miércoles, 22 de junio de 2011

Un recuerdo

Cuando un recuerdo gana la batalla al olvido, hay que entregar las armas.
Sabes que estás vencido cuando has intentado enterrarlo en la maleta, entre camisetas y calcetines, y vuelve a aparecer, insistente, en cada kilómetro de la carretera. Pretendes alejarlo y depositarlo en aquella estantería inútil, pero te obsesiona desde la distancia, impone su presencia a donde vayas; te observa y te absorbe. 
Tratas de soltarlo como una cometa al viento, pero su cuerda te mantiene atrapado. Es una cadena alrededor de la garganta, una compañía perpetua, sin tregua, ni piedad. Lo expulsas con el humo del cigarro, lo quemas con alcohol o lo enfrías con hielo, pero regresa a ti en el aroma del café, con el sonido del despertador, entre el sueño y la vigilia.
Juega en tu cabeza, domina tu mente. Se desliza por los sentimientos y ocupa cualquier pensamiento. Se oscurece o brilla hasta la ceguera.
Es el momento de negociar los términos de la rendición. Limar las aristas que duelen y acomodarlo suavemente en el corazón, con un pacto de convivencia, hasta que él decida si se queda o se va para siempre.

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