la cama donde su jefe dormía profundamente. En completo silencio. No se escuchaba ni siguiera un suave ronquido cuando se situaron uno a cada lado de la cama. Respiraron y se miraron a través de la oscuridad para darse ánimos. Una mano se deslizó hacia la mochila y alcanzó el tirador de la cremallera. El sonido que hizo quedó silenciado al instante por otro más débil pero angustioso.

De la cama comenzó a surgir un gemido tenue al principio, intenso y agudo después. El gemido se convirtió en aullido y luego en sollozo. Lloraba entrecortadamente; subía y bajaba el tono, ascendente y descendente, con una insólita cadencia. En su rostro dormido se iban reflejando el dolor, la ansiedad, el desamparo… Sus rasgos exhibían los gestos que dejaba escapar su garganta, como una película, fotograma por fotograma. No abrió los ojos. Sus párpados parecían sellados y sólo parecían barnizados por una leve humedad brillante, de lágrimas olvidadas. De repente, quedó en silencio y los dos se miraron, dispuestos ya a escapar. La angustia dormida de su jefe les había contagiado hasta tal punto que no se sentían capaces ni de respirar. Antes de alcanzar la puerta, estremecidos, oyeron unos roncos estertores, idénticos a los anunciadores de la muerte. Llegaron a la salida, en medio de un inusitado silencio. Una breve tregua, porque al poco se reanudaron los gemidos, aullidos, sollozos. Y vuelta a empezar…

Joder, tío. Tenías razón. Es tóxico, pero con él mismo. Se está matando solo. ¡Lleva el veneno dentro!


El cuchillo apareció al día siguiente abandonado en el pasillo. El jefe lo vio sorprendido,  cuando se puso en marcha, atildado y elegante, para la segunda jornada del congreso. ¿Qué habría pasado esa noche para que alguien lo dejara tirado allí?, pensó. “Bueno, para mí ha sido una buena noche. He dormido mejor que hace mucho tiempo. Todo controlado, campeón, nada podrá contigo…”  


Escrito para "Las Dos Castillas" http://lasdoscastillas.net/

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