jueves, 2 de octubre de 2014

PECADOS ESENCIALES


Deseo…

Nace en un lugar sin nombre, sin límites ni barreras,
entre la bruma, oculto y resguardado,
dormido, nunca muerto, hasta que brota y clama,
crece y muerde como un monstruo que devora la calma,
atravesando el alma, sin fronteras que lo detengan.
Inicio y esencia que nace de un roce,
impulso que deja al viento los sentidos,
huracán de sentimientos sin voluntad.
Es nuestro principio creador, magia poderosa entre tú y yo,
que se quema mientras se enciende,
que siente hambre mientras se alimenta,
que se altera con una caricia y jamás duerme con el amor.
Siempre más ávido, más anhelante, más codicioso.
Siempre insatisfecho, siempre más....





Culpa…

Y aún más nos creció el ansia, de la piel al corazón,
se extendió la pasión y surgió la inquietud prohibida,
el crujido de la conciencia, el temblor de la duda,
la culpa de un pecado que jamás entendimos ni tú ni yo.
Nos creció desde otros, culpa nacida de sus prejuicios,
creada por sus censuras, construida sobre sus críticas.
Nuestra piel, nuestro corazón, sobre su cruel balanza
tambaleándose entre el bien y el mal,
entre lo que nadie conoce pero todos inventan,
entre lo que todos envidian pero nadie reconoce,
entre lo que muchos sueñan pero la mayoría reprime,
culpas decretadas por unos jueces contra otros,
ciegos que dictan sentencias,
sentencias que, al final, a todos condenan.




Miedo…

Y la condena se cumple en una prisión sin barrotes ni rejas,
sin soga al cuello ni cuchillo en el pecho,
con una mano que se extiende para esconderse,
una boca que se abre para callar
y unos pasos que avanzan en círculos vacíos,
lentos, perdidos, tropiezan y retroceden,
atados a una pasión que tira, a una condena que ahoga
estremecidos, se paralizan y tiemblan
sobre la piel que antes era alfombra de amor,
calor de refugio entre tú y yo,
antes de ser nosotros, todos y el miedo.




Silencio…

Las palabras murieron, poco a poco, asesinadas
por el miedo, la culpa y nosotros.
Todos, cómplices y culpables, sellaron la voz
que gritaba amor en las noches y amanecía con el sol.
Nadie escuchó su defensa apagada por murmullos roncos
entre el quiero y no puedo, tú no puedes, yo no debo.
¿Lo oyes?
Se instaló el silencio denso, infinito, irrompible acero
que creció profundo y ciego,
sin respuestas, ni preguntas, forjado de dudas,
alimentado de renuncias, rebosante de penas.





Soledad…

Nos quedó la soledad vestida de rostros sin nombre,
Tú buscabas el mío, yo el tuyo, entre la multitud que nos separó,
ojos dulces, labios tiernos, perfiles duros, sonrisas abiertas,
desfile en soledad, emoción terrenal de paraíso vacío.
Nos abandonaron todos, a ti y a mí,
pecadores sin manzana, amantes de culpa,
miedo solitario y silencio eterno,
muertos, al fin.




(Fotos Richard Tuschman http://www.richardtuschman.com/)


No hay comentarios:

Publicar un comentario