jueves, 20 de junio de 2013

Tu manera de querer


“Aún recuerdo tu manera de querer… cómo olvidarla. Se ha quedado entre los encajes de mi memoria, cosida con hilo de seda, mientras confeccionaba el ajuar de boda. De seda, así eras. Tan suave que te deslizabas sobre los sentidos, por sorpresa y sin avisar. Tu cariño me tocaba en el hombro, desprevenida, y me hacía girar la cabeza y colorear las mejillas. Rubor por tu osadía, por la suerte de que alguien pudiera estimar a tan poquita cosa: bajita, morena y vulgar, tan del montón como un grano de arena. Así lo decía mi abuela.

Tus palabras me resonaban en los oídos, susurrando tu abrazo, incluso desde la distancia, en el momento exacto que lo necesitaba, como si lo supieras, como si me miraras escondido en alguna ráfaga de aire. Sabías estar presente en mi cabeza y pasearte por mi corazón a tiempo completo, sólo con la brújula de tu intuición. Tú resonabas dentro mí,  como una campana vibrante y bien timbrada, que me llamaba a impulsos, a golpes de amor impacientes, imposibles de ignorar.

Tu manera de querer me hizo especial sin serlo. Fuiste muy generoso. Me diste tanto, de repente y tan intenso, que no me dio tiempo a pensar si era demasiado. El viento sopla fuerte a ratos, las tormentas pasan y los chaparrones se convierten en fina lluvia que apenas cala. Así pasó…

Pasaron las palabras de amor, los guiños de complicidad, las llamadas y  los sonidos, la emoción de sentirme querida. La seguridad y la rutina silenciaron todo. Pasó la boda, nacieron los hijos, recibimos a los nietos. Días, meses y años junto a tu manera de querer, desde el cielo hasta la tierra, del todo a la nada.

Siempre te has reído de mi afición a los culebrones, en las largas tardes de sofá. Pero en uno de ellos, lleno de sensibilidad, encontré la clave de mi vida. Él decía: “Hay muchas formas de amar, hay muchas maneras de querer…” Y ella le respondía: “De querer yo sólo sé una: sólo se quiere con el corazón.”

Y ¿sabes qué? El corazón late siempre, no se para, no pasa... Se mantiene vivo porque conserva su ritmo cada segundo de la misma manera. Un querer que no late siempre igual, está muerto.

No te escribo esta carta para hacerte reproches, amor, soy demasiado vieja para cambiar y estoy muy enferma; lo siento por dentro. En esta cama de hospital siento que se me va la vida y con ella me llevo tu manera de querer, la que ahora me guiará a otro cielo. Y me voy agradecida, con los ecos vibrantes e intensos que todavía resuenan en mí… ”







6 comentarios:

  1. La fuerza de tus protagonistas siempre me alucina. Ésta me ha recordado una escena de la película “Solas” en la que la madre de la protagonista, María Galiana, está junto al insoportable (por no decir otra cosa) marido encamado en el hospital. Él, en su tono habitual de exigencia y maltrato, de amargado, no para con sus reproches y comentarios agrios y ella, simplemente ganchilla (o calceta, no recuerdo bien), calla y sonríe. Hace años que su vida y su sonrisa le pertenecen.

    Un abrazo Mara! :-)

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    1. Cuando escribo muchas veces le doy vueltas a la misma preocupación: el bien y el mal que nos hacemos, la felicidad y el daño que provocamos al mismo tiempo. Y lo peor es que lo hacemos sin darnos cuenta y sin pretenderlo, de modo que no somos capaces de atajarlo... Las mujeres han soportado mucho ese daño y algunas han sido "vencedoras" en secreto.
      No he visto la película, pero tal como describes la escena, estoy deseando hacerlo sin falta. Apuntada!!

      Otro abrazo de vuelta, Isabel. Gracias por todo :)

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  2. De acuerdo con Isabel; tus personajes son tremendamente generosos Mara, intensos en amor verdadero. No te pierdas "Solas" es dura, pero buena película, como estos relatos :)

    Abraçades!

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    1. Gracias, sé que a veces soy dura, pero la realidad junto a los que convivimos también puede serlo. Y es una especie de humilde llamada de alerta para que nos comprendamos, nos reconozcamos y, sobre todo, nos aceptemos.

      Una forta abraçada!!

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  3. Aquí, disfrutando de tu mundo. Besos, hermosa

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