jueves, 16 de enero de 2014

Todo en la vida tiene su moraleja...




Alguien dijo -o lo soñé-
que todo en la vida tiene su moraleja.

Cada paso que damos nos enseña -tal vez-
lo que no debemos de nuevo hacer.
Cada persona que se aleja
nos muestra otro camino que no fue.
Cada dolor que sentimos nos deja
el alma precavida y el corazón con sed.

Alguien pensó -puede ser-
que las piedras son maestras sabias
y los errores, amigos leales,
aliados del tiempo, la esperanza y la fe. 

Alguien -no sé quién-
nos condenó a crecer entre espinas
oliendo la rosa y curando sus heridas,
por senderos de causa y efecto
y fosas de inquietante desaliento, 
donde los dados se lanzan solos
vuelan hacia la muerte,
giran desde el olvido hasta la tristeza
y nos dejan caer -otra vez- 
en las juguetonas manos del abismo.

Pobre perdedor aquel
que no aprendió las reglas del peligro.

Alguien debió pensar y no olvidar -bien lo sé-
que siempre seremos aprendices,
que las consecuencias -antes o después-
son mudas e inútiles,
y el dolor silente
y la miseria ciega
y el fracaso amargo,
que es demasiado precio 
para tan poca vida,
elevado peaje para tanta injusticia,
alto pago para demasiados días,
de lecciones sin avisar, sin razón, 
de enseñanzas sin consuelo ni valor. 

Ahora creo que no quiero saber.

No más piedras sordas ni cartas marcadas,
no más maestros aquí o allá,
no más que una flor, tu sonrisa y un amanecer.
No más escarmientos, avisos o advertencias,
basta de moralejas que no hacen falta.

Sólo quiero -esta vez-
que la vida me deje para aprender
una posdata: 

"Te quiero"


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