miércoles, 29 de junio de 2011

¿A dónde van las palabras?

A punto de emprender el viaje final, el viejo librero acudió a la trastienda de su antiguo negocio, y antes de echar la llave, contempló un insólito fenómeno: la repentina explosión de miles de páginas, cientos de libros, danzando al vuelo. Sin alterarse, con la templanza del que nada tiene que perder, se sentó frente a la luz cegadora y sintió la fuerza del viento que jugaba con las páginas, -marchitas, ajadas-; el viento que removía frases -repetidas, desgastadas-; el viento que agitaba palabras olvidadas, ignoradas.
¿A dónde irán las palabras que nadie siente?, se preguntó. Palabras aferradas al papel como salvavidas, lanzadas al aire como gritos de socorro, susurradas al silencio como último intento.
 ¿A dónde van las palabras que repiten cada segundo, en cada lugar, los amantes rechazados, convertidas por la indiferencia en música sin armonía? ¿Qué destino tuvieron las palabras que forjaron la historia de escritores desencantados, hilvanadas entre lamentos y deudas? ¿En qué lugar se perdieron las palabras de cariño que nadie quiso corresponder?
El librero deseó, por última vez, con todas sus fuerzas, que aquel viento indómito y milagroso repartiera con justicia las palabras, para que aquellos que lo necesitaran oyeran -leyeran-, por una vez en la vida, un te amo, te comprendo, te acompañote ayudo

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