jueves, 15 de marzo de 2012

A la hora en punto

Faltaban pocos minutos para la hora en punto. Exactamente, las once de la noche. En ese momento sonarían todos los relojes del viejo caserón que marcarían, una campanada tras otra, el inicio del ritual misterioso que don Germán cumplía sin falta desde hacía cinco años.
Unos cuchicheos nerviosos rompieron el silencio oscuro y el tiempo detenido pocos minutos antes. Los tres chicos aparcaron las bicis junto al muro que rodeaba la casa y se apostaron frente a la ventana, apretados y dándose codazos para ganar un sitio que les permitiera ver, a través de la desgastada cortina, todos los movimientos del relojero. Cientos de rumores había corrido en aquellos años sobre el viejo huraño, solitario y vencido. Y aquella noche pretendían responderlos todos, con la osadía de los pocos años y la curiosidad de los que no temen a las consecuencias.
- Chisssss, silencio. Mirad, ya aparece en el salón. Más enfadado que nunca. ¡Esa frente arrugada da terror!
- Y está encogido, siempre camina encorvado. Mi madre me contó que era capaz de arreglar un reloj, sin despegarse de la mesa días y días, juntando todas las piezas desperdigadas, y sin fallar ni una sola vez.
- Eso es porque tiene una mente calculadora. De frío asesino…
- Ves demasiadas películas. Él no mató a su mujer, como dicen en el pueblo. No se atrevería, sólo es un pobre hombre. Siempre vivió aislado y es un gruñón, pero que no quisiera relacionarse con otros, no quiere decir que fuera capaz de estrangular a la señora María.
- ¡Claro que la mató! Acuérdate de que ella murió en la cama con marcas rojizas en el cuello. Me lo dijo mi tío que trabaja en la comisaría. La mató porque ella quería marcharse. Pero no le metieron en la cárcel porque no encontraron otras pruebas. Y ella estaba loca, lo decían todos. A veces gritaba, otras se encerraba en casa durante días y nadie la veía. 
- Estaba triste, estaba sola… Que murió de soledad. Eso decían también.
El más pequeño había escuchado sin comprender apenas la conversación de los dos mayores. Él sabía que don Germán era bueno. Tenía que serlo. Siempre que lo veía le daba caramelos de nata…
Un retrato presidía el salón, el único entre las paredes cubiertas de relojes de todo tipo, diseño y época. Un retrato de aroma antiguo y descolorido recuerdo. Doña María: imagen serena de mirada ausente y rostro dulce, sonrisa soñadora anclada en otros mundos y cuerpo aprisionado en un marco de ocre realidad.
- Chisssss, ya empieza!
La hora de la muerte, del castigo y la culpa. Las campanas de todos los relojes comenzaron a sonar, atronadoramente y a la vez, sincronizadas a la perfección. A su ritmo, comenzó a brotar de los labios de don Germán un cántico, el susurro de una letanía:
- María, perdóname, te quiero. Te quiero, María, perdóname. María, perdóname, te quiero. Te quiero, María, perdóname…
No pudieron esperar a la última campanada. Al instante, los dos mayores se enzarzaron en una airada discusión sobre si era amor o era arrepentimiento. El pequeño seguía atónito y confuso. Empujado por las dudas, echó a correr y sin saber cómo, abrió la puerta y se enfrentó al anciano, temblando pero decidido. Observó sus pequeños ojos como agujas enterrados entre arrugas, los vio empañados y hondos, apretados entre el profundo surco de sus cejas, como un río por donde navegaban unidos el dolor y el amor, el remordimiento y la pena.
- Don Germán, yo sé que usted es bueno. ¡Usted no pudo matarla!
- No la dejé vivir…
- Pero don Germán, si le pide perdón ¿qué le hizo?
- Perdón por lo que no le di, por lo que no le dije… Perdón por todo lo que no hice.
“Lo que nunca hice”, repitió el eco sordo de la voz del relojero ante el asombrado rostro del niño. En sus labios se desplegó una entrañable sonrisa y, mientras deslizaba unos caramelos de nata en las manos del pequeño, le dijo por última vez:
- Si algún día llegas a entenderlo, ese día habré hecho algo… Y algo bueno, de verdad.

3 comentarios:

  1. No puede ser sano pasar la vida reajustando el ritmo del tiempo, sincronizando las horas... Ese vivir la pasión hacia dentro desconectando del fluir de la vida...

    ResponderEliminar
  2. No es sano, tienes razón. Pero es un hecho que a algunos se les para el tiempo cuando les llega una desgracia, y más si se siente culpables o con remordimientos por lo que hicieron o o por lo que dejaron de hacer, como en este caso. Es para pensarlo y evitar que nuestra vida esté marcada por una hora funesta.
    Muchísimas gracias por leerlo y por dejar aquí tus estupendas aportaciones siempre. Un beso, Isabel :)

    ResponderEliminar
  3. Pasar página es siempre complicado. Cuando te aferras a algo con tanta fuerza que el mundo deja de tener sentido, la vida pierde esa gracia que la caracteriza cuando te desprendes de ello. Y es mil veces peor si, en vez de castigarte porque los momentos de felicidad que conseguiste se han terminado, lo que sientes es arrepentimiento por lo que dejaste de hacer.
    Melancólico, pero genialmente llevado. Me ha gustado mucho.
    Aprovecho para comentar tu anterior relato aquí, ya que allí no me deja publicarlo:

    Dicen que no hay mal que por bien no venga; a veces buscamos desesperadamente ese momento especial, sin fortuna, y, como describes a la perfección, de repente viene solo, envuelto en unas circunstancias aun mejores de lo que podríamos haber llegado a imaginar.

    ¡Un saludo, María José! :)

    P.D Soy @jamuru, no me deja enviar el comentario desde la cuenta de wordpress de historiadedomingo.

    ResponderEliminar