lunes, 4 de noviembre de 2013

Aquí y ahora.



Nunca es fácil volver a empezar, en otro país, en otra ciudad. En algún lugar hay que colocar el punto de partida contra la soledad y ella eligió aquel café de aroma antiguo que abría sus puertas a media tarde, con mesas redondas de madera pulida y cálida luz matizada. Todos los días entraba en el local, decidida y resuelta, y se dirigía directamente al extremo de la barra. Cruzaba las piernas y aspiraba los olores atrapados en la suave madera limada por el tiempo. Después, brevemente, acariciaba la superficie con el mismo gesto que otros hicieron antes, repasando las huellas de otras manos que dejaron en ella anhelos y renuncias. Era la única concesión al pasado que se permitía, porque había decidido respirar el futuro con la intensidad del que lo prueba por primera vez.

El café negro iba desprendiendo su suave vapor, aroma de gloria, mientras ella miraba, una por una, todas las caras de todos los hombres. Seleccionaba, descartaba, admiraba, sopesaba rostros, perfiles, gestos, reacciones y sensaciones. Escudriñaba las palabras que intuía en los labios que se abrían para otras, el vuelo de las manos en las conversaciones, la solidez de los dedos que sostenían una taza, los brazos que extendían para encontrar un abrazo imaginario.  Viajaba en las miradas que se detenían alrededor e inventaba historias de besos para aquellas bocas que charlaban en torno a ella, frente a otro café y a otros rostros de mujer que nunca eran el de ella…

—¿Otro café?
—Sí, gracias.

Asintió sin mirarlo apenas, de mismo modo que la primera vez que entró en su bar. No sabía su nombre, pero conocía su cuerpo sólido y acogedor tras la barra, la sinuosa curva de su barbilla descendiendo hacia el cuello y el brillo juguetón y tímido de la sonrisa en sus ojos. Sintió un calor familiar que se obligó a ignorar antes de girarse. Era demasiado parecido a algo que latía dentro de ella, algo que podría llamarse ternura. Pero nada reconocido iba a elegir su futuro; tenía que ser nuevo por entero.

Él le acercó lentamente la taza. La colocó suavemente junto a la mano con la que ella se aferraba a la barra mientras miraba a su alrededor sin parar. Cada tarde igual. Le dolía ver sus grandes ojos decepcionados cuando veía a otro marchar. Todos estaban y se iban, rostros desconocidos y sentimientos vacíos, uno tras otro,  mientras él seguía allí…

Gracias por el café. Volveré mañana. —dijo ella.
Aquí estaré. —respondió él.

La vio marchar, resuelta, decidida, hermosa. Y su corazón la despidió como siempre. “Todavía no me miras, amor. Buscas y no me ves. Aún no me reconoces como parte de ti… No se quiere lo nuevo, sino lo que ya llevamos dentro de nosotros, sin saberlo… De entre todos, me amarás a mí, lo sé. Podría ser otro, podrían ser muchos, pero seré yo, porque estoy aquí y ahora. Como estuve siempre.”




Escrito para "Las Dos Castillas"  http://lasdoscastillas.net/


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