martes, 28 de junio de 2011

La venganza

Frente a la puerta del juzgado, cerró los ojos y trató de aislarse del bullicio que provocaba el trasiego de personas que abarrotaban los pasillos. Intentó recordar la intensa ira que le había empujado hasta allí y seguir al pie de la letra las instrucciones de su elegante y ambiciosa abogada, una fiel sierva de Armani, pagada por su familia para acusar al que había sido su novio durante años.
“Recuerda, vamos a hundirle. Le sacaremos el dinero que no tiene, hasta el último céntimo, y si es posible, que acabe en prisión. Utilizaremos todos los recursos legales: agresión, malos tratos, intento de violación, todo… Has desperdiciado los mejores años de tu vida con ese inútil que no te ha dejado nada a cambio. Recuérdalo cuando te interrogue el juez.”
Era el mismo mensaje que le lanzaron sus padres, a voz en grito, cuando la vieron regresar, alterada, despeinada, con los ojos hinchados y un leve arañazo en la mano, sin respiración ni fuerzas, después de la ruptura definitiva.
Una fortísima discusión con él en el portal de casa, entre forcejeos y recriminaciones, puso fin a sus esperanzas de un futuro de comodidades. Hijos, un adosado en un barrio elegante, coche último modelo… Caprichos y aspiraciones que habían ido desvaneciéndose día a día. Su trabajo no daba ni para la mitad y él había demostrado ser un cariñoso pero apático vago, perdido entre escritos, películas y música, volando junto a los pájaros que poblaban su cabeza.
Fracaso y frustración. Años tirados a la basura, media vida desperdiciada junto a él. En su cabeza resonaron las críticas de su familia. Sintió una oleada de autocompasión: tenía que pagarlo.
Pero entre los recuerdos, suavemente, sin reloj, surgió otra medida de tiempo. Aparecieron aquellos instantes compartidos antes del amanecer, momentos cómplices entre risas, horas acurrucados en el sofá, minutos felices contemplando su pícara sonrisa de niño, segundos interminables rozando su flequillo antes de dormirse en un sueño. Una eternidad enamorada que había durado 15 años.
Cuando escuchó resonar los tacones de su abogada por el pasillo, se levantó y con firmeza le dijo:
“Retiro la denuncia. Definitivamente. Los dos somos culpables. No voy a hacerle daño, ni voy a vengarme, porque le quise mucho y eso hizo mi vida mejor. Tal vez no me dio el futuro ideal, pero me dejó un pasado de cariño.
Antes de alejarse y para zanjar cualquier duda, insistió: “Amar nunca es un desperdicio, abogada”

1 comentario:

  1. Una retirada a tiempo es siempre una victoria si el amor está por medio.
    Un saludo.

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