lunes, 27 de junio de 2011

Reptiles

Dicen que las fobias son irracionales, un terror indeterminado que se siente intenso y sin justificación, pero a medida que pasa el tiempo compruebo que mi fobia por los reptiles nace de relacionarlos con los variados tipos de fauna humana que se encuentran cada día. Seres en apariencia seductores, envolventes, atractivos, que se revelan finalmente como dañinos, peligrosos y, a veces, mortales.
No puedo evitar un profundo rechazo por esas diminutas lagartijas, inofensivas, pero indignas, que se arrastran por los rincones, indolentes, siempre al sol que más calienta. Me provocan escalofrios los camaleones, aquellos que aprovechan su belleza cromática para confundirse con el paisaje. Ocultos a la espera de su presa, expertos en el camuflaje, el disimulo, dominando todas las técnicas del fingimiento y el engaño. Hábiles y rápidos con la lengua, dispuestos a cautivar con palabras huecas y mentiras disfradadas de verdad.
Veo serpientes cada día, luciendo su insinuante y sigilosa belleza. Asesinas que te pueden ahogar con la fuerza de un abrazo pretendidamente sincero. Crueles e hipnóticas, despliegan magnetismo y carisma, y destilan ese veneno seductor que inoculan a sus víctimas, con el único objetivo de aumentar el número de incautos de los que se alimenta y nutre su poder.
Más evidente es la actitud de los asesinos natos, depredadores como los cocodrilos, que matan sin piedad, por pura supervivencia, siguiendo al pie de la letra la ley del más fuerte.
Por todos ellos, siento un rechazo visceral e irracional. Los reptiles forman parte de la naturaleza, y tal vez sean necesarios para el ecosistema, igual que muchos de estos seres que tienen sus mismas características. Pero me demuestran lo peor de la naturaleza humana, aquella con la que resulta tan temible y arriesgado compartir el mismo aire que respiramos…

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