lunes, 1 de octubre de 2012

¿Quién amansa a una fiera?


Entró en el piso con determinación y avanzó por el pasillo, enfurecida. El maldito espejo de la entrada estaba siempre para darle el recibimiento que más odiaba, aquel que le devolvía la imagen de una mujer desconocida. Un rostro de muñeca de rizos negros que enmarcaban un óvalo perfecto de piel de porcelana en el que brillaban dos ojos de un verde turbio, como hojas de primavera aplastadas por la tormenta. Despreciaba esa imagen que usaba a su antojo como instrumento de poder, con la misma fuerza que despreciaba a los que la adoraban.“¡Estúpidos todos!”, exclamó, al tiempo que contenía el impulso de alzar la pistola, apretar el gatillo y romper su reflejo en mil pedazos. Furia por sentir que ella era su principal enemigo. Furia por su constante huida sin meta. Furia porque su refugio y su callejón sin salida era aquel grupo de asesinos que le daban una excusa para matar. Para destruir, y destruirse…
Se estiró uno de aquellos rizos rebeldes para taparse la frente, esbozó una mueca de aplomo, y entró en el salón, donde todo estaba preparado para el próximo golpe. La peste a sudor, hierro y tabaco era familiar; las latas de cerveza desperdigadas por el cuarto, también; al igual que la hilera de pies sobre la mesa frente al descolorido televisor, los restos de colillas, las patatas fritas y los jirones de periódicos sobre el sofá teñido de grasa. Todo era como ayer, salvo aquella presencia en el rincón, junto a las armas y algunos paquetes de cocaína, restos de la última operación. Aquella presencia respiraba entrecortadamente, era pequeña y menuda, y estaba asustada… muy asustada. Permanecía sentada, encogida, con los brazos rodeando sus piernas, la cabeza agachada sobre los hombros, y ocultando su rostro, una cascada de rizos negros.
- ¿Qué demonios hace esta niña aquí?.-  Lanzó la pregunta al aire como un grito que silenció la conversación que seguía ajena a ella. Inmediatamente, se giró y a su espalda vio a su hermano mayor, indolente y apoyado en el quicio de la puerta, mirándola con burla.
- Es mi hija pequeña, ¿qué pasa?… La imbécil de la madre se metió más de lo que debía y ahora me toca quedarme con ella.- Respondió con chulería. Siempre así, con chulería y crueldad. Como su padre…
De pronto, el sonido del teléfono y la discusión que provocó la llamada del jefe desvió la atención de los hombres que se enzarzaron en gritos e insultos. La confusión le sirvió para acercarse a la niña y levantarle la cabeza. La miró, pausada, detenidamente, cada vez más desconcertada, cada vez más furiosa. Era ella y su rostro. Su espejo de antes. Sus ojos verdes, su piel de porcelana, sus rasgos suaves. Era ella de niña, y no era ella, ahora. En su pequeña sobrina no estaba su mirada turbia, su odio oscuro, ni su cicatriz en la frente. Todavía…
- ¿Dónde está la niña? ¡Estaba en el rincón hace un rato! Se la ha llevado la loca de mi hermana!.- Los cinco hombres miraron a su alrededor, cabreados por la interrupción. Aún quedaban cabos por atar: la recogida de la mercancía, el dinero a repartir…¿Qué más daba dónde estuviera la mocosa?
- ¡Hay que buscarla!. Mi hermana está de manicomio, le puede hacer algo, y paso de tener movidas con el juez que me la ha colocado.
A regañadientes y entre juramentos, abandonaron el salón en tropel. “Del piso no han salido, tienen que estar en su habitación”.- dijo uno. “Joder, la puerta está cerrada y no se oye nada. A ver si se la ha cargado ya”.- terció otro. “Callaos, coño, algo se escucha, como una canción. ¿Estará amansando a la fiera con música?”.- soltó el más viejo del grupo con una carcajada incrédula.
De una patada abrieron la puerta y, sin palabras, contemplaron boquiabiertos la escena que continuó sin que ninguna de sus protagonistas se inmutase.
Bajo un resquicio de luz, entre la ventana entornada, sobre un viejo colchón, ella protegía a la niña con sus brazos. La pequeña le devolvía el reflejo de su sonrisa, mientras con el dedo le recorría la cicatriz de la frente. Suave, dulcemente, se detenía en su tres afilados vértices: arriba el abuso, al lado el dolor, abajo la humillación. Y suave, dulcemente, la pequeña le susurraba lo que parecía una tonada infantil…

“¿Quién amansa a una fiera?
-La música compañera.

¿Quién calma las dudas?
-La única ternura.

¿Quién quita la soledad?
-Un abrazo de paz.

¿Quién cura el dolor?
-El verdadero amor.”

Y así, de nuevo, una vez más, suave y dulcemente, hasta sanar y sanarse… Hasta salvar y salvarse.
“¿Quién…?"

Relato escrito para @diariofenix

3 comentarios:

  1. Insospechado y feliz final para algo que empezó mal y siguió peor... ¿siempre hay tiempo?

    Muy bueno, como todo lo tuyo, Mara!

    Abraçades!

    R.

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    1. El principio de esta historia estaba escrita, tú lo sabes, y ni yo misma sabía como iba a terminar. Evolucionó sola con vida propia, hasta esa especie de canción infantil, porque nada está escrito de antemano ni es inmutable, desde que nacemos hasta que morimos. Incluso lo más amargo puede tener su lado feliz. Hasta la última respiración, siempre hay tiempo.
      Y escribirlo, también sirvió para sanarme a mi. Tengo que reconocerlo :)

      Una forta abraçada!

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  2. El "todavía" siempre lleva escondida una esperanza :)

    Abrazos!

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